El evangelio que acabamos de proclamar está en el contexto de la Última Cena. El evangelista Juan recrea la última Cena que Jesús tuvo con los apóstoles y lo va haciendo en varios capítulos, empieza en el capítulo 13, con un gesto muy significativo de Jesús a sus apóstoles, sus discípulos, que es el lavatorio de los pies.
Jesús les dice a ellos que eso que Él está haciendo, ellos lo tienen que repetir, porque toda la vida para Jesús es el amor, es entregarse. Jesús se va a entregar en la Pascua. En esa cena íntima, su última Pascua con los discípulos, con sus apóstoles, Él con gestos y con palabras, los va a animar a entregar la vida, que es el camino pascual. Para el cristiano no hay otro camino.
El camino nuestro es el camino pascual, es el camino de la entrega, no de una entrega a medias, sino una entrega total. Jesús enseña en esa escuela apostólica. A estos hombres frágiles, pescadores, sencillos, les enseña a entregar la vida.
En un momento les dice “Crean, Crean en Dios, crean en Mí”. Lo que les está proponiendo es una forma de vida que implica un olvido de sí mismos tan grande que implica centrar la confianza en Él. No se puede entregar la vida así, si no se confía en Él. Por eso acabamos de escucharlo a Jesús decir “Crean”.
No es un creer intelectual, la fe no es una especie de iluminación de la inteligencia, sino que para entregar la vida pascualmente, Jesús dice: Crean, confíen, apóyense en Mí, en mi Padre. Entonces termina invitando a una confianza en lo que va a venir, porque la muerte es muy fuerte, pero no tiene la última palabra, sino la Vida. Por eso, se describe con esta imagen tan linda: “En la casa de mi Padre hay lugar”.
La muerte no los va a encontrar, sino que lo que los va a encontrar en esa entrega pascual es la Vida, la Vida Total.
Para nosotros los cristianos la vida es un todo de pasado, presente y futuro. No es sólo pasado – la vida es pasado, y en él encontramos luces, sombras, pecado, gracia-. En nuestro presente vamos encontrando la riqueza de la vida, pero también la fragilidad del tiempo histórico, la fragilidad de la propia vida, y también la del cuerpo, de la ancianidad. El futuro es la promesa de la totalidad de Dios. La vida es todo, pasado, presente, futuro, en la misericordia y el amor de Dios.
Por eso en cada Eucaristía nosotros celebramos que Dios hace alianza con nuestra vida, con nuestro pasado, nuestro presente, nuestro futuro.
Hoy celebramos la pascua de un hombre que estuvo en la escuela apostólica de Jesús mucho tiempo. Agustín fue un hombre que de chico entendió que su vida era una vida para Jesús, en ese Bernal, en su barrio lleno de vida salesiana, su papá, su mamá, su hermana religiosa salesiana. En el 2022, Agustín hubiera cumplido 50 años de sacerdote, pero estaba teniendo 29 años de obispo. Es mucho tiempo en la escuela de Jesús, en la escuela apostólica, donde sin dudas fue aprendiendo a entregar la vida, porque en definitiva este es el aprendizaje más importante que el Señor nos invita a hacer cuando nos llama.
Cuando nos decí: “Vení”, como Agustín escuchó “Vení, seguime”, todos sus años de vida fueron para aprender el misterio de la entrega, de la Pascua. Y hay una intimidad de cada uno de nosotros en el Señor, que es muy personal y tiene esa riqueza de la amistad con el Señor y que está en la conciencia de Agustín y en esos diálogos que él a lo largo de la vida ha tenido con Jesús.
Pero también hay algo público porque la vida de cada uno de nosotros también se hace a base de testimonio. Eso que los apóstoles aprendieron de Jesús tenían que comunicarlo. Agustín, un hombre llamado a dar testimonio. El llamado es una misión y a través de su testimonio, hay cosas que fuimos descubriendo de su riqueza interior, de su entrega. Por eso muchas personas fueron descubriendo en él la riqueza de su entrega. Podríamos dar muchos testimonios. A lo largo del día fui escuchando distintas cosas, distintas miradas.
Yo comparto dos cosas que me han impactado de la vida de Agustín, siento que tal vez empobrezco, porque cada uno de los que lo conocimos podríamos decir muchas cosas que nos han impactado de su entrega, de su testimonio apostólico.
A mí me ha impresionado su sensibilidad. Nosotros, los que compartimos con él y esto nos lo hemos contado algunas veces, nos impactaba una sensibilidad que muchas veces lo llevaba a conmoverse hasta las lágrimas. Cuando falleció papá, me llamó por teléfono conmovido hasta las lágrimas y mucho podríamos decir de esa sensibilidad que lo hacía muy humano, muy comprensivo de lo humano.
