Viernes 15 de noviembre de 2024

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Exaltación de la Santa Cruz

Homilía de mosneñor Mario Antonio Cargnello, arzobispo de Salta, en la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre de 2020)

Queridos hermanos:

Entre los detalles que la Divina Providencia regala a nuestra comunidad y a los devotos del Señor y la Virgen del Milagro no es menor el que nuestras celebraciones en honor a de la Virgen el 13 y del Señor el 15 de septiembre, estemos celebrando hoy 14 el día de la Exaltación de la Santa Cruz.

I. La historia del Milagro empieza con un gesto interpretado así por el pueblo: ante la imagen de la Virgen que había caído desde su hornacina y estaba puesta frente al Altar y la corona caída, el pueblo vio el gesto de Esther, acerca de la cual hemos meditado ayer –de la figura y el sentido del gesto-. Y en el Señor del Milagro, el pueblo entendió que el Señor nos cuidaba, es el amor de un Padre buscando el amor de un pueblo. El Señor y la Virgen aparecen unidos en el misterio de la Encarnación a lo largo de toda la vida de Jesús y, particularmente, en el misterio de la Cruz. El Señor Crucificado y al pie de la Cruz, la Santísima Virgen, resumen la fe de la Iglesia de todos los tiempos. La piedad cristiana la pensó siempre de pie “Stabat Mater dolorosa” reza el himno, estaba de pie la madre dolorosa. Hay un misterio de comunión en la Cruz. El desarrollo de la Fiesta del Milagro que nos invita el día 13 a pasar desde la mañana, en que celebramos a la Virgen junto a la Eucaristía, junto al Altar a la tarde cuando la contemplamos al pie de la Cruz en la Procesión de Penitencia. Las dos jaculatorias que marcan el ritmo de las estaciones nos hablan de esto: “Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo”, decimos al comienzo de la estación y al final: “Madre llena de aflicción, de Jesucristo, las llagas graba en mi corazón”. Forma parte de la raíz cultural de Salta unir, en ese abrazo de amor, al Señor del Milagro con la Virgen y amalgama ese amor en la majestad de la Cruz.

En la historia de la Iglesia, la Cruz en un comienzo no era presentada, porque era un patíbulo humillante, era la muerte de los esclavos. Por eso algunos autores paganos se burlaban, y no sólo ellos, sino que el pueblo pagano se burlaba de los cristianos porque veneraban a un Crucificado. La Cruz es escándalo dirá San Pablo: “escándalo para los judíos y motivo de risa para los griegos, pero para nosotros es fuerza y sabiduría de Dios”.

Hoy contemplamos ese misterio paradojal. ¿Cómo el patíbulo de la Cruz puede ser un signo que transforma al hombre? Es así, la devoción cristiana dio lugar a la imaginación y, por ejemplo, algunas narraciones hablaban de que la Cruz había sido tomada del árbol mismo de Adán (de estas cosas se habla en Tierra Santa en la Iglesia Basílica de la Pasión y Resurrección). Más allá de lo que puede ser dar rienda libre a la imaginación está la percepción del misterio de que en la Cruz nace un mundo nuevo: este Dios que siempre nos desconcierta con su amor y que es capaz de hacer de un signo de muerte, el árbol de la vida. 

II. Quisiera compartir esta mañana, hermanos queridos, con todos ustedes algunas indicaciones que el Papa Francisco nos ha hecho en su Encíclica sobre el llamado a la Santidad en el mundo de hoy. Nosotros hemos pensado, hemos rezado y reflexionado delante del Señor para gritarle: “Somos tuyos, somos de María, somos hermanos”. Ayer insistíamos en el “somos de María”, hoy pensamos en el “somos hermanos”, porque en la Cruz nace la novedad de vida que se traduce en la fraternidad como marca de la relación entre los cristianos y como apertura de los cristianos a todos los hombres del mundo.

El Papa Francisco firmó esta Encíclica, el 19 de marzo del año pasado. Se llama: “Alégrense y regocíjense en el Señor”. Él nos ofrece cinco notas para vivir la santidad en el mundo de hoy. Al pensar en el “somos hermanos”, podemos denunciar errores o carencias, pero me parece mejor preguntarnos ¿qué puedo ofrecer a este mundo atravesado por la angustia, el dolor y la muerte de la pandemia? ¿Qué puedo ofrecer yo? Un cristiano sabe que la mejor ofrenda que hace al mundo es su lucha por la santidad, por vivir al estilo de Jesús. Los tonos varían según las épocas, pero siempre tiene que primar el amor; las propuestas están condicionadas por las circunstancias, pero siempre se tiene que proclamar el valor de la persona humana, como imagen y semejanza de Dios; el camino siempre se tiene que sostener en el encuentro con la Palabra de Dios; en la oración, en la celebración de los sacramentos y en particular en la Reconciliación y Eucaristía, en el servicio a los hermanos.

Las épocas nos exigen tonos nuevos o exigencias especiales, el Papa señala cinco, porque dice: “Nuestra época está marcada por la ansiedad nerviosa y violenta, por la negatividad y la tristeza, por esa asedia –pereza- cómoda, consumista, y egoísta, por el individualismo y por tantas formas de falsa espiritualidad sin encuentro con Dios que reinan en el mercado religioso actual”[i]. Todavía no estábamos con el problema del coronavirus, pero el Papa un año antes anticipa esta realidad. ¿Frente a ella qué tengo que dar yo? ¿Cómo vivir la santidad?

III. Primero, nos pide: “aguante, paciencia y mansedumbre” ¿Dónde encontrar la fuerza para saber atravesar un tiempo difícil? En la conciencia que Dios me ama y me sostiene “Si Dios está con nosotros, quién estará contra nosotros” le dice Pablo a los romanos. Esa solidez interior que se asienta en la certeza del amor de Dios nos da fuerza, paciencia y constancia. Quien se apoya en Dios, bien puede ser fiel frente a los hermanos, no los abandona en los momentos malos, no se deja llevar por su ansiedad y se mantiene al lado de los demás, aun cuando eso no le brinde satisfacciones inmediatas.

¿Cómo tener fuerzas para vencer el mal a fuerza de bien? Hay que luchar, dice el Papa; hay que reconocer nuestras inclinaciones agresivas y egocéntricas y no permitir que se arraiguen en el corazón, por eso debemos recurrir a la oración. No nos prestemos a las cadenas de violencia verbal, agresivas, difamatorias cuando no calumniadoras que a veces se alimentan en las redes sociales, además de los círculos de nuestra relación donde nos juntamos para la murmuración y la crítica. El santo no gasta sus energías lamentando los errores ajenos, es capaz de hacer silencio ante los defectos de sus hermanos y evita la violencia verbal que atrasa y maltrata porque no se cree digno de ser duro con los demás, sino que los considera superiores a sí mismo. No nos hace bien mirar desde arriba, colocarnos en lugar de jueces sin piedad, considerar a los otros como indignos y pretender dar lecciones permanentemente. Esto supone aceptar humillaciones, no se crece en la humildad si no aceptamos humillaciones y busquemos tener un corazón pacificado, aprendiendo a confiar en la misericordia divina. Eso es lo primero: aguante, paciencia y mansedumbre.

Lo segundo: alegría y sentido del humor. El santo es capaz de vivir con alegría y sentido del humor. Sin perder el realismo, ilumina a los demás con un espíritu positivo y esperanzado. Ser cristianos es gozo en el Espíritu Santo. Dejemos que el Señor nos saque de nosotros mismos, de la caparazón que nos encierra y que nos dé la alegría de ponernos al servicio de los demás. La Virgen, el mismo Jesús, nos invitan a la alegría. Es cierto que hay momentos de Cruz, pero el cristiano sabe esperar para descubrir allí la luz. Hay santos que nos muestran la fuerza de la alegría y el buen humor, en particular, destaca la historia de la espiritualidad a Santo Tomas Moro, San Vicente de Paul y San Felipe Neri. No se trata de la alegría fruto del consumismo que “empacha la vida y el corazón” , sino una alegría que se vive en comunión, que se comparte, que se reparte, que anima a los otros y nos ayuda enfrentar la vida.

