Quiero agradecer la presencia de mi hermano, monseñor Gustavo Montini, obispo de Santo Tomé, al Sr. Intendente, Eduardo Bruna, al Jefe Región Norte de Prefectura Naval Argentina, Prefecto General, Osvaldo Daporta, también a los integrantes de las Fuerzas Federales de Seguridad de Prefectura Naval Argentina y Gendarmería Nacional Argentina que nos acompañan. También agradezco la presencia de los sacerdotes de las Iglesias hermanas y a la familia Diocesana Castrense y amigos, que están presentes en este tiempo de pandemia, a través de la transmisión de Facebook y YouTube.
Por ser una Diócesis no territorial, sino personal, siempre recuerdo y resalto que cada uno de los corazones de nuestros efectivos de las Fuerzas Armadas y las Fuerzas Federales de Seguridad y sus familias son parte de esta Iglesia Diocesana Castrense. Por ello, se hace difícil estar presente en todos los lugares en donde se encuentran prestando servicio nuestros fieles de nuestra Iglesia particular, como así también las misiones de paz fuera de nuestro país, a estos hombres y mujeres nos confía la Iglesia y estos medios de comunicación nos permiten estar más cerca de ellos.
Estamos aquí en Ituzaingó, Corrientes. La providencia nos ha traído. Gracias a Dios, gracias a la Gobernación y al Intendente. Gracias al Obispo Gustavo, hermano y amigo de esta Diócesis de Santo Tomé, gracias al padre Andrés, gracias a la familia de Darío especialmente a Joaquín y Graciela, y a sus hermanos. Gracias también a la Arquidiócesis de Mercedes y al Seminario, por haber colaborado en la formación inicial de Darío. A todos, gracias por la acogida cordial.
Hoy es un día de mucha alegría para la Iglesia, y sin duda particularmente para la Iglesia Diocesana Castrense, porque un hijo suyo, y un hijo de esta ciudad, Darío, será ordenado Sacerdote para siempre. Para un obispo y en esto sé que me repito y no me cansa hacerlo, la ordenación de un sacerdote significa un gozo muy grande, que renueva en la fe y en la esperanza. Es dar al pueblo que se me ha encomendado pastores para que los sirvan según el corazón de Jesús. Es prolongar mi vida y ministerio por medio de los ministros consagrados, en este caso es prolongar mi ministerio por medio del Padre Darío.
Pero también, experimento, por gracia de Dios lo que expresó el Cardenal Eduardo Pironio, al ordenar un sacerdote: “Es un momento central en la gozosa paternidad de un obispo”.
Esta Paternidad a la que se refiere el Cardenal que aquí cobra centralidad, pero que acompaña o debe acompañar toda la vida del obispo, esta gran sanante realidad de ser “padre” se consolida en la relación filial y paternal, obispo y sacerdotes. No se consigue por decreto ciertamente, la iremos trabajando y haciendo realidad. Pero nunca debemos olvidar esta dimensión. Estoy seguro de la necesidad del “padre obispo” para un sacerdote, y estén seguros de la necesidad de hijos, amigos y hermanos para un obispo.
Los que hemos podido venir, tu familia, tus amigos te acompañamos y nos unimos para dar gracias a Dios por este don tan grande, la presencia de tantos sacerdotes entre nosotros es muy significativa porque concelebrando hacemos visible el único Sacerdocio de Jesús. Único sacerdocio de Jesús que lo recibís de manos de un obispo y la unidad con él será el camino del ejercicio del sacerdocio de Jesús. Es triste e infecundo un ministro que se corta solo, nuestro sacerdocio está siempre comunión. Con el Obispo que te ordena, pero sin duda con los obispos que tendrás y que en mi nombre prometerás respeto y obediencia. Este no es ese un acto meramente exterior, sino un profundo momento y fundante a la vez, porque serás sacerdote de Jesús, en la Iglesia. Por eso te preguntaré luego de la homilía en nombre de la Iglesia:
¿Quieres desempeñar siempre el ministerio sacerdotal en el grado de presbítero como buen colaborador del Orden Episcopal, apacentando el rebaño del Señor, y también ¿prometes, respeto y obediencia a mí y a mis sucesores?
Estoy seguro de que lo has rezado y que en tu camino de formación lo trabajado, pero es bueno tener presente y compartir con todos que este sacerdocio, este ministerio que recibís no es un don meramente personal, sino que recibís el sacerdocio para los demás. Para apacentar, guiar, para conducir.
Por Cristo has sido capaz de dejar todo para seguirlo a Él. Y te fuiste preparando para seguirlo en la espiritualidad propia de un sacerdote diocesano. Pero diocesano castrense, por tanto, no limitado a un territorio, sino abiertos a una realidad personal, ya que se nos confían a los miembros de las Fuerzas Armadas y Fuerzas Federales de Seguridad de nuestra Patria.
Para ellos, y para sus familias es que existe esta Diócesis Castrense. Se escuchará también, luego de estas palabras y antes de tu ordenación:
¿Quieres desempeñar digna y sabiamente el ministerio de la Palabra en la predicación del Evangelio y en la enseñanza de la fe católica?
Y a esta pregunta responderás a esta pregunta, con la palabra y con tu vida durante el santo ejercicio del ministerio. Sin lugar a duda, servir a los hombres y mujeres de las Fuerzas, es un gran desafío. Ellos necesitan pastores que los acompañen, que los sostengan, que los animen a vivir el Evangelio, que los alienten en la búsqueda de la paz, porque saben que la guerra, aunque se preparen para ella, es consecuencias de caminos errados, como ambiciones desmedidas, olvidos de los otros y de falta de diálogo sincero y humilde. Nuestros fieles se preparan y se disponen a defender nuestra tierra y nuestra gente, pero siempre deseando y anhelando la paz, para custodiar la paz, serás, por tanto, sacerdote, capellán castrense, artesano de la paz, que acompañarás los gozos y las esperanzas, las tristezas y las dificultades del pueblo que se te confía. Ellos se preparan y están dispuestos a dar la vida por estos valores Patrios, sus vidas nos enseñan y recuerdan a nosotros, que también que debemos estar dispuestos dar la Vida como la de Jesús, hasta el extremo, vida ofrecida sin límites, como dice el Evangelio a los amigos, porque el Señor nos llamó así. La amistad habla de cercanía y confianza.
El término castrense y extendemos a las Fuerzas Federales de Seguridad hace alusión a lo militar. Lo militar nos ayuda a pensar en disciplina, obediencia, preparación, exigencia, combate, lucha, valentía, entrega, amor, fortaleza, constancia, palabra dada rubricada con la vida, disponibilidad, subordinación y valor. Y sabemos que esta peculiar Diócesis exige de nosotros pastores con peculiar forma de vida.
También para nosotros la vida cristiana y sacerdotal nos evoca, amor, entrega, fortaleza, lucha, disciplina, obediencia, pureza, perseverancia y constancia. Gran parte del laicado que se nos confían debe moldear nuestra vida de pastores, no mimetizándonos, pero si asumiendo la fuerza y decisión. El Señor nos llamó, hemos respondido por su gracia y estamos dispuestos a la misión. La misión es representar a Jesús, movidos por su caridad pastoral.
Por eso, como te compartí en otras oportunidades, para un sacerdote castrense no debe haber “instalación”, “rutina”, “ni cansancios” por el contrario debe haber preparación honda, disponibilidad y presteza, valijas livianas y siempre hechas, para servir allí donde sea necesario. En fin, debe haber un diario entrenamiento, constante y perseverante que se conquista en el silencio de la oración y en escucha de la Palabra de Dios, que da sentido y fortaleza a la fe y a la misión encomendada.
Hoy se producirá en vos Darío, un cambio esencial. A los ojos humanos todos te veremos igual, los ojos de la fe sin embargo nos dicen otra cosa. Serás sacerdote para siempre que harás presente a Cristo, pero no porque Él este ausente sino porque obrarás en Cristo Cabeza. Por eso podrás decir “Tomen y Coman esto es mi Cuerpo, Tomen y Beban esta es mi sangre”. Por eso podrás decir “Yo te absuelvo…” que gran misterio, ¡cuánto don y cuánta gracia!, por eso cada día debería resonar en tu corazón sacerdotal: “considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la Cruz del Señor”.
Querido Darío, queridos hermanos, en el rito de ordenación viene enseguida un interrogatorio, algunas ya las he nombrado. A las propias del rito sacerdotal, me gustaría hacer mención a aquella que le pregunte el 25 de julio al ser ordenado Diácono, y que solemnemente ha renovado en estos días tu compromiso del celibato: Allí te preguntaba,
¿Quieres observar durante toda tu vida el celibato por el Reino de los cielos, como signo de tu consagración a Cristo, y para el servicio de Dios y de los hombres?
Qué bueno, que en este tiempo que nos toca puedas volver a renovar con alegría como lo hiciste el Domingo pasado el celibato, que es por el Reino de los cielos, que es por amor a Jesucristo para el servicio de Dios y de los hermanos. Y dije en estos tiempos que corren porque una opción así solo se comprende desde la fe.
Darío, es capaz, no sin esfuerzo y con la gracia de Dios, de entregarle la vida a Jesús porque se siente atraído, porque ha sido invitado, tenemos que tenerclaro que la iniciativa ha sido de Dios. En el camino de discernimiento durante el seminario, también se va descubriendo que el Señor además de llamarnos nos da la gracia para seguirlo célibes, y lo seguimos con radicalidad, porque estamos enamorados, porque como bien dice un sacerdote amigo, “estamos casados”, y esta experiencia dilata nuestro corazón para amar más y mejor, para amar con libertad. Como vemos el celibato que Darío ha asumido el día de su ordenación diaconal no es un mero hecho jurídico o disciplinar, sino una expresión concreta de esa expresión, de esa entrega total a Dios y a su Iglesia, a Dios y a su pueblo. Así entendemos el sacerdocio, nos entregamos por amor, Jesús así lo pide, como condición para entregarnos por amor y a hacer feliz a los otros, y nosotros somos felices y lo sabemos al sabernos elegidos y en la misma tarea de entregarnos para hacer feliz a los hermanos.
Darío, la clave para vivir “casado” será la familiaridad con Aquel que te miró y tocó el corazón. También custodiando con fuerza este gran don, este gran regalo. Quizá palpes de cerca el combate de esta radical entrega, a veces es atacado, por dentro y por fuera. No todos entienden lo que significa el celibato por el Reino de los cielos. No todos comprenden que por amor a aquel que nos tocó el corazón podemos dejar otros caminos y proyectos. Estoy seguro de que, puesta la mirada en Jesús, queres hacer presente su vida y sus sentimientos, nunca tendremos que olvidar los consagrados somos así porque Cristo, “amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5,25) por ello nuestra vida célibe, deberá ser siempre esponsal.
Somos sacerdotes para siempre, en nuestra Diócesis cumplimos tareas y servicios en las distintas fuerzas que integran esta gran familia diocesana, cumplimos funciones, pero no somos funcionarios. Sabemos que somos mucho más que ello. Nosotros, aunque cumplimos horarios, no tenemos horarios para la entrega y el servicio. Como Dios, que está y ama siempre, así también nosotros debemos estar siempre dispuestos, en nuestro lenguaje podríamos decir H24. (dispuestos las 24 horas del día), aunque sin duda hay que cuidar y valorar el tiempo de reposo y descanso, necesario y sano para nuestra vida ministerial.
En el Evangelio de San Juan que hemos proclamado hoy, hemos podido ver que el Señor ha tenido la delicadeza de preguntarle a Pedro si lo amaba, aquel que lo había cobardemente negado ahora es interrogado desde el Amor. El amor a Cristo es la primera condición para ser Pastor en la Iglesia, pero el amor a Cristo se manifiesta en el Amor a los hermanos. Hoy también Darío, Jesús te formula esta pregunta y ciertamente porque experimentaste que Jesús sabe todo y sabe que lo quieres, es que hoy el Señor, en su Iglesia te envía para apacentar a tu pueblo. Es muy importante tener claro durante toda tu vida, que el Señor que te miró amándote, y te eligió, porque quiso, te envía. La fidelidad de Dios en la elección debe acompañarte todo tu ministerio sacerdotal. Cuando experimentes el cansancio, los aparentes fracasos y algunas desilusiones de la vida, acordate que es El Señor el que te llamó, es El Señor, que te prometió su Presencia siempre, hasta el fin, es El Señor que mirándote con amor te dijo: Deja todo…y sígueme. Los Evangelios nos recuerdan con claridad que el llamado de Jesús es absoluto, “vende todo y sígueme”. Siempre exige una respuesta total y definitiva y ella debe ser renovada cada día, porque no pocas veces experimentamos que, en el camino, habiendo dejado todo fuimos tomando otras cosas y para seguir a Jesús, debemos ser pobres de verdad, dejarlo todo, es dejarlo todo. Dejamos futuros posibles, dejamos tantos afectos posibles, dejamos bienes y proyectos personales, porque sólo el Señor basta, sólo a Él seguimos. Por eso la Iglesia te pregunta:
¿Quieres unirte cada día más a Cristo Sumo Sacerdote que por nosotros se ofreció al Padre como víctima santa, y consagrarte para la salvación de los hombres?
Y toda consagración, Darío, exige separación, esfuerzo, sacrificio, dedicación exclusiva. Me gusta mucho la expresión del Siervo de Dios, Cardenal Pironio: “El sacerdote está ubicado en el mundo. Lo ama y lo padece. Lo entiende, lo asume y lo redime. Pero su corazón está segregado y consagrado totalmente a Dios por el Espíritu”.
Bendito y posible desafío. Es aquí donde deberás volver una y otra vez. Ese amor que experimentaste el día que decidiste dejar todo, lanzarte a la aventura de dejarlo todo para seguirlo, necesita que crezca, y ¿cómo crecerá? En la familiaridad con Dios, por medio de la oración diaria y perseverante, en la celebración creyente de los sacramentos.
Te preguntaré. ¿Quieres celebrar con fidelidad y piadosamente los misterios del Señor, principalmente el sacrificio de la Eucaristía y el sacramento de la reconciliación, para alabanza de Dios y santificación del pueblo cristiano, según la tradición de la Iglesia?
La celebración de la Misa, permíteme recordarte que, aunque la celebres solo, nunca lo estarás. Llevarás en tus hombros la vida de tantos hombres y mujeres, y podrás rezar por los que confían que rezas por ellos, podrás rezar las oraciones que prometiste. La Misa siempre es fecunda. Si te pudiera dejar algo con fuerza es la devoción a la Eucaristía, es más, para esto fuiste ordenado sacerdote, para “hacer la Eucaristía” ningún otro lo puede ofrecer, ningún otro más que el sacerdote tiene en sus manos este milagro de convertir el pan y el vino en la Presencia Real de Jesús. Y qué decirte del sacramento de los heridos leves y de heridos de muerte que podrán ser sanados y recuperados por medio del sacramento de la Misericordia, de la reconciliación. Es aquí donde somos samaritanos, “hospital de campaña” donde reestablecemos por puro don, por la gracia como mediadores, la amistad de los hombres y mujeres con Dios. Es impresiona escuchar: “Yo te absuelvo”, y tan necesitados a la vez del perdón, somos elegidos para ser ministros del perdón y de la paz. Conociendo nuestras propias fragilidades y sabiéndonos también sanados por Dios.
También nosotros acudimos a la gracia reparadora de este gran sacramento. A mejores penitentes nosotros los sacerdotes, seremos mejores confesores. Este es un don también para custodiar.
Darío, te encomiendo a nuestros Santos Patronos, del Clero Castrense, San Juan de Capistrano y del Clero Argentinos San José Gabriel del Rosario Brochero, los dos en su tiempo y en su contexto cultural fueron ardientes y apasionados evangelizadores, Brochero buscó a cada hombre como la oveja perdida, o la joya más preciada, él es un excelente referente para nuestro modo ministerial castrense, cada hombre o cada mujer de nuestras fuerzas y sus familias, deben ser objeto de nuestra personal y caritativa atención y dedicación, y San Juan de Capistrano, valiente y entusiasta defensor de la fe y de la vivencia de los valores cristianos, y adoración al verdadero Dios, que ellos te animen siempre y te entusiasmen cada día en la vocación a la que por gratuidad de Dios fuiste llamado.
Y que María, en este día que recordamos una antigua tradición de su Presentación en el Templo y en sus variadas advocaciones, como Loreto, en su año Jubilar Lauretano, patrona de esta Parroquia en la que hoy recibís este regalo y en la de Nuestra Señora de Luján, Patrona de nuestra Patria y de nuestra Diócesis, te dé siempre un corazón dócil para dejarte conducir por el Espíritu, un oído atento para saber escuchar al Señor y una disponibilidad pronta dar la vida. Que así sea.
Mons. Santiago Olivera, obispo castrense