Tal vez una de las características de la sensibilidad es esa capacidad de comprender, de tener empatía con el otro, y por lo tanto de mucha cercanía. Agustín era un hombre cercano. Una sensibilidad exquisita que lo hacía entender, comprender la vida del otro y acercarse. Y por eso podía ser padre y hermano. Esa capacidad de lo humano seguramente aprendida en sus años jóvenes de Don Bosco, Agustín un salesiano de pura cepa, le hacía tener esa delicadeza con lo humano.
Y lo segundo que a mí me ha impactado es su pobreza, su austeridad de vida. Muy austero, yo conviví con él un par de años, un hombre de mucha austeridad, mucha pobreza. En la vida cotidiana, nada opulento, siempre en lo sencillo, oculto. Y esto lo hacía muy humilde, del “humus”, de la tierra. La pobreza, la austeridad, a uno lo va haciendo muy cercano a la tierra, y por eso al abajamiento, -a poder abajarse- y entonces ser muy oblativo, sacrificar la vida, tener capacidad de no solamente entregar la vida, sino entregarla sacrificadamente.
Porque uno puede entregar la vida de manera espectacular, pero hay una entrega que se hace en el silencio, en lo secreto, y eso a veces conlleva mucho sufrimiento y para hacerlo uno tiene que tener una enorme capacidad de dominio de sí mismo.
A mí me ha impactado la sensibilidad de Agustín y su pobreza y son dos rasgos muy lindos de un pastor, de un hombre que fue aprendiendo en la escuela apostólica de Jesús y por eso no dudo de que celebramos su Pascua. Una muerte muy austera, de esas que hoy estamos viviendo y que lo hace muy solidario a este tiempo.
Hoy a esta hora todavía no sabemos si Agustín tenía el virus, aún no nos han dado los resultados de los análisis, (a las 22.00 hs se confirmó que efectivamente sí lo tenía) pero más allá de eso fue rápida su internación, fue rápido su deceso. Agustín fue un hombre que vivió y murió con capacidad de entregarse y ser solidario.
Y esto también a todos nos ha llamado la atención, su entrega a su mamá. La familia de Agustín era su papá (ya fallecido), su mamá, y una hermana salesiana fallecida hace algunos años (que era la que se encargaba de su mamá), y él se encargó de su mamá con un cariño y una entrega total, tanto que apenas dejó el ministerio episcopal, con ella se fue a vivir al Hogar de Ancianos de Junín.
Hoy lo escuchaba en una prédica que el año pasado hizo en una escuela de las Hermanas Salesianas en Ensenada. Y me llamó la atención un cuento –él estaba hablando de Don Bosco, de una anécdota de su vida- y me animo a decir algo a partir de esa anécdota.
Cuenta que Don Bosco está acompañando a su madre en el lecho de muerte con algún compañero, pero que cuando ve que está por morir, Don Bosco sale de la habitación, porque no quiere ver morir a su madre. Y después de fallecida, entra a la habitación, le da la bendición y sale corriendo como 5 o 6 cuadras- cuenta Agustín, hasta la Iglesia donde está la Virgen y le dice: “Acabo de perder a mamá. Necesito que vos seas mi Madre”. Yo escuchaba esa historia contada por Agustín en la homilía y siento que el Señor lo preservó de ver morir a su mamá. En su sensibilidad exquisita el Señor le dio la gracia de acompañarla y de preservarlo de ese momento.
Por supuesto que los invito a rezar mucho por la mamá. Lamentablemente no podemos estar con ella en este tiempo en el Hogar de Ancianos, pero sí podemos acompañarla con nuestra oración, porque va a ser un golpe muy duro para la mamá, que va a cumplir 98 años en Diciembre, si Dios quiere. La muerte de una hija religiosa, la muerte de su hijo obispo, una mujer muy lúcida, con muchas dificultades físicas pero muy lúcida. Sin dudas va a ser un golpe grande, pero acompañémosla a Marina con nuestra oración sentida.
Los invito, queridas hermanas, queridos hermanos, a rezar por Agustín, dando gracias por su entrega muy generosa, toda su vida entregada, hombre fiel al Señor y a su Iglesia, a Dios y a su pueblo. Demos gracias por Él, por su testimonio, por todo el bien que nos hizo a cada uno de nosotros. Los invito a hacer memoria de todo lo vivido con este pastor y a darle gracias a Dios.
Mons. Jorge Eduardo Scheinig, arzobispo de Mercedes-Luján