Ya las flores cubren nuestros patios y jardines, nuestras calles y parques. ¡Es primavera! Luego de un invierno largo y triste, florece la esperanza. No sólo la de una vacuna que mitigue la pandemia, sino la esperanza que nos da la fuerza para construir un mundo mejor.
Hemos comenzado el “Mes de María”, preparación para la gran fiesta de la Inmaculada Concepción, Patrona de nuestra Diócesis, el 8 de diciembre.
Con estas bellas y variadas flores, queremos coronar este Año Mariano Nacional que termina. Un año que nadie imaginó tan difícil y desconcertante. La Virgen María quiso estar presente de una manera no esperada. No fue en grandes peregrinaciones, congresos, reuniones o celebraciones litúrgicas solemnes y populares, sino que ella quiso estar presente en medio del pueblo como la que sirve. Ella estuvo presente en los hospitales y clínicas a lo largo y ancho del país; en los comedores, merenderos y ollas populares; en los servidores públicos y en las personas que se desempeñan en las tareas esenciales. María estuvo presente en el corazón de cada argentina y de cada argentino que, dejando atrás sus legítimas pretensiones y sus gustos personales, se arremangaron para sostener a los más débiles y sufrientes: niños, ancianos, enfermos, pobres y olvidados. Así quiso estar presente María en este Año Mariano Nacional. Como la que, luego de escuchar las palabras de parte de Dios anunciándole que sería la Madre del Salvador, sin demora se puso en camino para ponerse al servicio de su prima Isabel, para ayudarla en su delicado embarazo y en las necesidades del parto.
En este “Mes de María” queremos ofrecerle a la Virgen las mejores flores, en señal de gratitud, por tanto amor derramado en los corazones y por regalarnos a Jesús. Ese Jesús que vive en cada hermano y hermana que sirve a los demás, y también vive en cada persona que sufre por la enfermedad, por la pobreza o por el dolor de la muerte de los seres queridos.
Florece la esperanza de un mundo más fraterno. El Papa Francisco, en medio de la pandemia, ha escrito para toda la humanidad la Carta Encíclica “Fratelli Tutti” sobre la fraternidad y la amistad social. Recordando a San Francisco de Asís, el Papa sueña y nos invita a hacerlo: “Nadie puede pelear la vida aisladamente… Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia adelante. ¡Qué importante es soñar juntos!” (FT 8)
Una gran enseñanza nos va dejando la pandemia: nadie se salva solo. Nos necesitamos unos a otros. La Virgen María, se sabía una sola cosa con los humildes de su pueblo. Alaba a Dios porque “miró con bondad la pequeñez de su servidora”. María cree en las promesas de Dios. Es humilde y pobre de corazón. También nosotros, en este momento incierto de nuestra historia, creemos. Tenemos puesta nuestra esperanza en Dios.
“La esperanza es la virtud-niña, como decía Charles Péguy. La más pequeña de las tres hermanas. Camina en medio de las mayores –fe y caridad- que la llevan de la mano. Pareciera que las mayores la impulsan hacia adelante, pero en realidad es la más pequeña la que arrastra a las otras dos. Nosotros sólo podemos creer en aquello que podemos esperar. Entonces, así como para María de Nazareth, embarazada, libre, alegre, en viaje por las montañas y con sus afectos, atraída por el futuro y por los sueños, también para nosotros es vital cantar en nosotros mismos nuestras esperanzas: repetirlas, hacerlas resonar, vibrar”. (Ermes Ronchi. “María Casa de Dios”. Ciudad Nueva. Pg. 87)
Queridas hermanas y hermanos de la Diócesis de Quilmes: los invitamos a vivir este “Mes de María” unidos en la oración y el servicio diario, contemplando a la que nos acompaña siempre como “Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra”.
Mons. Carlos José Tissera, obispo de Quilmes
Mons. Marcelo Julián Margni, obispo auxiliar de Quilmes