Queridos hermanos:
Este domingo la Palabra de Dios nos presenta al profeta Ezequiel que le habla a su pueblo cautivo en Babilonia. Es un hermoso texto donde Ezequiel invita a su gente a reflexionar sobre la responsabilidad que le cabe a cada uno. Muchas veces, los dirigentes se referían a la culpa de sus antepasados en la toma de decisiones erróneas. El profeta nos propone considerar que cada uno de nosotros tiene una responsabilidad personal ineludible, una parte de responsabilidad que cada uno tiene al tomar una decisión. Así, aunque formamos parte de una comunidad, nosotros con nuestra vida, con nuestras opciones, hacemos posible un mundo distinto. La suma, no aritmética, sino cualitativa de decisiones valientes de todas las personas, esas decisiones tomadas en libertad y responsabilidad, pueden hacer que un pueblo cambie su camino y viva mejor, más dignamente.
La carta de Pablo a los Filipenses nos deleita el alma haciéndonos escuchar aquella hermosa reflexión sobre cómo Cristo tomó nuestra condición y se hizo uno de nosotros, menos en el pecado. Dios quiso anonadarse, haciéndose hombre, para venir a salvarlo, para venir a llevarlo a una vida nueva y feliz. Por eso dice el texto que el Mesías quiso ser uno entre nosotros, hacerse uno en nuestra carne. Y Dios, su Padre, tuvo en cuenta estos padecimientos para glorificarlo. A diferencia de otros proyectos y otras miradas, el Mesías prometido no era glorificado por el camino de lo fácil, no venía como una especie de superhéroe desde afuera de la historia humana, sino que quiso asumirla en plenitud, en su dolor, en su sacrificio, en su sufrimiento. Y así nos elevaba con Él a una vida verdaderamente plena. Salvados en Cristo, somos rescatados por su sangre y hechos hijos del Padre, hermanos de todos.
El Evangelio nos presenta una vez más una reflexión de Jesús sobre la condición humana. Muchas veces hemos vivido situaciones donde alguna persona no ha cumplido con su palabra, o al revés, hemos conocido personas de las que no esperábamos mucho por verlas reticentes, negativas, con poca voluntad y, que finalmente, van más allá de lo que se les ha pedido y se animan a responder con mucha generosidad a una gauchada, a un gesto o a una decisión que se les ha pedido.
No nos es difícil pensar con quiénes está confrontando Jesús. Les está hablando a aquellos que se sienten dueños de la ley, a los ancianos, a los sacerdotes del templo, a los que han dicho que sí formalmente con su vida, pero que en todo caso después a la hora de la conversión, de la renovación interior, de la opción por Dios, se borran sintiéndose dueños de la verdad y más allá de ella.
Observa Jesús con indulgencia y hasta con admiración, a los publicanos y a las prostitutas que habiendo escuchado la Palabra se han convertido y tomado la buena senda. Imagínense, hablar de aquellos que cobraban impuestos en nombre del César o de aquellas personas que vivían una vida a costa de vender su cuerpo para indicarnos que estas personas habían tomado decisiones más sensatas, cuando habiendo escuchado a Dios elegían el camino correcto. Pero el Señor no deja de insistir: Dios nos invita a todos. Dios quiere que todos le digamos que sí con nuestra vida y por eso nos espera, pero no vale hacer alarde de privilegios o de mejores posiciones dentro de la comunidad; se trata, por el contrario, de responder que sí, hacer y vivir lo que hemos prometido. Honrar nuestra palabra dada con la propia vida.
Hoy la Iglesia en la Argentina celebra el Día Nacional del Migrante. Sabemos lo que significa para un país como el nuestro esa palabra. La mayoría de nosotros ha sido de un modo u otro parte de una familia que un día emprendió el camino hacia la Argentina. Hoy somos una expresión de esa riqueza intercultural, porque también hemos recorrido el tiempo y hemos visto acercarse a hermanos y hermanas de otros países cercanos, vecinos. También las migraciones internas han posibilitado que las ciudades reciban a muchas familias que vienen del interior, de una provincia o del país acercándose a esos centros. La verdad es que la migración supone una elección de vida dolorosa, difícil, muchas veces, muy dura; y la capacidad de acogida de una sociedad que se hace hospitalaria es un importante indicador de su humanidad. Nuestra Comisión Arquidiocesana de Migraciones desarrolla un trabajo muy importante, como es precisamente sensibilizar y hacer visible la vida de los migrantes. Las páginas de la Biblia están llenas de experiencias de migraciones. Desde Abraham hasta las últimas experiencias misioneras de Pablo y los apóstoles nos están diciendo que la migración es un importante modo de interacción entre los pueblos. Seamos solidarios, cercanos y al recibir a los hermanos sintámonos todos parte de una misma familia, todos herederos de la misma Gloria a la que Dios en Cristo Jesús nos ha convocado.
Mons. Marcelo Daniel Colombo, arzobispo de Mendoza