“Yo soy el pan de Vida.
El que viene a mí jamás tendrá hambre;
el que cree en mí jamás tendrá sed”
Ex 16, 2-4. 12-15; 2 Cor 6, 4-10; Jn 6, 24-35
Estamos reunidos en el lugar mismo del martirio de Mons. Angelelli. Mártir quiere decir testigo. En el martirio se da testimonio de la fe en Cristo, fe que el mantuvo firme en tiempo de persecución.
Es el lugar del derramamiento de su sangre. Lugar de dolor y también de esperanza. Porque es una vida entregada por amor, por amor a Dios y a su pueblo. Una vida vivida en la confianza de Jesús muerto y resucitado que promete y da la vida Eterna a quienes lo siguen por el camino de su Evangelio.
De este modo explicaba Mons Angelelli la esperanza cristiana en la misa de exequias de Carlos y Gabriel: “¿Qué significa mártir o testigo, testigo de la Resurrección del Señor? Es testigo el que ha visto, el que ha tocado, el que ha oído, el que ha experimentado y el que ha sido elegido y además enviado para que vaya y les diga a todos: ¡El Señor ha resucitado! Por eso, esta sangre es feliz, sangre mártir, derramada por el Evangelio, por el nombre del Señor, y para servirles y anunciarles la Buena Nueva de la Paz, la Buena Nueva de la felicidad”…[1]
En el Evangelio que acabamos de escuchar Jesús dialoga con un pueblo que lo busca porque él les ha dado de comer en abundancia luego de la multiplicación de los panes y peces. Sin embargo en el diálogo el pueblo le va manifestando el deseo de alimentarse con algo que los sacie en el hambre de Vida Plena que perciben en ellos.
Y Jesús se presenta como “El pan vivo bajado del Cielo”, como ese pan que su Padre les da para que puedan encontrar el verdadero rumbo de sus vidas colme sus corazones de dicha y felicidad. Y para acceder a esa vida plena es necesario realizar “Creer en él, como enviado del Padre”. Creer es aceptarlo, seguirlos, vivir de su persona.
Por eso Jesús presenta la multiplicación de los panes y peces como un signo de una alimento superior, un signo de su presencia como ‘pan de Vida’ que sacia de plenitud la vida de toda persona que se confía a él.
La muerte de Mons. Angelelli en este lugar es un gran signo. Su vida entregada, su sangre derramada por amor, es un signo claro de un Dios que sigue dando vida a través de la entrega generosa de sus hijos.
Hoy nos acercamos a este signo para descubrir más profundamente a Dios y todo lo que él puede hacer en cada uno de nosotros cuando creemos y confiamos en Él.
La fe en Jesús solamente se la puede vivir en comunidad, junto con otros. Estamos llamados a caminar juntos como parte esencial de nuestra identidad cristiana.
Estamos llamados a caminar con todos los habitantes de este suelo buscando hacer realidad el sueño de Dios: la fraternidad universal. Que todos vivamos como hermanos y hermanas transcendiendo todo tipo de diferencias que nos alejan y dividen, ya sea por cuestiones ideológicas, de reza o de religión. Reconociendo a Dios como nuestro Padre y, a través del reconocimiento de la dignidad infinita de cada persona y de un diálogo sostenido en todas las circunstancias la fraternidad se manifiesta para el bien de todos.
Los mártires fueron cuatro, una comunidad. Cada uno con una vocación distinta y los cuatro son miembros de una Iglesia que, a la luz del concilio Vaticano II, buscó vivir su verdadera vocación de servicio a la humanidad, promoviendo la vida de cada persona. Los cuatro son miembros de una Iglesia que fue incomprendida y perseguida por vivir el Evangelio.
Por eso hoy, siguiendo sus pasos y alentados por el papa Francisco que nos anima a vivir profundamente la sinodalidad no dejemos que nada ni nadie nos robe el deseo de caminar con otros, de vivir la vida fraterna en toda circunstancia, superando la tentación al individualismo, venciendo la propuesta de una felicidad egoísta a la que nos induce el mundo actual. Nadie se salva solo, nos salvamos en comunidad.
Cuando Jesús hace el signo de multiplicar los panes y presentarse como el Pan de Vida, lo hace ante una multitud hambrienta y necesitada, que caminaba como ovejas sin Pastor.
Una verdadera comunidad que camina tras las huellas de Jesús es una comunidad abierta y misionera. Que busca al que está solo, que integra a los más pobres y desamparados, que es sensible a sus necesidades. Personas que sufren situaciones de violencia, o padecen la Trata; el consumo problemático y las adicciones; la estigmatización que sufren muchos pobres; falta de trabajo; los agravios en las redes sociales, la adicción a las apuestas on line que afecta a los adolescentes y jóvenes especialmente, los ancianos que viven en soledad.
Para captar estas necesidades en estos tiempos tenemos que agudizar la capacidad de escucha, escucha atenta y despojada de prejuicios. Escucha atenta y dispuesta al compromiso y la integración comunitaria.
