Lecturas: Ez 34, 11-16; 1
Cor 12, 3b-7. 12-13;
Lc 10, 1-9. 17-21
Queridos hermanos y hermanas:
¡Con alegría celebramos “90 años de fe, esperanza y misión”!!!
Nos hemos reunido de todos los puntos cardinales de la diócesis. Nuestro encuentro de hoy tiene un motivo: celebrar la fiesta de San Nicolás, el patrono de toda la diócesis, y celebrar los 90 años de vida como Iglesia diocesana. Varios de ustedes han recorrido muchos kilómetros desde temprano para estar aquí. Han traído de cada zona las imágenes representativas de nuestra fe. En cada una de ellas vemos expresado de modo particular el Evangelio, la Buena Noticia de Jesús que hoy nos alienta a vivir el camino de santidad al que Dios nos llama a todos.
Somos pueblo del Tinkunaco, un pueblo con vocación de Encuentro, por eso hoy a la misma hora que cada 31 de diciembre, estamos viviendo este encuentro entre nosotros, encuentro con los santos y encuentro con el mismo Dios”.
Qué bien nos hace encontrarnos como miembros de un mismo pueblo, contemplar el rostro de hermanos y hermanas que viven la misma fe en distintos rincones de nuestra querida provincia. Qué bueno es estar unidos a tantos que nos acompañan por la Televisión y las redes sociales.
Estamos aquí porque nos convoca el Señor y porque, como decía el salmo, “Somos su pueblo, ovejas de su rebaño”. Somos pueblo que camina con sus santos pero “con los ojos fijos en Jesús” Hb 12,2. Él, al hacerse hombre, vino a manifestarnos de un modo claro e inconfundible el Amor de Dios por cada uno de nosotros. En la Diócesis, la Imagen del Niño Alcalde, del Señor de la Peña, del Niño de Hualco, del Sagrado Corazón, la Cruz de los mártires de Chamical nos conectan directamente con Jesucristo, con el Amor mismo, la Vida y Vida en abundancia.
Sí, estamos reunidos por que nos sentimos amados profundamente por un Dios que es rico en misericordia y nos busca para que, unidos a él, tengamos una Vida plena y feliz.
Que esta misa, que en este Encuentro nos dejemos amar y querer por el Señor y por su pueblo. La oración compartida en comunidad, la Eucaristía especialmente, nos llena el corazón y nos anima en la misión cotidiana.
Escuchamos recién del profeta Ezequiel que Dios dice: “¡Aquí estoy yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él.” Esta promesa será cumplida en la persona de Jesús quien luego encomendará el pastoreo de la Iglesia a Pedro y los Apóstoles y a sus sucesores sin dejar de ser él el único Buen Pastor que sigue guiándonos en cada etapa de la historia.
A lo largo de estos 90 años nuestra querida Iglesia diocesana ha sido guiada por diferentes pastores-obispos que han contado con la entrega generosa de numerosos presbíteros, religiosos y religiosas, de muchos laicos y laicas han dado fiel testimonio del Evangelio.
En este año jubilar, y en esta jornada en particular, damos gracias a Dios por nuestra historia y por todos los que fueron sembrando el Evangelio en nuestras vidas y hoy continua dando frutos.
A su vez, caminamos este año jubilar en plena reflexión y búsqueda de vivir más profundamente la SINODALIDAD en la Iglesia. Queremos caminar todos juntos como pueblo de Dios y hacerlo con dinámica misionera.
El Evangelio que escuchamos nos da un claro testimonio de cómo Jesús va ampliando el número de misioneros. A demás de los Doce ahora convoca y envía a Setenta y dos para que Vayan y lleven la paz a cada casa, a cada hogar.
En esos Setenta y Dos está representado todo el pueblo de Dios que es enviado como misionero a llevar la Palabra y presencia del Señor.
Esta fiesta diocesana es para nosotros una ocasión para dar gracias por el camino recorrido, por la rica historia de Iglesia y, al mismo tiempo, para revitalizar el impulso misionero de nuestra Iglesia. Es vital que la Iglesia reavive su espíritu misionero. Porque la vida de cada uno es una misión, todos somos enviados por Jesús a ser testigos de lo que su Amor y su Palabra han hecho en nosotros. Porque la misión requiere, en primer lugar, compartir lo que hemos vivido y experimentado personal y grupalmente.
