La pandemia nos obligó a todos a adecuar los modos de vivir y de vincularnos. No sólo en cuanto a lo personal, sino también en los ámbitos institucionales y comunitarios: la escuela, el club, el hospital, la plaza. Además nos impuso cambios en el estilo de trato y la posibilidad de encuentros con familiares y amigos.
Unos pocos espacios tuvieron modificaciones estructurales leves: los supermercados, los medios de comunicación.
Cuando queremos expresar que una situación es pasajera decimos “siempre que llovió, paró”; y nos disponemos a postergar una actividad por unas horas o días. Cuando la dificultad permanece ya durante 7 meses, no podemos quedarnos en espera pasiva a ver si vienen “tiempos mejores” (aunque ojalá que así sea).
La vocación no se pone entre paréntesis, no queda en suspenso ni tiene marcha atrás. El envío de Jesús a sus discípulos misioneros (nosotros) de ir por todo el mundo a dar testimonio de su amor es permanente, no está sujeto a situaciones coyunturales.
Estos son los “tiempos mejores” para comunicar la Buena Noticia de Jesús, no hay que esperar que otros. Llevamos meses sin poder encontrarnos con los amigos y los parientes cercanos o lejanos del modo habitual, y no por eso clausuramos la amistad o la familia.
En uno de los Salmos rezamos convencidos: “El amor del Señor permanece para siempre”. (Salmo 103, 17) El envío a la misión brota de su amor a toda la humanidad.
Todos nos hemos tenido que reinventar, también los misioneros. No se puede ir casa por casa y compartir un momento de encuentro y oración. Pero sí podemos acercarnos por medio de las redes sociales, y compartir de ese modo la alegría de la fe. De hecho se han multiplicado las iniciativas de comunidades para convocar a celebraciones o encuentros formativos. Es cierto que en muchos casos con más voluntarismo que creatividad. Pero es un muy buen intento para no quedar cruzados de brazos.
Este mes de octubre que estamos culminando lo hemos dedicado de manera particular a rezar por las misiones, un camino eficaz de compromiso.
Nuestra oración busca interceder para que los misioneros mantengan la pasión por el anuncio de la Buena Noticia. ¿Sabías que hay más de 200 religiosos y religiosas de Argentina enviados a los países de los 5 continentes? Acompañemos esa entrega generosa. Pero no descansemos diciendo “ya está, ellos cumplen por todos”. El fervor misionero debe ser una dimensión constitutiva de la fe de cada hombre y mujer que ha recibido el bautismo.
La pregunta que hace Dios en el Libro del Profeta Isaías: “¿A quién enviaré?” (Is 6, 8) nos interpela también hoy. La respuesta debe ser: “Aquí estoy, ¡envíame!”.
Además de rezar y crecer en disponibilidad, es necesario el compromiso económico para sostener los diversos servicios (hogares de ancianos, escuelas, centros de salud…) que corroboran con obras las palabras anunciadas.
Esta semana el Papa participó de un encuentro ecuménico de oración por la Paz. En su predicación destacó que “Dios no viene tanto a liberarnos de los problemas, que siempre vuelven a presentarse, sino para salvarnos del verdadero problema, que es la falta de amor. Esta es la causa profunda de nuestros males personales, sociales, internacionales, ambientales”. Destacó también que “en vez de la adoración a Dios preferimos el culto al yo. Es un culto que crece y se alimenta con la indiferencia hacia el otro”.
El domingo pasado vivieron una jornada violenta en nuestro País hermano de Chile. Cuánto dolor y consternación nos causa ver las imágenes de los Templos vandalizados. Es fundamental para la vida democrática garantizar la libertad religiosa y el respeto por los lugares de culto. Recemos por la Paz y la Justicia en Chile.
Mons. Jorge E. Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo