Su Excelencia Reverendísima Monseñor Jorge Eduardo Scheinig, Arzobispo de Mercedes-Luján,
Reverendos Padres,
Reverendos Religiosos,
Reverendas Religiosas,
Hermanos y Hermanas en Cristo, también todos aquellos que siguen esta misa a través de los medios de comunicación y redes sociales.
Saludo a todos ustedes muy cordialmente, en el nombre de Su Santidad Papa Francisco, que tengo honor de representar en su país natal, y los saludo también a mi nombre personal. Agradezco Monseñor Arzobispo por la invitación de hoy día. He llegado a la Argentina el domingo 6 de este mes, hace 18 días, entonces esta es mi primera salida de Buenos Aires y la primera misa pública en la Argentina.
Aprovecho esta ocasión para enviar a todos los argentinos mis mejores augurios y saludos: mucha salud y prosperidad y que Dios les colme con sus gracias y bendiciones.
Junto a Jesucristo Nuestro Señor y Redentor que es nuestro camino, verdad y vida, la Santísima Virgen María siempre ha acompañado al querido pueblo argentino que la venera en múltiples advocaciones.
Hoy día celebremos la Virgen María con una advocación especial: la de Nuestra Señora de la Merced que es la Patrona de la Arquidiócesis de Mercedes-Luján.
Estoy muy contento de poder celebrar mi primera misa pública en la Argentina bajo el manto de la Virgen María y además en la Arquidiócesis donde se encuentra el Santuario Nacional de Luján. Antes de llegar aquí, a la catedral, he podido visitar, junto con el Señor Arzobispo, el Santuario.
Cuando celebremos, como hoy día, una fiesta mariana, podemos preguntarnos, ¿por qué nosotros católicos, tenemos tan grande devoción por María? La respuesta es, porque la Iglesia Católica quiere proclamar la plenitud del Evangelio sobre la salvación.
En la primera Carta de San Pablo a los Corintios, leemos: “Como todos mueren por Adán, todos recobrarán la vida por Cristo” (15, 22). Si, a causa del pecado de Adán llegó la muerte, gracias a Cristo y su cruz llegó la salvación. Por esta razón le llamamos el nuevo Adán. Pero la historia del primer pecado no es solo la historia de Adán, es también de Eva.
Si Jesús es el nuevo Adán, ¿Quién es la nueva Eva? La virgen María, Madre de Jesús, ella es la nueva Eva. Si la historia completa del pecado incluye a Adán y a Eva, así la historia de la redención incluye al nuevo Adán y la nueva Eva. No se puede proclamar la historia completa de la redención sin la nueva Eva, María.
Podemos encontrar en la Biblia muchos paralelos entre el viejo Adán y Eva, por una parte, y por otra parte, entre Jesús y María.
Por ejemplo, en el Antiguo Testamento, Eva salió de la costilla de Adán. En el libro de Génesis leemos: “Dios hizo caer sobre el hombre un profundo sueño, y (…) Le sacó una costilla y llenó con carne el sitio vacío”(Gen 2, 21), pero en el Nuevo Testamento Jesús nació de la Virgen María, Jesús tomó carne de una mujer, su madre.
En el Antiguo Testamento, fue Eva la primera en desobedecer e introducir a Adán al pecado, en el Nuevo Testamento, fue la mujer, María, la primera en obedecer. Ella ha dicho “sí” al Arcángel Gabriel, “Yo soy la esclava del Señor: que se cumpla en mi tu palabra” (Lc 1, 38).
Ahora vemos claramente, que nuestra devoción a la Virgen María forma parte de la verdadera historia de nuestra redención. La verdadera devoción a María nunca nos aleja de su Hijo, nuestro Señor y Salvador.
“Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre María de Cleofás y María Magdalena”.
Todos han abandonado a su Hijo, pero ella no lo abandonó. María se quedó con su Hijo. Una mujer que ama, pero también una mujer fuerte.
Puede ser que en el momento de la pasión de su Hijo, no recordaba más las palabras del Ángel sobre su Hijo “Será grande, llevará el título de Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, para que reine sobre la casa de Jacob por siempre y su reino no tenga fin” (Lc 1, 32-33).
No está ningún trono, María ha visto su Hijo en agonía en la madera de la cruz; su Hijo está en la cruz, un trono para los esclavos. La muerte de la cruz, en realidad, fue reservada sobre todo a los esclavos.
Es entonces más que natural, que celebrando la advocación de María de la Merced, recordemos la escena de María bajo la cruz, trono de su Hijo, porque Ella nos libra de ser esclavos. María que nos libre de los cautivos. Cada época tiene sus esclavitudes. En tiempo de la fundación del Orden Religioso de la Merced, en el siglo decimo tercero, fue la esclavitud de los cristianos en las tierras musulmanas, hoy día tenemos nuestras esclavitud. Nuestros pecados, vicios y debilidades que dependen de nosotros. Tenemos en el mundo de hoy también esclavitudes que no siempre dependen de nosotros como por ejemplo la pobreza, la falta de trabajo y la injusticia.
Este año 2020 es excepcional a causa de la pandemia, desde hace seis meses estamos bajo la esclavitud del coronavirus. Nuestro mundo fue encerrado y todavía lo está, porque queremos frenar la difusión de esta enfermedad. La Arquidiócesis de Mercedes-Luján hace pocos días ha despedido al arzobispo emérito, Monseñor Agustín Radrizzani, que falleció el miércoles 2 del corriente, por Covid-19. La pandemia está presente y es peligrosa. Es una vera esclavitud de nuestro tiempo.
Pedimos hoy día, a través de la poderosa intercesión de María de la Merced, que el Señor nos libre de la esclavitud de la pandemia. En las situaciones difíciles quién sufre más, son siempre los débiles, los pobres y los desprotegidos. Gritemos entonces hoy día frente de Nuestra Señora de la Merced: “Ayúdanos; por tu intercesión, que tu Hijo libere el mundo entero de este coronavirus.
Este tiempo de pandemia nos enseño al menos tres cosas: si la muerte de una persona querida nos permite de asumir la fragilidad de nuestra vida, la pandemia nos mostró la fragilidad de nuestro mundo cotidiano, de nuestro modo de vivir. Todo mundo estuvo encerrado y todos los planes humanos fueron cancelados. La secunda, es la importancia de estar juntos; la importancia de comunidad. Es casi paradójico, de un lado tenemos miedo de otro ser humano, para no ser infectado, de otro, no se puede sobrevivir a la pandemia sin ayuda de la gente que trabaja en las tiendas, en los hospitales, sin gente que trabaja para que haya luz y agua. La tercera, en este tiempo de pandemia, debemos hacer algunas preguntas sobre el sentido de vida; sobre el destino y finalidad de nuestra vida y de nuestro mundo.
María de la Misericordia puede ayudarnos a acoger las lecciones de esta pandemia. Conscientes de que no todo depende de nosotros, fuertes con el espíritu de fraternidad y sabiendo que pretendemos en la vida, podemos volver al mundo post pandemia, para continuar nuestra vida.
“Jesús, viendo a su madre y al lado al discípulo amado, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dice al discípulo: ahí tienes a tu madre”.
A primera vista, parece que Jesús está simplemente cumpliendo con el deber filial del cuarto mandamiento, es decir, hallar acomodo y seguridad par una madre viuda que va a quedarse sola. Pero, más allá de esta lectura, hay un dato que nos inclinan a otra interpretación. Por ejemplo, si Cristo sólo hubiera querido dejar a su madre en el cuidado de san Juan, lo natural sería dirigirse primeramente a él, y no a ella, como consta en el texto. Además, ¿por qué comienza llamándola “mujer” y no “madre”? Sin duda porque la vocación maternal de María no se refiere aquí a Jesús, sino que se hace extensiva a todos a quienes el discípulo amado está representando.
Todo indica que aquí se proclama la maternidad espiritual de María sobre los cristianos. Ella es nuestra Madre; Madre de todos los discípulos de su Hijo. María tiene muchos títulos; es suficiente recordar la letanía loretana, llena de lindas advocaciones, pero más bella y más importante es ser Madre de Dios y nuestra Madre.
Amar a María como nuestra Madre supone sentirnos unidos en la gran familia, que es la Iglesia. Llamar madre a María nos remite necesariamente al gran momento en que Cristo entregó su vida por nosotros en la madera de la cruz. Invocar a María como madre nuestra es algo más que un puro recurso sentimental, supone sentirse unidos como hermanos en la cruz de Cristo; supone ayudarnos a llevar mutuamente las cargas y las cruces; supone tener las fuerzas de liberarnos de nuestras esclavitudes.
Es ella la que nos repite siempre “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2, 5). Ella no solo dice, sino que también fue la primera discípula de su hijo, y nos muestra cómo ser buena cristiana o buen cristiano.
Si queremos renovar nuestra fe y nuestro compromiso con Jesucristo, María puede ayudarnos, no solamente a través de su intercesión sino a través de su ejemplo.
Hoy queremos encontrarnos con María de la Misericordia; con nuestra madre. Si recurrimos confiados a ella, ella nos va a decir qué debemos hacer y sentiremos su amor por nosotros. Pidamos a Nuestra Señora de la Merced que nos ayude a liberarnos de todo aquello, que no nos permite sentir el amor de Dios en nuestras vidas cada día.
La solemnidad de hoy día es la fiesta patronal de esta Catedral y la Arquidiócesis de Mercedes-Luján; es la fiesta de ustedes, permítanme pues de presentar a todos Ustedes, en primer lugar a su Arzobispo, a todo el clero, a los religiosos, las religiosos y a todos los fieles de esta Iglesia, los mejores deseos, que María de la Misericordia pida su Hijo, nuestro Señor, de conceder a Ustedes muchas gracias terrestres y celestiales, de paz, salud y prosperidad; que Dios bendiga esta Arquidiócesis y toda la Argentina. Y así sea.
Mons. Miroslaw Adamczyk, nuncio apostólico