Además Dios nos ha capacitado, a través de su Espíritu Santo que nos habita, con talentos y dones para que con ellos podamos hacer el bien todo el tiempo. Como nos lo decía el apóstol Pablo: “Hay diversidad de ministerios… hay diversidad de actividades… [Así], en cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común.”
Queridas comunidades aquí reunidas, hoy somos nosotros los elegidos y enviados por Jesús. En esos 72 estamos también nosotros como pueblo riojano, llamados y enviados por Jesús.
El mundo en que vivimos, nuestra tierra, nuestros pueblos y campos, el amplio mundo del continente digital son el lugar de misión que hoy tenemos. Allí encontramos muchos desafíos, injusticias, carencias y también necesidad de Dios, de cultivar un vínculo más estrecho con el Señor.
Vemos que hay personas y jóvenes especialmente que no encuentran el sentido profundo a sus vidas. El alto índice de suicidios, el crecimiento exponencial de las adicciones, los numerosos accidentes de tránsito son, seguramente, algunos reflejos de esa falta de sentido que lleva muchas veces a descuidar la vida. Nos interpela también realidad de los despidos laborales dejando descubiertas áreas de servicios necesarias para el desarrollo de la sociedad, especialmente de sectores más postergados. Nos duele la desintegración de muchas familias, niños que crecen sin el cariño y atención suficiente de ambos padres. Hoy nos duele Loan, el niño desaparecido en Corrientes.
A la vez se ven buenas señales de un compromiso creciente en la toma de conciencia de que los cambios pueden darse cuando ponemos los dones recibidos al servicio de los demás. Hay quienes se dedican a fortalecer las instituciones sociales, como los clubes o centros vecinales, gremios, sindicatos, asociaciones; quienes generan iniciativas para acompañar a personas ancianas o dar de comer a quienes están en situación de calle o pobreza; o quienes generan emprendimientos para fortalecer la economía familiar produciendo alimentos, o brindando servicios, por ejemplo. Cuántos dedican su tiempo gratuito a la catequesis o llevar adelante experiencias pastorales y misioneras. Cuántos evangelizan a través del arte, el deporte, el mundo digital, de talleres laborales o recreativos, ecológicos.
Vivir la vida como misión tiene muchas expresiones y todas enriquecen la vida social y comunitaria. No podemos quedar indiferentes al envío de Jesús ni tampoco a las necesidades de muchas personas.
Escuchamos recién que al regresar de la misión “Los setenta y dos volvieron y le dijeron [a Jesús] llenos de gozo: ‘Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre’”.
Los discípulos, se alegran, porque al ir en nombre de Jesús y compartir lo aprendido de él, las cosas iban cambiando y el mal mismo era vencido. Experimentan claramente que lo malo en el mundo no tiene la última palabra, y esto es motivo de profunda alegría y gozo. La alegría del Evangelio es una alegría misionera. De igual modo nosotros sentimos la alegría de la misión cumplida para la Gloria de Dios y servicio de los demás.
Si todo lo que hacemos, lo hacemos en nombre de Dios, y nos capacitamos para ser eficientes en las tareas que nos tocan… así, el mal huye y bien crece y ser irradia en todas las personas y realidades.
El Evangelio que escuchamos expresaba también la alegría de Jesús: “En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños.”
Jesús destaca que los que comprenden sus enseñanzas y la viven son los pequeños, los humildes, los sencillos, la gente simple, los que confían en Dios y en los demás. Por tanto el camino de una vida plena tiene que ver con dejar el control de la vida al Señor, permitiendo que él doblegue nuestro orgullo y autosuficiencia. Los pequeños son los que no buscan condicionar a Dios ni le exigen que actúe según los propios intereses o ideologías personales o de grupo, sino los que con humildad aceptan que Dios se manifieste en sus vidas y se disponen a seguirlo, siempre.
Esta tierra Nicolasiana, que tanto ama a San Nicolás, en estos 90 años dio a la Iglesia cuatro mártires que amaron esta tierra y por su pueblo dieron la vida. En ellos vemos reflejado mucho de lo que acabamos de decir de la alegría misionera. Hoy, como pueblo de Dios que peregrina en La Rioja, damos gracias por sus testimonios de vida y entrega Evangélica.
