Mis queridos hermanos:
Hoy celebramos la fiesta de todos los santos, aquellos que respondieron con su sí a Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con toda su vida. Son personas creyentes, cristianos, que amaron a Dios y al prójimo como a sí mismos; no es una fiesta de superhéroes de historietas o de series televisivas. Celebramos el misterio de Dios derramado en la vida de hombres y mujeres que se lo jugaron todo por el Evangelio.
En la primera lectura, el libro del Apocalipsis nos presenta esa hermosa imagen de quienes después de enfrentar las tribulaciones, han vencido, ganándose la corona de la vida. Son aquellos que, sellados en su frente, han lavado sus vestiduras en la sangre del cordero. Así entonces, con un lenguaje simbólico, el libro del Apocalipsis nos invita a pensar en lo que significa hacer la voluntad de Dios aún a costa de la propia vida. Entre los santos, los mártires en la Iglesia son aquellos que optaron, dándolo todo, incluso la propia sangre, por el reino de Dios.
En la segunda lectura, Juan nos habla de la llamada original que recibimos los cristianos en el bautismo. En el bautismo, Dios nos hace sus hijos en el Hijo Jesús; sobre esa gran vocación se asienta el misterio de la santidad. La llamada del bautismo nos permite entonces reconocernos parte de un pueblo consagrado y ungido por la sangre de Cristo, donde todos sus miembros estamos llamados a ser Santos. El Concilio Vaticano II, nos habla de la vocación universal a la santidad, cada uno según su propio estado de vida. Porque la santidad no se restringe a la misión de los obispos, los sacerdotes, los religiosos y algunos laicos. Todos los santos han vivido en un grado máximo su propio estado de vida. con toda fidelidad y con toda entrega.
En el Evangelio nos encontramos con el programa de Jesús: La Bienaventuranza. Nos dice el evangelista que Jesús le habla a los discípulos. Esos discípulos que están frente a él; detrás está todavía la muchedumbre que ha querido escucharlo. Hay entonces, como un doble auditorio al que Jesús invita a la santidad. Sus discípulos, que viven con él, que comparten de cerca las experiencias que el maestro les comunica, y la muchedumbre, ansiosa de Dios. Nosotros sabemos cuánto aspira a la santidad el pueblo fiel. Cuántas de nuestras comunidades, cuántas de nuestras capillas, tienen personas que han sido heroicas en el modo de vivir la entrega, que han sido eficaces en mostrar el reino de Dios en situaciones difíciles.
Esa vocación a la santidad de la que hablábamos antes es una ideal contracorriente. El evangelio de las bienaventuranzas nos presenta precisamente como vivir a fondo la dignidad de creyentes, cómo vivir con conciencia y coherencia el ideal cristiano de la fe. Nosotros en este evangelio de las bienaventuranzas estamos desafiados a vivir el estilo de vida de Jesús, un estilo de vida que nos convoca a todos a poner nuestros pasos sobre las huellas del maestro. Así nos dice el Papa Francisco en su exhortación apostólica sobre la santidad: “Vos tenés el bautismo, donde recibiste una llamada grande a la Fe; pero no estás solo, vivís tu fe en la Iglesia y Ella es depositaria de los grandes dones de Dios: La Palabra, los sacramentos, los testimonios, todo eso te habla de una vida según Dios. Vos estás llamado a la santidad y en la Iglesia podés alcanzar una santidad que sea para gloria de Dios y para bien de los hombres.”
Mons. Marcelo Daniel Colombo, arzobispo de Mendoza