Es vital que la Iglesia despliegue ampliamente su salida misionera para ir al encuentro de todos y ponga a los pobres en el centro y no en la periferia de sus propuestas pastorales. Es vital para que una sociedad crezca que incluya de modo preferencial a los pobres.
Así como tenemos que cuidarnos y cuidar la vida más frágil tenemos que cuidar el ambiente donde vivimos, la casa común que nos alberga y que tiene que albergar a las nuevas generaciones.
Sabemos hoy cuanto está dañando la casa común el cambio climático, el calentamiento global fruto de la intervención humana que no deja de extraer al universo más de lo que puede dar. Promoviendo un nivel de consumo que es insostenible y genera profundas desigualdades. Aquí cerca podemos ver en nuestra cordillera la escasez de nieve, en los llanos la escasez de agua, cuantos pequeños productores tienen que desprenderse de sus pocos animales por falta de pastura. Negar el cambio climático es querer tapar el sol con las manos, es no tomar conciencia del daño que se produce a la vida cuando no se detiene.
Por eso es necesario que como sociedad nos involucremos en el cuidado de la casa común, y que ante cualquier propuesta de desarrollo podamos comprobar que sea sustentable y no dañe nuestro hábitat. Nos dice el papa Francisco en Laudato si’: “En toda discusión acerca de un emprendimiento, una serie de preguntas deberían plantearse en orden a discernir si aportará a un verdadero desarrollo integral: ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿De qué manera? ¿Para quién? ¿Cuáles son los riesgos? ¿A qué costo? ¿Quién paga los costos y cómo lo hará?” (n° 185.) De modo particular debemos considerar la afectación al agua, tan escasa en nuestra región, para evitar una escasez que no permita el desarrollo de otras producciones o el acceso al agua potable de la población y, por su puesto, evitar todo tipo de contaminación. Luego va a agregar Francisco: “Hay discusiones sobre cuestiones relacionadas con el ambiente donde es difícil alcanzar consensos. Una vez más expreso que la Iglesia no pretende definir las cuestiones científicas ni sustituir a la política, pero invito a un debate honesto y transparente…” (n° 188)
En esta Iglesia sinodal que busca valorar la vida de todos sus miembros la vocación y misión de cada uno de ellos hoy Fabián será admitido como candidato al sacerdocio para el servicio a Dios y a su pueblo. Luego de haber cultivado la fe en varias comunidades de la diócesis y haber transitados las etapas de formación y maduración en el seminario la Iglesia ve en el los signos vocacionales propios del Orden Sagrado. Por su parte él va a manifestar su compromiso de asumir la vocación y concluir su etapa formativa.
Querido Fabián, damos gracias por este don vocacional y pedimos a nuestros mártires que puedas vivir tu vida con los ojos fijos en Jesús y con una disposición generosa al servicio pastoral.
Damos gracias por el acompañamiento de su familia y comunidades.
Pidamos a Dios para que cada adolescente y cada joven pueda plantearse con claridad y apertura cuál es la vocación que Dios tiene para cada uno. Y que nuestras comunidades sean vivas, dinámicas y abiertas a integrar y acompañar la vida de los jóvenes para que en ella puedan crecer y descubrir su propio lugar en la Iglesia y la sociedad.
Finalmente quiero hacer referencia a este lugar del martirio de Mons. Angelelli donde ahora nos encontramos. Aquí, desde la primera hora y en medio de muchos miedos y dificultades, comenzaron a venir a recordar a nuestro obispo y mantener viva la memoria de su entrega. Se plantó una cruz de hierro que está allí en la vereda, luego se obtiene el terreno y se construye la Ermita, como un espacio de oración y más adelante el salón grande con baños y algunas habitaciones para propiciar espacios de encuentro como el que hoy estamos viviendo. Ahora se está construyendo un parque temático para que cualquiera que aquí venga pueda profundizar en el conocimiento de nuestros mártires, pueda vivir una experiencia de encuentro con Dios a través de su testimonio. Y, sobre todo pueda ser un lugar que nos ayude descubrir el sentido de nuestras vidas y, a la vez, nos ayude a asumir la realidad que hoy nos toca vivir con todos sus desafíos y enfrentarlos con la luz del Evangelio, de las enseñanzas de la Iglesia, con en el testimonio de los mártires y las enseñanzas de Mons. Angelelli.
Agradecemos al gobierno de la provincia por este aporte y trabajemos todos para que este lugar sea un lugar de buena acogida de los peregrinos que aquí acudan y un lugar de encuentro para la renovación de la vida.
Como nuestros mártires, nuestra esperanza está puesta en Cristo Resucitado y, como ellos caminamos en esta vida como peregrinos hacia nuestra casa eterna y definitiva en el cielo. Así sea.
Mons. Dante Braida, obispo de La Rioja
Notas:
[1] Angelelli. Homilía 22/07/1976