Del beato mártir monseñor Angelelli quiero compartir con ustedes dos párrafos de su último mensaje de inicio de año que nos vienen bien al celebrar este aniversario de nuestra Iglesia. Ellos pintan la vida de la Iglesia Riojana: uno en referencia a San Nicolás y otro sobre misma misión de la Iglesia.
Sobre la devoción a San Nicolás del pueblo riojano, palpada bien de cerca en su última visita pastoral, monseñor Angelelli dice: “Lo vivido por Los Llanos y el Oeste, difícilmente se puede traducir en palabras… He experimentado lo que ha sido la convocación de pueblos enteros, en torno a San Nicolás, para escuchar la Palabra de Dios y recibir la gracia sacramental de la reconciliación… Me parece ver y escuchar a niños, jóvenes, hombres curtidos por la vida, ancianos dialogar de todo lo que son y tienen, con un amigo, con su “Tatita San Nicolás”… cada mirada; cada vela nocturna junto al santo en el silencio del campo o de los cerros; las lágrimas de la juventud besando a su “Tatita”; el diálogo personal y amigo con San Nicolás, del hachero, del funcionario público, del niño y de la anciana…”[1]
En ese mismo mensaje esto dice de la Iglesia Riojana: “…Esta es la Iglesia en La Rioja: para conocerla hay que amarla mucho; más aún, exige vivirla mucho. Esta es la Iglesia que, sirviendo a este pueblo, hace nacer y crecer a Cristo en cada corazón de sus hijos… se sabe débil y fuerte a la vez; con la fuerza de Dios no con la de los hombres. Esta es la Iglesia, sacramento de Jesucristo en medio de su pueblo; “signo de contradicción” para quienes no lo ven con los ojos de la fe; “sospechada” y “vigilada”; calumniada y bendecida a la vez; fiel y pecadora; con una misión dada por Cristo y no delegada por los hombres; firme en el contenido de su mensaje y en la defensa del mismo y, a la vez, misericordiosa. Esta es la Iglesia, que nos cuestiona a todos desde el Evangelio y es a la vez Madre y “buen samaritano” con el débil, el errado y el pecador. Esta es la Iglesia en La Rioja: piensa y siente, sabe en QUIÉN confía: CRISTO[2].
Con memoria agradecida hacia el pasado y mirando este presente seamos conscientes que hoy nosotros somos este pueblo riojano del que habla nuestro beato Enrique, que confiamos en Cristo y queremos ser fieles a su Enseñanza y asumiendo con alegría nuestros compromisos misioneros.
Con estas sentidas palabras de nuestro obispo mártir, quiero agradecer a los que en estos 90 años escribieron la historia de la Iglesia en La Rioja y agradecer a los que la escriben hoy día.
A los sacerdotes hoy que entregan sus vidas cada día para el servicio de sus comunidades.
A los diáconos que son fruto de esta última década de la Iglesia diocesana, a quienes les agradecemos su entrega generosa y el animarse a abrir caminos.
A las consagrados y consagradas, que dan vida y calor a la Iglesia diocesana con sus propios carismas.
A los laicos y laicas que viven su fe en medio de las responsabilidades de cada día. Gracias por el testimonio de ustedes que tanto edifican.
Personalmente doy gracias, como Obispo, de compartir la vida en esta bendita y querida tierra riojana. Hace un poco más de cinco años que estoy aquí y aquí con ustedes me siento en casa. Deseo de corazón que cada día crezcamos en el conocimiento mutuo y en el caminar juntos para llevar adelante la misión evangelizadora respondiendo a los desafíos de este tiempo y acompañando la vida real de cada persona y comunidad. Al mismo tiempo, los invita a dejar que Dios purifique nuestras vidas y nos haga ser cada vez más un reflejo de su amor y bondad.
¡Demos lugar en nosotros a este regalo de Dios, ser miembros de esta Iglesia que cumple 90 años, de ser pueblo riojano, de ser tierra del Tinkunaco, de ser tierra de mártires!
La Virgen del Valle, San Nicolás y los beatos Mártires riojanos nos animen en este peregrinar tras las huellas de Jesús divino Niño Alcalde, en este peregrinar hacia la patria celestial, hacia la casa eterna del cielo. Así sea.
Mons. Dante Braida, obispo de La Rioja