Queridos hermanos:
Una vez más, esta Iglesia de Mendoza se llena de alegría ante el don de Dios manifestado en la ordenación sagrada de cuatro hermanos nuestros, llamados al ministerio del diaconado, en nombre de Cristo, servidor de los hombres. Queremos dar gracias a Dios que siga invitando a tantos hermanos nuestros a vivir y servir como Cristo, que "no vino a ser servido sino a servir."
Desde el 11 de marzo de 1983 cuando mi querido predecesor Mons. Cándido Genaro Rubiolo erigiera la Escuela Arquidiocesana de Ministerios, nuestra Iglesia particular se ha embellecido con la incorporación del diaconado permanente entre los ministerios ordenados en la Iglesia, restaurado por el Concilio Vaticano II según consta en la precisa indicación de seis de sus documentos: Lumen gentium, Ad gentes, Dei Verbum,Sacrosanctum concilium, Orientalium Ecclesiarum y Christus Dominus.
La primera lectura, tomada del Libro de los Hechos, nos presenta el origen del diaconado en la Iglesia. A partir de una situación concreta en la vida pastoral de las primeras comunidades y la necesidad de los Apóstoles de llegar a todos, especialmente a los más pobres, motivó la elección de estos colaboradores con precisas condiciones humanas y cristianas: buena fama, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría. Elegidos por su comunidad, luego de un discernimiento pastoral, y presentados por ella a los Apóstoles, recibieron junto a la oración, la imposición de manos, es decir fueron consagrados para la misión. Se enfatiza particularmente la figura de Esteban, "hombre lleno de fe", predicador insigne del Señor y primer mártir del nuevo tiempo.
En el Evangelio de Juan, Jesús nos deja su mayor legado: el mandamiento del amor que, en el diaconado, adquiere una relevancia característica, despojada de cualquier consideración formal: servir como Él sirvió, con la entrega de toda la vida. Si bien Señor anticipa el sentido de su muerte en la Cruz, "no hay amor más grande que dar la vida por los amigos", también está invitando a sus discípulos a hacer lo mismo, llegado el momento.
Si el contexto de la aparición del diaconado en la vida y la misión de la Iglesia tuvo un preciso contexto vital, la necesidad de testimoniar al Señor de palabra y de obra, hoy tienen Uds. mis queridos hermanos, una situación de la Humanidad sin precedentes, interpela el ministerio que comenzarán a ejercer.
La dramática descripción del mundo actual que nos ofrece el Papa en su última encíclica Fratelli tutti, no prescinde, al contrario, exige la esperanza cristiana que ponemos sólo en Dios que nos impulsa a darlo todo por su Reino, a favor de los hermanos. El Papa nos invita a caminar en esa esperanza, con un corazón abierto al encuentro con todos los hombres. "(...) seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras." (FT 6).
Si en la comunidad eclesial los presbíteros desempeñan el carisma de la paternidad espiritual, los diáconos permanentes pueden llevar al corazón de parroquias, capillas e instituciones, la experiencia imprescindible de la fraternidad entre los hombres. Así puede testimoniarlo la dedicación que el diaconado tiene en el horizonte de su amor servicial, que no necesita de parecer otros ministerios o funciones eclesiales, porque el diácono permanente puede expresar vitalmente el don del hermano que se entrega para el bien de todos. Que como diáconos puedan ser portadores del sueño que nos propone Francisco: "Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos." (FT 8)
Les encarezco de corazón, que no se entretengan en cuestiones menores, insignificantes, cuando no tóxicas, sobre el reparto de poder en la comunidad eclesial; si éste no es servicio y entrega de la propia vida, traiciona el espíritu del jueves santo, esencial al diaconado. Allí Jesús se puso a los pies de los hermanos para servirlos sin alardear su condición de Dios. "(...) al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres." (Flp. 2,7)
El ministerio de los diáconos nació estrechamente unido al de los Apóstoles; por eso les encomiendo crecer en esta dinámica de profunda interacción eclesial con los obispos y los presbíteros; especialmente, los invito a enriquecer la vida de la Iglesia con esa experiencia de vida familiar que forma parte de su propio "avío del alma" motivo de alegría y esperanza para la Iglesia en Mendoza.
Que podamos ser cada día más fieles al proyecto de fraternidad que es la Iglesia que se pone en las manos de Dios, para servirlo y anunciarlo. María, la primera servidora de la Buena Noticia de la encarnación del Hijo de Dios, los cuide y sostenga en el propósito de darlo todo por el Señor y los hermanos.
Mons. Marcelo Daniel Colombo, arzobispo de Mendoza