El papa Francisco, en su exhortación apostólica Evangelii gaudium, nos recuerda y actualiza la íntima relación que existe entre la confesión de la fe y el compromiso social: «La aceptación del primer anuncio, que invita a dejarse amar por Dios y a amarlo con el amor que Él mismo nos comunica, provoca en la vida de la persona y en sus acciones una primera y fundamental reacción: desear, buscar y cuidar el bien de los demás» (n. 178). Ello también nos abre el corazón hacia la necesidad de reparación y de arrepentimiento. A comienzo de este año, un diputado de la Nación que valoro y aprecio me decía entre risas y a modo de sentencia: «No te conviertas en el sindicalista de los militares». Ante el inesperado consejo le respondí que tendríamos que buscar, juntos, caminos de encuentro en la verdad y siempre en la justicia. Esas palabras me hicieron pensar sobre la realidad en cuestión y rezar al respecto.
Como creyente, no puedo callar y quedarme en la comodidad del silencio cuando, en este tiempo, y en nuestra querida Argentina, se sigan lesionando judicialmente derechos de muchos, en particular de aquellos fieles que la Iglesia me ha confiado. Debemos buscar la justicia con «hambre y sed» ya que «la justicia empieza por hacerse realidad en la vida de cada uno siendo justo en las propias decisiones, y luego se expresa buscando la justicia para los pobres y débiles» (exhortación apostólica de Francisco Gaudete et exsultate, n. 79). Sabemos que un país sin Justicia va a la deriva y peligramos todos. Sabemos también, y lo experimentamos, que la Justicia está herida. Debemos recuperar la auténtica credibilidad en la Justicia, sin ideologías, sin partidismos, en el trabajo arduo y difícil en la búsqueda de la verdad. Pero más allá de la Justicia me preocupa la ausencia de humanidad. Es inhumano el trato de muchos detenidos que más allá de sus situaciones personales son mayores con muchos años a cuesta, enfermos y algunos excedidos en los tiempos legales de la prisión preventiva. Su situación de detención ya no se presenta como justicia. La ausencia de humanidad manifiesta un acto injusto y no pocas veces se parece mucho, mucho a venganza. A estos detenidos también podemos llamarlos nuevos pobres. Pobres en el sentido de carencia, ya que ellos carecen de respeto, de voz, de verdad, carecen de objetividad y de debido proceso. Les aseguro que no es exagerado decir que «son pobres entre los pobres».
Por cierto, no estamos de acuerdo y repudiamos profundamente cualquier violación de los derechos humanos. De esta manera, no se puede comprender que se recurra a prácticas que, intentando ser ejemplares, desembocan en situaciones de flagrante violación a ellos. Como señalé en otra oportunidad, nos urge tender verdaderos puentes que custodien el restablecimiento de los principios que han custodiado en los dos últimos siglos los derechos humanos de todos los habitantes del mundo civilizado. El cimiento de una república, de un verdadero Estado de Derecho, no debe ser el odio. Sin verdad, sin justicia, en fin, sin humanidad, no será posible una paz estable y sólida sobre los principios republicanos que dieron origen a nuestra querida Nación.
Mons. Santiago Olivera, obispo castrense