En tercer lugar: audacia y fervor. Tenemos que aprender a salir de nosotros mismos, “No tengan miedo” decía Jesús , “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos”.

La audacia se alimenta de alegría y nos da fervor. La audacia se alimenta del encuentro con Cristo y nos hace salir de nosotros mismos. La audacia en el Evangelio se la llama “parresía”, don del Espíritu Santo y nos hace vencer esas comodidades, individualismos, instalaciones, ese pesimismo que a veces nos quita la paz. Dios no tiene miedo y nos empuja a la audacia para anunciarlo. Tantos sacerdotes, religiosos, religiosas que dan su vida; los médicos, los servidores de la salud que en estos días nos muestran su capacidad de entrega. Nosotros, cristianos, tenemos que anunciar al Señor; no nos dejemos vencer por el miedo. En las actitudes de cada día, en el corazón de nuestras familias anunciemos con nuestra alegría que sabemos descubrir en el frio de la noche o de la madrugada, el alba que despunta y el sol que ha de dar luz y calor a nuestra vida. ¡Ya pasará este tiempo! Seamos nosotros profetas de la esperanza.

Cuarta nota: todo se vive en comunidad. Nuestra vida espiritual no crece en una soledad autorreferencial. Nadie puede creer que va a ser santo por mirarse a si mismo, en un espejo falso que nos pudiera mostrar virtudes que nos atribuimos y nos hace despreciar a los demás. La santidad se vive con los otros, crece con los otros, alegrándonos de las virtudes de los demás y cultivando la paciencia frente a los defectos. La santidad no crece en un estado de bienestar fruto de una cerrazón que nos aísla, la santidad se madura en la paciencia, en la convivencia, en la capacidad de crecer con el otro y nunca contra el otro. Es el mismo Señor quien nos ha dicho que “que todos sean uno”.

Por último dice el Papa, la quinta nota, es la oración. “El santo es una persona con espíritu orante, que necesita comunicarse con Dios”. Y dice esta afirmación el Papa Francisco: “No creo en la santidad sin oración”. San Juan de la Cruz recomendaba procurar andar siempre en la presencia de Dios, de acuerdo a lo que permitan las obras que esté haciendo. La oración nos pide silencio, momentos de soledad para estar con el Señor, que nos devuelve a los hermanos. La santidad supone mirar y dejarnos mirar por Cristo, estar delante de Cristo. Citando a San Bernardo, uno de los patronos de Salta, dice: “Si ante el rostro de Cristo, todavía no logras dejarte sanar y transformar, entonces penetra en las entrañas del Señor, entra en sus llagas porque allí tiene su sede la misericordia divina”.

Trabajemos, luchemos en este tiempo por ser cristianos que testimonian al Señor sin miedo, conscientes que el mejor servicio que podemos dar en el tejido de la sociedad donde nosotros estamos trabajando es ofrecer esa agua refrescante del aguante, la paciencia y la mansedumbre, ese color de la alegría y sentido del humor, la fuerza de la audacia y el fervor, el abrazo de la comunidad y la mirada tendida al infinito que nos da la oración… y que todo eso nazca del encuentro con Cristo en la Cruz.

Queridos devotos del Señor y la Virgen del Milagro, hermanos todos, somos hermanos y los hermanos esperan estas actitudes básicas de nosotros, luego se traducirán en el lugar donde nos toque vivir. La alegría y el buen humor lo vivía Tomás Moro siendo ministro del Rey Enrique VIII y le escribía con humor a su hija, pocos días antes de morir, porque murió mártir. Eso transforma la vida de cualquiera., eso hace capaces de transformar el mundo que nace de la fuerza de la Cruz y son acompañados, sostenidos por el Señor y la Virgen. Vamos a celebrar la Eucaristía que renueva el sacrificio de la Cruz. ¡Señor, ayúdanos a tomar en serio tu llamada a la santidad, y a testimoniarla en nuestros tiempo, con nuestra docilidad al espíritu, siguiendo las huellas del Señor, de la mano de nuestra Señora!

Mons. Mario Cargnello, arzobispo de Salta