El individualismo no es sólo una idea, es una manera de vivir, es un programa de vida y empapa todo, aun no dándonos cuenta, empapa la cultura, la política, lo económico, lo social, lo familiar. La ética, la moral, quedan tomadas también por esta manera de entender la vida y de vivirla. El individualismo toca y trastoca todo, también la experiencia del respeto que es de lo que quisiera compartir en esta reflexión.
El respeto surge en una experiencia de reconocimiento del otro, yo me limito frente al derecho del otro, lo reconozco, lo considero, pienso que lo que el otro cree o actúa en conciencia para mí es una invitación a considerarlo, a respetarlo.
Pero el individualismo hace que uno sea la medida de todas las cosas, que lo que yo pienso es lo valedero, y entonces, centrado en mí mismo, el otro desaparece, no lo considero.
Fíjense qué interesante la etimología de la palabra respeto, tiene que ver con volver la mirada para atrás. Respetar etimológicamente es la idea de “volver a mirar”. No alcanza una primera mirada, necesito volver a mirar para valorar, para considerar, para tener en cuenta. Para respetar hay que volver a mirar.
Y por eso el Evangelio nos propone una idea mucho más amplia del respeto que la que nosotros tenemos, que es solamente no avasallar el derecho de los otros. El evangelio, Jesús, toda su doctrina, todo su mensaje, toda su propuesta de estilo de vida, está sopesado entre el valor de la persona y de la comunidad, porque la persona se hace en los vínculos, en la comunidad.
El individuo, el individualismo, no valora la vincularidad, los vínculos, la relación, se encierra. Es una doctrina que rompe los vínculos.
Jesús es un maestro de vida que va vinculando a todos los que va conociendo. Entonces la persona es importante y la comunidad es importante, persona y comunidad, ahí está la vida, es otro estilo de vida, otra manera de proponer la vida, otro proyecto que debería empapar la cultura, lo político, lo económico, la moral, la ética.
El fragmento del Evangelio que hoy leímos corresponde al capítulo 18 del Evangelio de Mateo, que comienza con una pregunta que le hacen los discípulos a Jesús. Acuérdense que para el evangelista Mateo es muy importante este mensaje que Jesús trae del Reino: en las parábolas del Reino, el Reino está, el Reino crece, el Reino es la presencia de Dios, el proyecto de Dios. Los discípulos le preguntan a Jesús ¿En el Reino quién es el más importante? Entonces Jesús pone un niño en medio de ellos y les dice: “Miren, hay que hacerse pequeño” En el Reino los pequeños son muy importantes. Son más importantes que los poderosos, los famosos, el Reino es otra cosa. Las personas no valen por lo que tienen, sino que valen por lo que son.
Hay que tratar siempre de cuidar a los pequeños, de hacer de todo para salvar a los pequeños. Entonces va a decir “Cuidado entonces con escandalizarlos, cuidado con ponerles un piedra de tropiezo adelante”, -que es lo que significa escandalizar- “más le valdría, al que hace eso con un pequeño, que le pongan una piedra de molino y lo tiren al río”, dice Jesús. Es muy grave maltratar a los pequeños. O va a decir “por un pequeño hay que dejar las noventa y nueve ovejas para salir a buscarlo”; o “hay que hacer la corrección fraterna” como leímos hoy o “hay que perdonar”, como leeremos el domingo que viene.
Para Jesús en el Reino, un pequeño es muy valioso, hay que comprometerse con el pequeño. El pequeño, el pobre, el frágil, el débil, la persona enferma, la persona deprimida, la persona sin trabajo, una persona que pierde en sí misma su valor, se deja de considerar o el mundo la deja de considerar, ese es central en el Reino, dice Jesús.
Entonces ¿qué es respetar a un pequeño? Es cuidarlo, es salvarlo. Si se equivoca hay que hacer esto que hoy leíamos en el Evangelio, Hay que acompañarlo, con mucha delicadeza, porque la cuestión no es condenar, sino salvar. Jesús invita a hacer un camino muy comprometido con el pequeño que se equivoca y que hace algo que está mal en la comunidad,- algo serio-, no estamos hablando de cosas menores.
Hay que ir en privado, en lo íntimo primero, hay que tratar de dialogar, acompañarlo, para ayudarlo a que vea de otra manera, que comprenda. Y si esto no resulta, hay que ir con dos de la comunidad, no para condenarlo, no para hacer fuerza, sino para ayudarlo, dos o tres testigos.
Y si esto no resulta es muy importante la comunidad, siempre para rescatar, para que la persona comprenda lo valiosa que es. Y si esto no resulta hay que ponerlo en manos de Dios. Porque en la comunidad la presencia de Dios es muy importante. Tanto que Jesús dice de la Iglesia, de la comunidad, lo que dijo de Pedro: “Ustedes tienen la llave para abrir y cerrar”. Es decir que para Jesús el respeto hacia el otro no es sólo no avasallar sus derechos, -que está bien-. Respetar al otro es ponerlo en valor, comprometerse con el otro, cuidarlo, sobre todo a aquel que experimenta la fragilidad de la propia vida, de su propia existencia, incluso el pecado, la equivocación. Respetarlo es comprometerse con el otro.
En una experiencia de vida individualista el otro se borra de mi horizonte, desaparece y que haga lo que quiera. Cada uno es dueño de sí mismo, decimos, y el otro me importa poco si se salva o se condena, anda bien o se equivoca. Y por eso lejos de practicar la corrección fraterna como nos propone Jesús, cuando el otro se equivoca lo primero que hacemos es despellejarlo, difamarlo, hablamos con los otros del pecado del otro. Y esto no pasa sólo en los medios de comunicación, pasa dentro de las mismas comunidades parroquiales, los sacerdotes, los obispos, con el Papa, somos ligeros de lengua. Nos faltamos el respeto. Lejos de comprometernos con el otro, lejos de cuidar al otro, y de ayudarlo para que recapacite, cada uno en lo suyo, y termina importándonos poco el otro.
El Evangelio de Jesús nos propone un compromiso serio por el otro, por el bien del otro. Seguramente todos coincidimos en ver cómo se va degradando nuestro estilo de vida y la falta de respeto que nos tenemos. No considerar el derecho del otro pero también no comprometerse con el otro, dejar que el otro haga, diga, piense, le vaya como le vaya. La cuestión es salvarse.
Para Jesús es tan fuerte la salvación de todos que hay que comprometerse. Cada uno sabrá, cuándo, cómo, por qué, qué momento es el indicado para comprometerme con el otro.
Lo que sí me parece es que tenemos que hacer un trabajo de conversión profunda, porque todos somos demandantes de que se nos respete, todos demandamos respeto, que se nos considere, que se nos valore lo que decimos, lo que pensamos, lo que hacemos. Un tiempo de demanda enorme.
Pero sería bueno pensar ¿cuánto nos demandamos a nosotros mismos para respetar al otro, para comprometerme con el otro, para ser capaz de valorar al otro, de volver a mirarlo?
Y si tengo que hablar con él, y si nos tenemos que comprometer en una pequeña comunidad y tenemos que ayudar al otro lo hacemos en verdad, de corazón.
Pidamos al Señor que nos de la fuerza de tener un compromiso respetuoso para ayudarnos en este camino de la salvación.
Mons. Jorge Eduardo Scheinig, arzobispo de Mercedes-Luján