Queridos hermanos:
Al cumplir los ocho días de la Navidad, la Iglesia celebra a la Virgen, Madre de Dios. Esta Solemnidad es una de las cuatro fiestas marianas más importantes del Año Litúrgico. Nada de lo que sucedió a Jesús habría acontecido si María no hubiera dado su consenso al proyecto del Padre y hubiera libremente aceptado ser la Madre Dios. Nosotros creemos que Dios ha asumido la realidad más profunda del ser humano, su cuerpo y su alma, en esta persona que es Jesucristo. Todo lo humano ha sido redimido, porque todo lo humano ha sido asumido por Jesús. Esta verdad nos da una gran paz y al mismo tiempo nos da un sentido profundo de dignidad, de alegría y el compromiso para respetar en todos la dignidad del hijo de Dios que hay en cada uno de nosotros. Jesús se ha unido, al hacerse hombre, con cada uno de los seres humanos. Nada de lo humano le es ajeno a Jesús. Es posible esto porque la Virgen le ha dado la humanidad a Jesús. De esta manera la Virgen está inserta, tocando el misterio de la Trinidad, volcada hacia nosotros, sosteniendo nuestra propia dignidad. Hoy nosotros lo celebramos.
El volcarse de Dios para cada uno de nosotros, que acontece de modo definitivo con Jesús, aparece en la bendición del Libro de los Números. Se trata de una fórmula de bendición que los reyes y sacerdotes del Antiguo Testamento impartían sobre el pueblo: “El Señor te bendiga y te proteja, que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te muestre su gracia, que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz”.
La bendición, el “decir bien“ no es un rito mágico. La bendición es una Palabra del Señor (la llamamos sacramental), es la Palabra del Señor que dice de parte de Dios, sobre la persona que va hacer uso de esa imagen, de esa estampa, del agua o lo que fuere. “Tú eres importante para mí, yo me pongo a tu lado y te voy a cuidar porque no me eres indiferente, sino que eres importante”. La bendición, el decir bien de Dios, es un decir eficaz, Dios cuando bendice crea algo nuevo, un vínculo más profundo.
“Que el Señor te bendiga”, que seas importante para el Señor. Así empezamos el año, porque en María se ha producido la bendición más grande que puede acontecerle a la humanidad en su historia. El Dios de todo el bien se ha hecho hombre en Ella; de Ella ha tomado la realidad humana, de Ella ha podido crecer y formarse como hombre desde el momento de la concepción, de Ella se fue nutriendo el Hijo de Dios para poder nacer y estar en medio de nosotros.
La bendición tiene una garantía: la Madre de Dios. Nosotros nacimos gracias a que nuestras madres aceptaron la bendición de la vida en ellas y nos gestaron y nos parieron. Es el misterio de Dios y el misterio del hombre que emergen de la celebración de la Navidad, que acerca a la Virgen a cada uno de nosotros, que la hace Madre de Dios y Madre de cada uno de nosotros, Madre y custodia de la vida.
La bendición de Aarón empieza: “Que el Señor te bendiga y te proteja” y termina diciendo: “Que el Señor te conceda la paz”. Desde hace 54 años la Iglesia, por una iniciativa del Papa San Pablo VI celebra en el día de hoy la Jornada de la Paz, donde se reza y se reflexiona acerca del don de la paz y del compromiso de los cristianos en orden a construir la paz en el mundo, sembrando paz a nuestro alrededor. Todos los años, todos los Papas: San Pablo VI, San Juan Pablo II, Benedicto XVI y hoy Francisco proponen un lema y un mensaje.
Para hoy, 1° de enero del año 2021 el Papa Francisco propuso como lema: "La cultura del cuidado como camino de paz". Cuando empezó la pandemia, un mensaje o instrucción que se repetía era: “Cuídate para poder cuidar a los demás”, mensaje que sigue siendo necesario atender y obedecer, porque la manera de cuidar a los otros es seguir las indicaciones que se nos dan.
En una sociedad en la que hemos visto emerger lo mejor del ser humano, pero también intereses mezquinos, repugnantes, porque son intereses puramente económicos o de poder, ¡Qué importante es cuidar al otro, cultivar una actitud de cuidar a los demás!. El Papa recordó cuatro principios para hoy, que sostendrán a todos los cristianos, para cuidar al otro y cultivar la paz.
El mensaje se dirige siempre a todos los hombres de buena voluntad, y en particular a los gobernantes de la tierra, como todos los años. No podemos excluirnos de nuestra responsabilidad. El cristiano sabe que lo que hace en la casa, en su trabajo y en su vida influye, para bien o para mal. El Concilio nos recordaba que las pequeñas obras que podamos hacer para pacificar el mundo son importantes: pensamientos positivos para con los demás, actitudes de servicio y de amabilidad contribuyen a la paz.
Indica cuatro principios que tenemos que trabajar. Primero, la promoción de toda persona humana: aprender a respetar a todos, a no prejuzgar, a escuchar. Hemos de cultivar actitudes que promuevan la paz frente a toda persona humana. Procuremos vencer el miedo, porque muchas veces por miedo nosotros nos ponemos a la defensiva y no sabemos respetar a los demás.
Segundo principio, la solidaridad con los pobres y los indefensos.
Tercero, la preocupación por el bien común. No habrá bien común sobre la muerte de los inocentes. Es una mentira reafirmar que es una cuestión de salud social, es una bofetada a la inteligencia de las personas, porque es cuestión de vida.
Cuarto, la salvaguarda de la creación. Cuidar la creación, cuidar el bien de todos, priorizar a los pobres y respetar a cada persona… son los cuatro principios para cuidar la paz.
Volvemos a mirar a la Virgen siguiendo la indicación del Papa, porque Ella es la Reina de la Paz, la Madre de Dios. Que Ella, quien no solamente lo recibió en su vientre a Jesús sino que lo envolvió en su corazón y aceptó el proyecto del Padre, nos dé la capacidad para no mirar para otro lado frente a las necesidades de nuestra comunidad.
Mons. Mario Antonio Cargnello, arzobispo de Salta