El Libro de la Sabiduría nos presenta precisamente a la sabiduría como un bien preciado, imprescindible, luminoso, que sale siempre a nuestro encuentro y se deja hallar. En esta página de la Biblia, la Sabiduría nos habla de Dios mismo que quiere dar luz a la pálida existencia humana, para hacerla trascender y ser valiosa. Amar y buscar la Sabiduría, ser prudente en cuidarla una vez alcanzada, vivir según sus enseñanzas, es parte del camino de la vida que Dios le propone al hombre.
Muchas veces pensamos en la sabiduría como una meta a alcanzar, como un horizonte lejano al que hay que encaminarse como un logro para refugiarnos de todo lo que es frágil y pasajero. Inclusive pensamos en la sabiduría y la asociamos a un saber de naturaleza académica. Pero la sabiduría es caminar junto a Dios, vivir en torno a Él. Así, la sabiduría no es un saber teórico o un sistema conceptual abstracto; es vivir según Dios, identificarse absolutamente con su proyecto de amor, caminar junto a Él al encuentro de la vida y de los hermanos, especialmente los más pobres.
En la Primera Carta a los Tesalonicenses, el apóstol Pablo invita a esa comunidad a reflexionar sobre la resurrección de los muertos; las primeras comunidades esperaban inquietas ese día. En la maduración de la fe eclesial, esos primeros tiempos se vivían en la inminencia de la venida del Señor, ya que ellos lo esperaban así. Pablo debía catequizarlos e indicarles cómo vivir el “mientras tanto” de esa fe incipiente, entusiasta, y anhelante de Cristo. Todos debían crecer entonces, y nosotros también hoy, en la espera confiada del Día de Cristo para los hombres, mientras construimos una humanidad digna de Él.
La parábola de las vírgenes prudentes y las vírgenes necias, siempre nos provoca una reflexión llena de matices. Nos resulta incomprensible la falta de previsión para un servicio que las requería bien preparadas. Pero también nos apena y duele su apartamiento de la fiesta, cuando consideramos las consecuencias de su obrar.
Nos puede ayudar nuestra propia experiencia en parroquias y comunidades. Los sacerdotes valoramos mucho todo lo que las comunidades hacen cuando preparan hermosamente las celebraciones patronales, las misas de primera comunión o de confirmación… pero también sabemos que a veces un pequeño detalle que se escapa a los organizadores puede malograr toda preparación. Estar atentos, asegurar que cada uno cumpla su misión según lo previsto, ayuda a celebrar con alegría y en plenitud el encuentro.
Jesús con esta parábola nos enseña a permanecer preparados para el encuentro con Él. Velar no significa solamente no dormir, sino estar preparados; de hecho, todas las vírgenes se duermen antes de que llegue el novio, pero al despertarse algunas están listas y otras no.
La boda nos habla del encuentro definitivo de Dios con la humanidad. Esa fiesta largamente anhelada es el encuentro pleno y total con Dios. ¿Cómo no estar preparados para ello? Perdernos ese encuentro para nosotros los cristianos sería tremendo. Nosotros como esas vírgenes prudentes, deberíamos estar atentos a todos los detalles, especialmente a los imprescindibles, los esenciales. Se trata fundamentalmente de asegurar en nuestras vidas la preparación interior, la vivencia de la justicia en nuestros vínculos, el seguimiento profundo, sentido, de la ley del amor, las distintas invitaciones del Señor a acogerlo sobre todo en los más pobres. La Palabra de Dios de hoy nos invita a tener en cuenta esta capacidad que nos pide el Señor para poder recibirlo a tiempo y así estar siempre que Él venga para buscarnos.
Mons. Marcelo Daniel Colombo, arzobispo de Mendoza