Viernes 15 de noviembre de 2024

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Fiesta Patronal de San Roque

Homilía de monseñor Hugo Nicolás Barbaro, obispo de San Roque de Presidencia Roque Sáenz Peña, en la Fiesta Patronal de San Roque (16 de agosto de 2020)

Saludo al Señor Gobernador del Chaco que ha querido hacerse presente a través de un mensaje, al Sr. Intendente Municipal, Contador Gerardo Cipollini, a los integrantes del Consejo Municipal, y a las fuerzas de seguridad que han conaborado tan activamente en la caravana que llevó esta mañana la imagen peregrina de San Roque por nuestra ciudad.

Estamos viviendo desde hace ya meses circunstancias muy especiales en todo el mundo: esta dura pandemia que con sus más y sus menos se viene llevando vidas y que conlleva tantos sufrimientos por la misma enfermedad, el miedo, el aislamiento y tantas consecuencias graves en lo familiar, en lo económico y en lo social. En este contexto celebramos al Patrono de esta diócesis y de esta ciudad, San Roque, a cuyo auxilio acude la gente desde el Siglo XIV en situaciones de peste, de epidemias.

Le estamos pidiendo con fe -lo hacemos en esta Santa Misa- que interceda ante Dios para que cese esta dura situación. Presento a nuestro Padre Dios, queridos fieles que siguen esta celebración por los medios de comunicación y las redes sociales, las intenciones de todos.

La Iglesia quiere que acudamos a los santos como intercesores tan cercanos a Dios. También que aprendamos de ellos, porque han sabido reflejar en sus vidas de un modo total aspectos relevantes de la vida de Cristo. Las lecturas de la Misa ilustran los de San Roque, los podemos considerar brevemente.

El Profeta Isaías destaca el error de quienes creían que agradaban a Dios solo cumpliendo algunos ritos externos como los ayunos: ‘ya cumplí con Dios, ya está’. Está bien vivir ritos y ayunos, pero es necesario convertir el corazón, limpiarlo del orgullo, de la violencia, del egoísmo, de las pasiones desordenadas. El Profeta indica cuál es el ayuno que Dios quiere: desatar las cadenas del mal, las del sufrimiento que podemos causar a otros, incluso hablando mal de alguien; quiere Dios que sepamos asistir, alimentar, ayudar a los demás, sentirlos como de la propia carne.

San Roque tenía estas actitudes bien metidas en su corazón. Siendo joven quedó huérfano. Repartió entonces sus bienes entre los pobres, era de familia rica. En su peregrinación a Roma le sorprendió una peste y sintió como carne propia el sufrimiento de tantos enfermos de los puebles por los que pasó; no los conocía, pero se detuvo como el buen samaritano, y los atendió hasta contagiarse él mismo de ese mal.

No es nada fácil esto, hace falta mucha oración, un cambio profundo, se lo pedimos al Señor a través de San Roque. Las enseñanzas de San Juan nos dan una pauta para esta transformación: pensar en Cristo que dio la vida por nosotros, y dice por eso también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos.

Qué difícil entender que la felicidad está en dar más que en recibir. Hay muchas cosas que cuesta entender que harán bien, como aceptar una inyección. Aceptemos el consejo de San Juan para ser felices: ‘date a los demás, como Cristo, da la vida’.

Hace unos días vi un video con la historia llena de imágenes de una religiosa joven que falleció hace unos pocos años en un terremoto. Se trataba de una chica irlandesa, extrovertida, con muchos amigos, su novio; le gustaba salir, ir al boliche y ella mimo dijo públicamente que en ese ambiente de alcohol y droga había ofendido mucho a Dios. Era actriz, quería ser famosa, llegar a Hollywood. Un Viernes Santo, movida por amigas, acudió a un encuentro religioso, y al besar los pies de Cristo en la Cruz experimentó su amor hasta el extremo. Lloró por sus pecados, sintió que tenía que entregarse al servicio de los demás, y decidió ser religiosa como las que habían organizado ese encuentro. Nadie le creía por la vida que llevaba, pero acabó siendo religiosa. Era alegre, divertida, rezadora; lo que más impresionaba de ella era que vivía dándose hasta el agotamiento a los demás: ancianos, enfermos, y en especial jóvenes y orientaba a muchos. Murió aplastada en un terremoto en Ecuador hace pocos años, estaba sirviendo a la gente en un sitio muy pobre. Su fama de santidad es por su modo de servir y llevar a Dios a la gente. ¿Ves? San Roque, pero en otras circunstancias reflejando igualmente a Cristo. Tal vez esta mujer joven sea declarada santa con el tiempo.

El Evangelio recoge la imagen que el mismo Cristo dio del Juicio Final. Presidirá como Rey, e irá separando a los que entran en el Cielo de los que se van al Infierno. ¿Y en qué se fijará para que entremos al Cielo, cuál será el código de barras? Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber; era peregrino y me hospedaste, necesitado de ropa y me vestiste; estaba enfermo o en la cárcel y viniste a visitarme. Y le preguntarán, pero ¿cuándo te vimos a vos con hambre, con sed o enfermo? Y Jesús responderá: cuanto hicieron con esos necesitados, lo hicieron conmigo.

Tenemos que rezar, que tratar mucho a Dios, pero no sería auténtico nuestro amor si no se reflejará en el interés por los demás, en la caridad. Invito a Uds. queridos fieles que escuchan desde sus casas a preguntarse, ¿replico las actitudes de San Roque en la familia? ¿Sirvo a los demás, aporto paz, o me distraigo en gustos y egoísmos, me gana el orgullo? ¿Me preocupo de las necesidades de los otros, en el barrio, cuando descubro alguna? A veces no podemos hacer mucho, pero sí rezar y no es poco. Recuerdo a un muchacho que me decía: aunque me mientan, cuando me piden para el colectivo les doy, yo tenía que pedir cuando era chico y me ayudaban.

La solidaridad va más allá de dar dinero. Hay que dar tiempo y cariño, detenerse. Recuerdo a un viejito que estará en el Cielo; no solo daba limosna con generosidad a los pobres, sino que se detenía a preguntarles por sus circunstancias, dónde vivían o cómo vivían; tal vez ese cariño aportaba más que su generosidad en la limosna.

Pedimos a San Roque que cese la pandemia, que nos ayude y asista en todas las consecuencias duras que conlleva. Recemos por tanta gente que sirve en silencio, aún a riesgo de la propia vida: agentes sanitarios, fuerzas de seguridad y tantas personas como las autoridades civiles, empleados, religiosas. No pensemos solo en nosotros mismos, recemos por ellos.

Le presentamos a San Roque todas nuestras necesidades. Le pedimos que nuestro corazón se humille, que los demás puedan reconocer en cada uno de nosotros a Cristo que pasa, que se hace presente a través de nuestra sonrisa, de nuestros detalles de interés, de atención, de caridad. Que nos conceda ser muy felices siendo servidores de todos, solidarios de corazón. Que así sea.

Mons. Hugo Nicolás Barbaro, obispo de San Roque