Todos los que estamos acá sabemos lo que es amar. Todos sabemos lo que es amor, pero sabemos que nuestro amor tiene muchos peros: “Sí sí, te quiero pero, dejame que lo piense”. “Te amo, pero déjame que lo vea un poco”. “Sí sí, te amo, pero necesito tiempo”. “Te amo, te amo mucho pero yo quiero saber lo que voy a hacer, lo que vas a hacer vos”.
Nosotros sabemos lo que es el amor, pero muy limitado y esos límites le quitan posibilidad a la vida. Y esa es la raíz de nuestro mal.
La raíz de nuestro mal, del mal del mundo, es que tenemos un yo demasiado grande que le pone límites a todas las cosas. Todo tiene que ser a mi medida. El egoísmo es la raíz de todos los males.
Si hay guerras en el mundo, es porque tenemos un yo grande. Si hay hambre en el mundo como el que hay, es por el egoísmo que le pone límites a la solidaridad. Si hay muerte, si hay desigualdad, si hay injusticias, si se piensa que un niño en el vientre de su madre es un montón de células, la raíz es el egoísmo. Y este es el problema de todos los males.
Tenemos que solucionar los males encontrando mejores formas de sociedad, de política. Pero la raíz de los males, es que nuestro yo es tan grande que le ponemos límite a la vida, le ponemos límite a las posibilidades de la vida.
¿Cómo se sana esto? Cómo salimos de este lío, de este embrollo? Cómo salimos? ¿Cómo hace la humanidad que se metió en semejante lío de forma de vivir, para salir? ¿Cómo hacemos, qué hacemos?
A Dios que es más ingenioso que nosotros, se le ocurrió una cosa que no se le hubiera ocurrido a nadie. Se le ocurrió que una mujer simple, sencilla, de un pueblo escondido de la tierra, una mujer pobre, humilde, jovencita ella, dijera SI, sin peros. “Sí, que se haga en mí según tu Palabra”. Sí, sin egoísmos, sin ningún tipo de forma de límite. Lo hizo de una manera sincera, generosa, total.
A Dios se le ocurrió que una mujer sencilla venciera el Mal con un amor total. Eso es la Virgen, la Virgen Inmaculada, la que no tiene mancha.
Ella todo lo que toca, lo toca sin mancha, no como nosotros, que todo lo que tocamos lo manchamos, porque lleva la carga del egoísmo.
La Virgen es todo lo contrario, es el sí total a Dios.
Y ahí comienza entonces en Ella una historia de posibilidades, de otra manera de vivir.
¿Por qué estamos acá? Por qué venimos acá? ¿Por qué necesitábamos que la Basílica de Luján se abriera? ¿Por qué necesitamos tener la imagen de Luján cerca?
Porque necesitamos engancharnos con alguien que vea las cosas de otro modo, que viva de otra manera.
Necesitamos agarrarnos de alguien que no manche la vida, sino que la viva en plenitud.
¿Y por qué estamos acá? Porque nosotros creemos que Ella es la mujer sin mancha, la mujer linda, la mujer bella, de adentro y de afuera, la mujer de alma grande, de corazón grande.
En esta mujer, el pueblo, nosotros que estamos acá, podemos caminar para sanarnos, para sanar todas nuestras miserias, sanar las enfermedades, pero también sanar el corazón enfermo, que le pone límites al Amor, al amor en casa, en tu casa, con los tuyos.
Porque seguro te pasa, que a los que más querés, a veces es a los que más lastimás. A los que más queremos a veces los lastimamos más. Necesitamos cambiar eso y sabemos que si lo cambiamos, el mundo se hace distinto.
Por eso estamos aquí pidiéndole por todas nuestras necesidades, pero también pidiendo por las necesidades de nuestras familias, de nuestra Iglesia, por las necesidades del mundo y de nuestra patria, que son tantas. Porque no se puede vivir en un país con la mitad de la población en estado de pobreza y distraídos en tantas cosas menores.
Necesitamos vivir más el Amor de Dios y en el Amor de Dios. Los invito a renovar en este día y a decir con el corazón lo que dijo María. ¿Se animan, nos animamos como pueblo peregrino en este día tan lindo de sol, que nos cocina pero nos caliente el alma?. En este día, a los pies de María de Luján, esta mujer bella, llena de amor por nosotros, por su pueblo, ¿se animan a decir las mismas palabras de la Virgen?
Digamos juntos "Hágase en mí según tu Palabra. ¡Viva la Virgen de Lujan! ¡Viva la Madre de los argentinos!
Mons. Jorge Eduardo Scheinig, arzobispo de Mercedes-Luján