En la Casa Histórica de Tucumán, el 9 de julio de 1816, los 33 Congresales firmaron “el acta de la Independencia”. En las paredes de la sala de las deliberaciones hay cuadros que evocan esos momentos solemnes y fundacionales. Los retratos de aquellos hombres parecen haber superado las barreras del tiempo haciendo de testigos y alentándonos a tomar con carnadura propia esos nobles ideales. Entre ellos se destacan Francisco Narciso de Laprida y Fray Justo Santa María de Oro, de participación categórica en las decisiones.
Los Diputados no coincidían en todo, y reconocían tener serias diferencias entre sí, fruto también de los pareceres de aquellos a quienes representaban. No obstante les unía la búsqueda del interés superior del futuro de una Nación independiente de cualquier tipo de dominación. No debemos pasar por alto que los acontecimientos de los cuales estamos haciendo memoria agradecida, se desarrollaron en una casa de familia prestada para que los Congresales pudieran reunirse, debatir, intercambiar ideas y llegar a algunos acuerdos.
Allí mismo, por aclamación espontánea y unánime, “invocando al Eterno que preside el Universo, en nombre y por autoridad de los pueblos que representaban”, declararon “solemnemente a la faz de la tierra investirse del alto carácter de una nación libre e independiente”.
Los Congresales convirtieron esta casa de familia en un espacio fecundo, donde se desarrolló una auténtica deliberación parlamentaria. Esto resulta para nosotros un símbolo de lo que queremos ser como Nación: una familia.
El Papa Francisco nos enseña que en la construcción social y política “el tiempo es superior al espacio”. Experimentamos una tensión entre la plenitud deseada y el límite concreto que topamos. Nos sentimos tironeados entre la coyuntura que reclama respuestas inmediatas, y el horizonte hacia el cual queremos caminar.
Decía Don Atahualpa Yupanqui “Es mi destino, piedra y camino, de un sueño lejano y bello soy peregrino…”
“La utopía nos abre al futuro como causa final que atrae” (EG 222) El deseo nos mueve a la búsqueda. Los sueños nos llevan a la entrega generosa y nos liberan de ser calculadores.
Por eso decimos que la coyuntura es cambiante. El horizonte, en cambio, permanece. En consecuencia, insiste Francisco, es necesario “trabajar a largo plazo sin obsesionarse por resultados inmediatos”, y cuidarnos de la tentación tan a la mano de “privilegiar los espacios de poder en lugar de los tiempos de los procesos”
Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad. Sabemos que andando solo se llega más rápido, pero con otros se llega más lejos.
Los procesos no siempre producen réditos políticos inmediatos, que son tan rápidos como efímeros y no construyen plenitud humana. Tengamos en cuenta la parábola del trigo y la cizaña que acabamos de proclamar (Mateo 13, 24-30) Con el tiempo vence la bondad del trigo.
La gesta libertadora del general San Martín llevó mucho tiempo madurando en su corazón e imaginación. Pero supo esperar la Declaración de la Independencia para que su Ejército tuviera la legitimidad necesaria de actuar en nombre de una Nación soberana.
Pido a Dios nos ayude a construir una Patria de hermanos.
Mons. Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo