¡Señor del Milagro! Aquí estamos en esta tarde de un 15 de setiembre muy especial. Todo lo que deseábamos preparar para rendirte nuestro homenaje y contigo a tu Madre, nuestra Señora del Milagro, no pudo ser. El Milagro de este comienzo de la tercera década del Milenio lo has preparado Tú, hasta el último detalle. ¡Si hasta el lapacho que te saludaba desde el frente de la Catedral Basílica escondió sus flores! Este Milagro es todo tuyo, todo de María.
El marco que nos ofrece la situación actual en nuestra Salta nos remite a aquél 27 de marzo en el que el Santo Padre Francisco, en la soledad de la Plaza San Pedro en el Vaticano, puesto delante de tu imagen nos recordaba: “Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a rezar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca estamos todos”[1].
I. Hoy experimentamos la verdad de lo afirmado por el Papa. La violencia de la pandemia se hace sentir entre nosotros. La enfermedad se expande, el sistema de salud amenaza colapsar, nuestros trabajadores de la salud y de la seguridad se ven desbordados, algunos agotados. La experiencia de la fragilidad física, espiritual y social es de todos. ¿Qué mensaje susurra nuestro tiempo?
El Salmista nos lo recuerda cuando invocando a Dios, Juez de las Naciones le dice: “¡Levántate, Señor. Que los hombres no se envanezcan… que aprendan que no son más que hombres”[2]. En efecto, la experiencia de los límites que son inherentes a nuestra condición humana están a la vista. Los recursos humanos son muy buenos, pero son insuficientes. Porque sólo son humanos. La ciencia no es omnipotente, la tecnología también tiene sus límites, las organizaciones son limitadas. Por ello surge desde lo hondo del corazón el pedido de ayuda: ¡Sálvanos, Señor! Sólo somos hombres, varones y mujeres, ricos y pobres, profesionales y trabajadores, jóvenes y ancianos, habitantes de las ciudades y del campo… sólo somos hombres.
Dirigimos confiados nuestra mirada a Ti, que siendo Dios te hiciste hombre. Y desde tu corazón queremos enfrentar nuestras vulnerabilidades. Las mismas atraviesan familias y sociedades y nos invitan a repensar, cada uno, su lugar en el mundo.
En primer lugar, hemos de enfrentar la vulnerabilidad física y social. La salud es un bien que debemos cuidar. Cuidar la vida desde la concepción hasta la muerte. Cuidar a los niños y a los jóvenes. Cuidar la calidad de vida para crecer en justicia y equidad. Cuidar el medio ambiente y a los excluidos y sufrientes de nuestra humanidad. Cuidar al hermano, no excluir a nadie. Resuena en nuestros oídos el llamado del Papa Francisco en su encíclica Laudato Sí: “Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por el despertar de una nueva reverencia ante la vida; por la firme resolución de alcanzar la sostenibilidad, por el aceleramiento en la lucha por la justicia y la paz y por la alegre celebración de la vida”[3].
En segundo lugar, la vulnerabilidad política e ideológica. La enfermedad ha superado proyectos partidarios e ideológicos y ha puesto en evidencia sus límites y la mezquindad de segundas intenciones. ¡Qué triste es contemplar el aprovechamiento de la situación para justificar decisiones dudosas en desmedro del bien común! La enfermedad desnuda al ser humano. Éste no puede ser explicado por ideologías parciales, por visiones sesgadas, por mesianismos de cartón. En su mayor pobreza el hombre emerge grande. “Jesús nos recordó que tenemos a Dios como nuestro Padre común y eso nos hace hermanos”, enseña el Papa Francisco, y continúa: “El amor fraterno sólo puede ser gratuito, nunca puede sr un pago por lo que otro realice ni un anticipo por lo que esperamos que haga. Por eso es posible amar a los enemigos… Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos… Por eso la Iglesia propone al mundo el ideal de una civilización del amor. El amor social es la clave de un auténtico desarrollo”[4].
En tercer lugar la vulnerabilidad económica. Las economías han sufrido y continúan sufriendo un deterioro muy grande. Nos estamos empobreciendo. Son muchísimas las familias que ven disminuir su calidad de vida, sus ahorros, sus posibilidades frente al futuro. Son demasiados los hogares a los que no les alcanza ni para comer. Los hombres y las mujeres que enfrentan la posibilidad de perder su trabajo sufren la angustia de un futuro incierto. Se impone la necesidad de una solidaridad real, sostenida, transparente y de una conducción honesta, austera, paciente. Es duro ver a los que lucran con la enfermedad, con la necesidad del otro, con el dolor ajeno. Tu llamado nos exige aprender a compartir nuestros medios para salvar vidas sin discriminación alguna.
II. En medio de este mundo, aquí estamos, Señor, delante de ti, pobres y necesitados, pero confiados y dispuestos a inaugurar un tiempo nuevo. Aquí están nuestras familias, Aquí están nuestras comunidades parroquiales, nuestras instituciones, nuestra comunidad eclesial. Aquí están todos tus devotos, tus peregrinos cuyos corazones, tendidos desde distintos lugares del mundo, hacia aquí y te dicen: ¡Somos tuyos!
Reconocemos tu llamado a celebrar el Pacto de Fidelidad con cada uno de nosotros, con cada una de nuestras familias, con nuestro pueblo de toda la arquidiócesis y de toda la Provincia de Salta, con todos tus devotos. Pero, Señor, perdónanos, no hemos podido sacar tu imagen. Perdónanos Señor.
En la soledad conmovedora de una plaza que añora la multitud parece escucharse tu voz que nos dice: ¡No! Este año yo los quiero cargar a cada uno de ustedes. Necesito que ustedes salgan de dentro de sus seguridades y vayan a las calles de los demás, de la humanidad que tiene necesidad de ustedes, los cristianos, para que le muestren un mundo nuevo, una humanidad distinta, reconciliada, fraterna. Necesito que ustedes muestren en su estilo de vida que mi amistad llena el corazón del hombre y le da sentido a la vida, a la familia, a la sociedad. Necesito que cada cristiano muestre que el corazón humano sólo puede alcanzar su plenitud en su apertura al bien, a la verdad y a la belleza; que es posible vivir en una austeridad solidaria, en un estilo de vida fraternal, en un clima de ayuda mutua, de compromiso auténtico con el otro, de perdón que estimula a recomenzar cada día.
Necesito que ustedes sean testigos de mi amor incondicional por cada uno de los hombres y mujeres del mundo. Háganlo con el respeto sincero, con la palabra y los gestos veraces, cordiales, humanos. Necesito que sean constructores de comunión y no de división. Necesito que sean santos.
Señor, el camino es difícil. Sin embargo es tu voz la que nos dice: “Yo soy el camino”, yo los acompaño, los sostengo, los levanto. “Yo soy la verdad”, los libero, los dignifico, les doy un horizonte. “Yo soy la vida”, los llamo a entregarla sirviendo a la vida de todos, como lo hice yo, entregándola hasta derramar sangre y agua.
Ayúdanos a descubrirte en tu Iglesia, en esta tu familia que nos ofrece tu vida en el bautismo, tu perdón en el sacramento de la Reconciliación, nos ofrece a Ti mismo en la Eucaristía. En ella nos acompañas a lo largo de toda nuestra vida, a cada uno y a las diversas comunidades, en ella te haces presente en el transitar de la vida con la simplicidad de lo cotidiano y con la fuerza de tu Espíritu que hace nuevas todas las cosas. Desde Ella nos animas constantemente a comprometernos en la construcción de un mundo más justo, más fraterno, más humano.
Queremos agradecerte porque te pones a la mano en la oración personal, en los momentos de plegaria familiar, en nuestras celebraciones parroquiales o de los organismos, movimientos e instituciones. Queremos agradecerte por tu cercanía en las comunidades en las que vivimos el misterio de tu Iglesia. Queremos descubrirte y ponernos a tu servicio en los hermanos que nos necesitan.
Queremos agradecer contigo a todos los que nos cuidan. Al mundo de los servidores de la salud, médicos, enfermeros, bioquímicos, fisioterapeutas, nutricionistas, psicólogos, técnicos, personal jerárquico y administrativo, de farmacias, de limpieza, cocina, lavandería y mantenimiento, camilleros y proveedores. También al mundo de los que cuidan de la seguridad, a la policía y a las distintas fuerzas, a los trabajadores de los servicios esenciales, a todos, a todos.
Con tu Madre, María Santísima del Milagro, queremos pedirte que nos enseñes a descubrir delante de tu Padre que es nuestro Padre, el misterio de vida que se esconde en esta hora. Danos la capacidad de guardar en el corazón tu Palabra para vivirla hasta la Cruz, como lo hizo Ella.
Señor del Milagro, golpeamos la puerta de la llaga de tu costado para entrar en tu Corazón y celebrar el Pacto contigo. Escúchanos, abrázanos, te necesitamos.
III. Queridos hermanos:
Vamos a celebrar el Pacto. Lo hacemos en este tiempo del Jubileo de la Laudato Sí a la que nos convoca el Papa Francisco. Laudato Sí son las dos primeras palabras del Cántico de las creaturas de San Francisco de Asís. El Poverello, sufriendo y cercano a su muerte, desborda su amor al Señor y Creador. Su cántico es una profesión de fe en el Dios de la Vida.
Al finalizar la segunda guerra mundial, un grupo de deportados fue trasladado por miembros de la SS, desde un campo de exterminio, en tren hacia un destino incierto. Durante 21 días padecieron el hambre extremo, el frío y la crueldad. Día a día veían desgranarse la vida de sus compañeros arrojados en los vagones agotando su ya moribunda resistencia. Era la primavera del año 1945. Entre los prisioneros venían cinco frailes franciscanos. Estaban en un vagón sin techo. En un momento descubrían el sol de la primavera y alguno se animaba a ponerse de pie y podía ver el despuntar de la misma en las flores que la anunciaban. Pero la muerte aparecía cada día más amenazante. Casi al final, uno de los frailes, a las puertas de expirar, miró a sus compañeros y entonó el Cántico de las criaturas. Uno de los testigos que narra este hecho comenta que fue un mensaje de esperanza para ellos. También hoy, nosotros, al renovar el Pacto de Fidelidad hagámoslo como una ofrenda de esperanza para nuestros hermanos y un canto de alabanza al Señor que sigue buscando el amor de un pueblo. Amén.
Mons. Mario Cargnello, arzobispo de Salta
Notas:
[1] PAPA FRANCISCO, Homilía del momento extraordinario de oración en tiempos de pandemia del 27 de marzo de 2020.
[2] Sal 9, 20.21
[3] FRANCISCO, Encíclica Laudato Sí (LS), (24.05.2015), 207.
[4] LS 228.229.231