Textos bíblicos
1 Re 3,5-12 | Sal 66 | Jn 6, 1-15
Queridos hermanos todos:
En la oración de la asamblea de esta Celebración hemos pedido a Dios, nuestro Padre, por nuestra patria, en este bicentésimo octavo aniversario de su Independencia. ¿Qué le hemos pedido?
“que, por la prudencia de los gobernantes
y la honestidad de los ciudadanos,
se afiancen la concordia y la justicia,
y podamos gozar de prosperidad y de paz”.
El pasado 25 de mayo hemos reflexionado, muy someramente, sobre la libertad, don preciado dado al hombre como distintivo de su condición humana, de un ser racional, es decir, capaz de conocer y elegir el bien personal y comunitario.
Permítanme, inspirado en la Palabra de Dios, suplicar al Señor de la Historia por ustedes, queridos hermanos, investidos por el mismo Señor, con el don de la autoridad que el pueblo les concede por medio de su elección. Reflexionar sobre “la prudencia de los gobernantes y la honestidad de los ciudadanos” es ponernos a la luz de Dios, que es la fuente de la sabiduría, por lo tanto, de la prudencia y el artífice de la paz”.
I
En la primera lectura nos fue anunciado el introito de la oración del Rey Salomón. Esta invocación del Rey sabio fue dirigida a Yahweh en el templo de Gabaón al comienzo de su reinado. “El comienzo” es una invitación a volver al comienzo de nuestro ser Nación independiente, y al comienzo de la vocación de servicio político de cada uno.
¿Qué buscaba? ¿Qué busco hoy como servidor de la cosa pública? Son preguntas que nos ponen ante la necesidad de renovar un compromiso de cara al bien común, que es la razón de ser de la autoridad pública. “Concede entonces a tu servidor un corazón comprensivo, para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal”; esto es lo que pedía el Rey Salomón. Esto es pedir la sabiduría, la prudencia.
La historia universal nos presenta el modelo de reyes y gobernantes prudentes cuyo paso por la misma perdura como ejemplo de todos los tiempos y lugares. También en el pasado reciente y hoy existen gobernantes prudentes El presente también reclama estos gobernantes, que buscan el bien de todos con plena conciencia de que sin la ayuda de Dios es imposible gobernar a un pueblo grande y a situaciones cada vez más interdependientes y complejas.
Por eso quiero pedirle a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo que, a todos ustedes, a todos los que gobiernan nuestra provincia y a nuestras ciudades y pueblos, desde cada uno de los tres poderes del Estado, les otorgue sabiduría, sabiduría para alentar y contener, esperar y dar esperanza, provocar solidaridad y crear fraternidad.
Sabiduría para alentar y contener: los tiempos son difíciles. La tentación de enfrentarnos en discusiones estériles está a la puerta. Un gobernante que nos aliente con su palabra y su ejemplo de trabajo, de austeridad, de preocupación y ocupación real por las necesidades de todos, es una luz que permite empezar cada día disponiéndonos a poner el hombro a la tarea de construir un presente más justo. Y esto contiene a la comunidad. El que gobierna y trabaja en la función pública es un faro para muchos, para todos, aún para los adversarios. En los tiempos difíciles son más necesarios que nunca personas capaces de marcar rumbos conteniendo a los ciudadanos.
Sabiduría para esperar y dar esperanza. Que no nos ahoguen las urgencias, que las cosas importantes estén primero. Rehacer el tejido social, recuperar la calidad educativa, restablecer una verdadera justicia social, nos está exigiendo mucho esfuerzo y sacrificio. Los más pobres son los más castigados. Ver a los que nos conducen, realmente ocupados en esta tarea enciende la luz de la esperanza y da capacidad para acompañar el tiempo que sea necesario.
Sabiduría para provocar solidaridad y crear fraternidad. Necesitamos su testimonio de austeridad ciudadana, de honradez en el cuidado de los fondos públicos, de animación del compromiso real de sus colaboradores con los que piden correctamente ser atendidos. Que nadie se sienta expulsado de la comunidad ciudadana por la ostentación del poder o del dinero. Me impresiona la actitud de tantos hermanos pobres que, a pesar de necesidades y carencias, siguen confiando en los que son sus líderes.
Que sus vidas y su obrar nos muestren cómo trascender y buscar un progreso que busque ser más como sustento de un tener más, verdaderamente humano. Sólo la educación integral de los niños y de los jóvenes posibilitará un desarrollo sostenible.
Ustedes saben mejor que yo, lo que es necesario pedirle al Señor para ser un gobernante a la altura de nuestro presente y de nuestra historia. Les deseo que en lo profundo de su corazón puedan escuchar lo que el Señor dijo a Salomón: “Porque tú has pedido esto … ni riqueza ni la vida de tus enemigos, sino que has pedido el discernimiento necesario para obrar con rectitud, yo voy a obrar conforme a lo que tú dices: Te doy un corazón sabio y prudente”.
II
Dejémonos iluminar un instante por el texto del Evangelio. Se trata de la multiplicación de los panes narrada por el evangelista Juan. Jesús se interesa por el hambre de los que acudían a él. “¿Dónde comparemos pan para darle de comer?”, le dijo a Felipe. Poco tenían. Pero había algo. cinco panes de cebada y dos panes. “¿Qué es esto para tanta gente?” La observación de Andrés es lógica. Pero la lógica de Jesús es superior y superadora. Él realiza un gesto eucarístico, un gesto de donación total que anticipa la última cena: bendice y reparte, reparte y comparte, y llega a saciar el hambre de todos. Es un gesto del Dios hecho hombre, y del hombre que da la vida por los hermanos haciéndose pan y desafiándonos a hacer lo mismo. Es el gesto del hombre honesto, que busca la verdad y hace el bien y no para aparecer. Jesús nos da el ejemplo: “se retiró otra vez, solo, a la montaña”.
El gesto de Jesús es ejemplar. Y tiene vigencia hoy, y lo tendrá siempre.
En la oración de la asamblea pedíamos la prudencia, la sabiduría para los gobernantes. Pero también pedimos la honestidad para los ciudadanos.
La honestidad es el ornato de las personas dignas. Es una condición fundamental para las relaciones humanas, para la amistad y para una vida comunitaria auténtica. La honestidad respeta la vida, se caracteriza por la confianza como actitud y como testimonio que contagia. Se fundamenta en la sinceridad y la apertura y expresa la disposición interior de vivir a la luz de la verdad.
La honestidad abre nuestra conciencia al bien e impulsa a nuestra voluntad para que lo busque y lo siga. Por eso rechaza la duplicidad entre el pensar, el decir y el actuar. La persona honesta busca la verdad y la justicia y construye la amistad social rechazando cualquier exclusión.
En la perspectiva cristiana la honestidad descubre en el pobre a Cristo y se compromete en ayudarlo, sin propagandas, con eficacia y perseverancia.
Una nación crece cuando crece el número de ciudadanos honestos. Y crece más todavía cuando esos ciudadanos honestos nos gobiernan. Que el Señor nos conceda ese regalo. Que la política educativa se oriente a la formación de ciudadanos honestos. No bajemos los brazos. Luchemos por crecer como Nación. No nos cansemos de hacer el bien. Confiemos en el Señor como nuestros próceres de la Independencia. Esta es la hora de todos los argentinos.
Mons. Mario Cargnello, arzobispo de Salta