Como lo venimos realizando en los últimos años, el tercer domingo de noviembre es especialmente significativo para nuestra Diócesis. Celebramos la memoria de tantos hombres y mujeres que evangelizaron en estas tierras, como los mártires Roque González de Santa Cruz, Alonso Rodríguez y Juan del Castillo. Entre ellos también el Padre Antonio Ruiz de Montoya, que junto a miles de indígenas vivieron una experiencia inédita en las comunidades fundadas y que en nuestra Diócesis fueron diez. En Loreto alimentamos nuestro ánimo en la memoria, pero también los sufrimientos, los martirios y la vitalidad de estos testigos del pasado. Ellos nos fortalecen en la esperanza para sobrellevar las dificultades, persecuciones y luchas en este tiempo.
Dado que este año la mayoría de las actividades debieron hacerse de forma virtual, también nuestra peregrinación se realiza de este modo. Ello no impide que se exprese la fe y la espiritualidad de nuestro pueblo manifestadas en la piedad popular. Quiero manifestar mi agradecimiento a todas las parroquias y comunidades, institutos educativos y movimientos, y de modo particular a los miles de jóvenes que son los promotores de esta peregrinación a Loreto. Este año con su inmensa capacidad en el uso de los medios digitales han hecho estallar las redes desde hace muchos días. Desde ya que esto nos llena de alegría y esperanza.
Considero que nos puede ayudar un texto del documento de Aparecida sobre la importancia de la peregrinación en nuestra América Latina como un valor importante de nuestra religiosidad y espiritualidad: «Destacamos las peregrinaciones, donde se puede reconocer al Pueblo de Dios en camino. Allí, el creyente celebra el gozo de sentirse inmerso en medio de tantos hermanos, caminando juntos hacia Dios que los espera. Cristo mismo se hace peregrino, y camina resucitado entre los pobres. La decisión de partir hacia el Santuario ya es una confesión de fe, el caminar es un verdadero canto de esperanza, y la llegada es un encuentro de amor. La mirada del peregrino se deposita sobre una imagen que simboliza la ternura y la cercanía de Dios. El amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en silencio. También se conmueve derramando toda la carga de su dolor y de sus sueños. La súplica sincera, que fluye confiadamente, es la mejor expresión de un corazón que ha renunciado a la autosuficiencia, reconociendo que solo nada puede. Un breve instante condensa una viva experiencia espiritual
Allí, el peregrino vive la experiencia de un misterio que lo supera, no solo de la trascendencia de Dios, sino también de la Iglesia, que trasciende su familia y su barrio. En los Santuarios, muchos peregrinos toman decisiones que marcan sus vidas. Esos lugares contienen muchas historias de conversión, de perdón y de dones recibidos, que miles podrían contar» (Documento de Aparecida 259- 260).
Cada año se va configurando más profundamente el significado de nuestro Santuario. Esta tierra santa de Loreto está configurada por diversos lugares de religiosidad y oración. En la reflexión y discernimiento del proyecto que caminamos se asoció la Capilla de Loreto a los misterios gozosos del rosario. En el antiguo lugar del via crucis, como camino procesional, quedan los restos de la única capilla externa que existió en las reducciones, con el nombre de «Monte Calvario». Ese era el lugar en el que confluían todas las comunidades que venían a Loreto para rezar el Viernes Santo en peregrinación. A este lugar, que hemos recuperado después de varios siglos, hemos asociado los misterios dolorosos del rosario. Finalmente, el tercer lugar del Santuario, y ligado a los misterios gloriosos y luminosos del rosario es el Templo Mayor, abierto, ecológico, relacionado a nuestra selva misionera, en donde están los Santos Mártires de las Misiones. En tiempos normales, son muchos los peregrinos que durante el año se acercan aquí desde Parroquias, escuelas o individualmente.
En esta peregrinación virtual queremos unir nuestros corazones para pedir a Dios por la vida, por las familias, por la paz y por la evangelización. Para que hoy como ayer podamos anunciarlo a Jesucristo, el Señor.
Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas