Introducción
Queridos hermanos, seguimos transitando con entusiasmo este año Jubilar, vocacional y misionero. Las dificultades que atravesamos como sociedad, nos confirman en la necesidad de comprometernos fuertemente en la vida de nuestros hermanos desde nuestra vocación cristiana y nuestro propio estado de vida. Porque Dios sale a nuestro encuentro para invitarnos a vivir su proyecto de amor en todas las etapas de nuestra existencia, todas oportunas para responder con nuestro sí a la vocación divina sembrada en nuestros corazones. En este contexto quisiera presentar el llamado a la viudez consagrada, vivido en la Iglesia desde los primeros tiempos y en el cual hemos venido reflexionando a lo largo de este tiempo en nuestra Arquidiócesis.
En nuestras parroquias y comunidades, numerosas mujeres que han quedado viudas, se destacan por su compromiso orante y apostólico. Nuestras Cáritas, grupos de oración y equipos catequísticos, de liturgia y misioneros, las encuentra como eficaces integrantes, entusiastas y siempre disponibles. Más allá de las edades concretas, dado que hay viudas más jóvenes que otras, ellas animan con su participación un sentido diálogo intergeneracional tantas veces indicado por el Papa Francisco como una herramienta vital para la Iglesia y para la humanidad. La presencia de viudas constituye sin duda, un dato de nuestra realidad pastoral que a sacerdotes y consagrados nos conmueve e invita a la acción de gracias y al discernimiento de esa especial vocación a la viudez consagrada en algunas de ellas.
La experiencia de la muerte del cónyuge, vivida como una prueba en la fe, puede dar lugar en la vida de la viuda a reconocer una llamada del Señor a pertenecerle incondicionalmente y sin reservas. Así, en la Iglesia están aquellas viudas que libremente, de forma definitiva, hacen el propósito de castidad perpetua; con un rito litúrgico son consagradas por el obispo diocesano, luego del adecuado discernimiento y una cuidadosa formación específica, para adherirse a una forma de vida en la que viven más profundamente su consagración bautismal, su confirmación, así como la vocación conyugal, como "participación en el misterio de la unidad y del amor fecundo entre Cristo y la Iglesia”[1]. Como consecuencia, las viudas testimonian esta consagración haciéndose disponibles a las necesidades de su Iglesia particular y la comunidad parroquial de pertenencia, a través de su servicio de oración y caridad, en un camino de comunión, participación y misión con toda la Iglesia, bajo la guía del obispo.
Últimamente la reflexión eclesial sobre la viudez consagrada ha crecido mucho[2] Por eso, además, de las referencias magisteriales, me sirvo de ese aporte para ofrecer a la comunidad arquidiocesana, una presentación de esta vocación.
1. La viuda en la Sagrada Escritura
En el Antiguo Testamento hay numerosas referencias a las viudas, tenidas en cuenta como destinatarias de la obligación religiosa de Israel a la caridad, beneficiarias de la protección de Dios, su defensor, y modelos de abandono a la Providencia divina[3]. Una y otra vez, la Sagrada Escritura afirma la compasión y solicitud hacia la viuda en su necesidad. Algunas viudas como Judith, Noemí, Rut, son presentadas como signo y colaboración con la acción salvífica de Dios,
En el Nuevo Testamento, hay referencias a algunos rasgos de la espiritualidad de la viudez: la caridad, la oración fiel y el abandono a la providencia de Dios en medio de la necesidad, entre otras cosas. Junto al testimonio de Ana, la viuda perseverante y fiel, que profetiza ante el niño Jesús[4], tenemos las palabras de Jesús que, en sus parábolas y comentarios, las pondera por su perseverancia y confianza absoluta en Dios[5].
Si para la primera comunidad, la necesidad de atender a huérfanos y viudas, motivó la institución del diaconado[6], vemos en la primera Carta a Timoteo, además del reconocimiento de cierto asociacionismo de las viudas, la invitación a que participen de la acción evangelizadora y solidaria de la Iglesia[7].
2. La viuda en los Padres de la Iglesia y en antiguas normas eclesiales.
Tempranamente encontramos referencias a las viudas en san Ignacio de Antioquía[8]. San Policarpo exhorta a las viudas, altar de Dios como las llama, a la oración incesante en nombre de todos[9]. También Tertuliano las ve como altar de Dios[10], expresión de la caridad de la Iglesia y la oración perseverante. Hermas las exhorta a preservar la castidad, viviendo para Dios, en penitencia y ayuno, y destaca la figura de la viuda Grapte, animadora de la viudez consagrada y catequista de la comunidad[11].
Distintos textos canónicos de los primeros siglos regularon la vida y función de las viudas consagradas en la Iglesia. Así la Tradictio apostolica, la Didascalia, la Constitutiones apostolicae, la Statuta ecclesiae antiqua, los Cánones eclesiásticos de los Apóstoles, reconocían a las viudas consagradas su estatus y pertenencia a un ordo eclesial, confiriéndoles una función fundamentalmente catequética, litúrgica y de caridad entre los más necesitados.
Para san Juan Crisóstomo, la verdadera viuda tenía que ser un modelo de santidad femenina, con una vida dedicada completamente al Señor[12].
Con san Ambrosio, san Agustín y san Jerónimo, llegarán aportes verdaderamente significativos sobre la vida y la misión de las viudas. San Ambrosio escribe De viduis, una obra sobre las viudas, presentadas como imagen de la Iglesia que ora[13] y que se concreta en tres servicios: el deber de amar a los hijos y los demás familiares, el empeño de la hospitalidad llevado a cabo con una actitud humilde y el ministerio de una misericordia abundante, cooperando con la fragilidad de los hermanos[14].
También San Agustín en su Carta a la viuda Proba, se refiere a la vida de oración[15]. En su libro De bono viduitatis, sobre la bondad de la viudez, la propone como un estado de vida donde libremente se puede experimentar la llamada a servir a Dios y a su Iglesia[16].
San Jerónimo dedica cuatro famosas cartas a viudas, las número 54, 79, 108 y 123, donde elogia su entrega a Dios y su colaboración con él en el trabajo de traducción de la Biblia en Jerusalén.
Los siglos posteriores verán la declinación del ordo viduarum, cada vez más regulado por concilios regionales hasta su absorción por diversas formas de vida monástica.
3. La viudez en el Magisterio de la Iglesia
Si en 1485, el Papa Inocencio VIII elimina del Pontifical Romano el rito de bendición de las viudas y este estado de vida desaparece en cuanto tal de la vida eclesial, la historia de la Iglesia es rica en viudas que se consagraron igualmente a la oración y el servicio fraterno con una extraordinaria fecundidad.
La fuerte difusión de la vida religiosa con el surgimiento de órdenes y congregaciones se impuso como modo predominante de consagración. Por eso tenemos un nutrido elenco de viudas que fundaron o se incorporaron a congregaciones de vida religiosa. Así recordamos a santa Emma de Gurk, santa Brígida de Suecia, santa Rita de Casia, santa Juana de Lestonnac, santa Francisca Romana, santa Luisa de Marillac, santa Juana de Chantal y la beata Catalina de María Rodríguez, entre otras. Desde la viudez, pasaron a la vida religiosa para consagrarse a Dios socorriendo a los más necesitados o educando a niños y niñas pobres.
Como consecuencia de las dos guerras mundiales, numerosas mujeres quedaron en estado de viudez. Para muchas de ellas, la consagración de su viudez a Dios, se vivía como una vocación a afrontar la dura realidad de la vida como servicio a sus hijos y a sus comunidades. Y así volvió a brotar en medio del dolor, aquel estado de vida, la viudez consagrada para bien de la Iglesia y de la comunidad humana.
En ese preciso contexto histórico, Pío XII testimonió la preocupación eclesial por las viudas, describiendo su situación de vida y los dones que Dios les concede para acompañar de un modo nuevo a las familias y a las personas en general, haciendo presente el valor de los sacrificios, de la fidelidad y de las renuncias[17].
También el Concilio Ecuménico Vaticano II, al tratar sobre la vocación universal a la santidad en la Iglesia, se ocupará de la viudez aceptada como continuación de la vida conyugal y digna de respeto y reconocimiento[18], llamadas a la santidad y a contribuir en la actividad de la Iglesia[19]. En el decreto Apostolicam actuositatem, el n. 4, invita a una espiritualidad propia del estado de vida, entre los que destaca la viudez, y propone el cultivo constante de las cualidades y dones recibidos. Ciertamente, la santidad cristiana se expresa y se realiza en los deberes del propio estado, en la concreta situación de vida[20].
San Pablo VI las señalaba como símbolo de la Iglesia misma, "centinela que espera la aurora", que testimonian su propia fe ante quienes afrontan la prueba de la pérdida de su ser querido, para los incrédulos o los que perdieron la fe[21].
En igual perspectiva, san Juan Pablo II las invita a partir de la madurez provocada por la prueba y las experiencias de la vida, para enriquecer en clave trascendente la existencia de sus familias, de las comunidades cristianas y la sociedad humana. Pueden ser así, a su modo y según sus posibilidades ministras del alivio, del consuelo, de la caridad activa y de la alegría cristiana[22]. El Papa retomará la presentación de la viudez consagrada, con fundamento en la experiencia de la Iglesia apostólica[23] y como signo del Reino de Dios, dedicada a la oración y al servicio de la Iglesia[24].
El Papa Francisco las invitará a dar testimonio de fraternidad, al modo de la levadura en la masa, como luz para quienes caminan en la oscuridad y en la sombra de la muerte, cercanas a los jóvenes y los pobres, para mostrarles la ternura de Dios, signos del amor fecundo de Dios, presente en toda circunstancia, aún en medio de aparentes fracasos[25].
En el Catecismo de la Iglesia Católica encontramos indicaciones precisas sobre la consagración de las viudas, entendida como una consagración de toda la vida a Dios, con una gran libertad de corazón, de cuerpo y de espíritu, en estado de castidad perpetua a causa del Reino de los cielos[26]. Esta consagración se expresa litúrgicamente y con alcance permanente, en el marco de una celebración comunitaria presidida por el obispo[27]. Canónicamente, los obispos estamos llamados a ejercer el discernimiento de estos dones de la vida consagrada y a cuidar de su ejercicio animándolos en la vida de la Iglesia, con normas oportunas, a tenor del can. 605 del Código de Derecho Canónico.
4. Propuesta del Orden de viudas en nuestra Iglesia diocesana
Animado por toda la reflexión precedente y después de un tiempo prudencial de discernimiento especial, llevado adelante junto a diversos colaboradores, teniendo en cuenta las experiencias de otras Iglesias particulares, deseo a través de esta carta instituir en nuestra Arquidiócesis de Mendoza, el Orden de viudas consagradas.
El Orden de viudas, presente en la Iglesia antes de que nacieran otras formas de consagración, se integra con mujeres que se reconocen en la misma opción y se consagran a Dios en manos del obispo diocesano, figura de Cristo Esposo, expresando un vínculo pleno y directo con Cristo en la Iglesia diocesana. La consagración de la viuda es una celebración nupcial. La viuda consagrada vive así un verdadero matrimonio espiritual con Cristo en la Iglesia.
Se incorporan al Orden, aquellas viudas que han completado la iniciación cristiana, y participando activamente de la vida eclesial, parroquial y diocesana, responden a una auténtica vocación cristiana que abraza su estado de vida. Piden su consagración pública en la Iglesia, permaneciendo gozosamente libres mediante un voto de castidad perpetua, para servir mejor a Dios en la familia y en la Iglesia, para ser signos del Reino de Dios, dedica a la oración y al servicio en la Iglesia. Amarán de modo especial, además de a sus propios hijos, a todos sus hermanos, en particular a los pobres y sufrientes, mientras esperan el encuentro con Cristo Esposo de la Iglesia y con aquel esposo fallecido, con quien habían estado unidos en la tierra. Así, la viuda asume a la Iglesia como su familia, extendiendo su ser esposa y madre a todo el horizonte eclesial, participando, en la dimensión típica de su estado, en la vida de la Iglesia.
5. Perfil espiritual
Cuando recorremos la historia de la Iglesia para reconocer la presencia del Orden de las viudas consagradas en las páginas bíblicas, las enseñanzas de los Padres, el testimonio de las viudas santas, y el magisterio de la Iglesia, reconocemos una vocación que requiere una profunda espiritualidad que la sustenta.
Signo de un amor más fuerte que la muerte
La consagración de la viuda está en estrecha relación con el bautismo y el matrimonio, cuyos carismas, dones y deberes permanecen presentes y operantes en ella. En efecto, aunque jurídicamente la muerte del cónyuge pone fin al vínculo entre los dos esposos, los efectos y responsabilidades derivados del matrimonio no cesan: la viuda y sus hijos siguen constituyendo una familia y a ella puede y debe contribuir, testimoniando con su fidelidad el valor perenne del amor sellado por el sacramento del matrimonio.
Esta fidelidad a un amor que en Cristo es más fuerte que la muerte, es un signo profético particularmente incisivo para nuestro tiempo, que rehúye el pensamiento de la muerte y ya no comprende el valor de la fidelidad: en este mundo marcado por el egoísmo, la viuda consagrada está llamada a ser testigo de la esperanza y de la plenitud de la vida, haciendo donación de sí misma para toda la vida mediante el propósito de castidad perfecta, atestiguando la propia voluntad de seguir amando con todo el corazón.
Ícono de la ternura de Dios
La vida de la viuda consagrada es un don que el Señor da a su Iglesia para recordar a todos los bautizados que la fuerza de su amor misericordioso es camino de vida y de santidad. El orden de viudas hace presente la ternura de Dios, padre y protector de los débiles y de los pequeños.
De la experiencia de ser amadas y cuidadas por Dios, nace también el servicio a la comunidad. Devuelven lo que han recibido, convirtiéndose a su vez en creadoras y constructoras de ternura, ícono del rostro de Dios custodio del hombre. Por ello se les confía de una manera especial el ministerio de la consolación[28].
Modelo de fe y de gozosa esperanza
La experiencia del duelo pertenece a la condición humana. Asumida la pérdida en una dinámica creyente que no niega el sufrimiento ni olvida el amor compartido con el cónyuge fallecido, la viuda consagrada testimonia y expresa con su vida, el amor que impulsa a Dios a buscar continuamente al hombre y al hombre a buscar a Dios. Con gestos y palabras manifiesta proféticamente esta búsqueda y sabe señalar a la gente a Aquel que es la salvación, la "redención de Jerusalén". La viuda consagrada sabe estar en la "presencia de Dios", porque Dios se convierte para ella en presencia real y amigo cotidiano.
Orante
La oración es el encuentro íntimo y vital de la viuda consagrada con Cristo, Esposo de la Iglesia, y se manifiesta en la alabanza, en la intercesión, en la ofrenda de sí. Esta oración se alimenta por la meditación de la Palabra de Dios, la participación en la Eucaristía, y la oración de la Liturgia de las Horas, voz de la esposa que habla al esposo[29].
De la liturgia, la viuda consagrada aprende la espera vigilante y definitiva del Esposo, y a ser su signo escatológico. En la Eucaristía, pregusta la plenitud de la alegría prometida por Cristo; todo le habla de la espera confiada en la esperanza gozosa de la venida del Señor. En la celebración diaria de la Liturgia de las Horas, unidas a Cristo y a la Iglesia, alaban al Padre e interceden por la salvación del mundo.
Fruto y expresión de la Iglesia, entendida como una familia
Muchas mujeres viven enteramente comprometidas su fe desde su viudez. Alegran nuestras comunidades con su participación y entrega. Pero no todas tienen o reconocen el llamado a una especial consagración, la cual requiere un específico discernimiento eclesial cuyo responsable es el Obispo y los colaboradores por él designados al efecto.
La bendición del Obispo, y con ella la consagración de la viuda, expresan de hecho el vínculo pleno y directo de la viuda consagrada con Cristo en la Iglesia; arraigadas en la Iglesia particular, familia de Dios que vive y actúa en este lugar y tiempo determinados, las viudas consagradas hacen suyos sus trabajos, sufren sus heridas, gozan con sus alegrías; son una presencia fiable en la pastoral ordinaria, en la labor de evangelización y en el cuidado de la comunión entre todos sus miembros.
Palabras finales
Este año jubilar es una gran oportunidad para vivir nuestra vida en clave vocacional y misionera: Todos llamados, todos enviados, todos celebrando el amor de Dios derramado a su pueblo. Como parte de la Iglesia peregrina en Mendoza, participamos de su misión y desde nuestros distintos estados de vida, podemos acompañar con nuestra oración y aliento, a quienes emprenden el camino del discernimiento de una vocación de especial consagración en la Iglesia. En este caso, he querido proponerles la llamada de Dios a aquellas hermanas nuestras, viudas, que desean vivir este ideal de la viudez consagrada.
En los próximos meses, estableceré los instrumentos y normas que rijan la animación, el discernimiento y la formación inicial y permanente de las viudas consagradas, así como su preciso íter institucional y formativo, en vistas a completar el establecimiento del Orden de las viudas consagradas para la Arquidiócesis de Mendoza.
Pongo en las manos de nuestra Madre la Virgen, esta llamada de Dios en su Iglesia en Mendoza. Y les pido su oración, para que muy unidos al Señor, seamos siempre sus discípulos misioneros.
Mendoza, 29 de junio de 2024, solemnidad de los Santos apóstoles Pedro y Pablo y conmemoración de santa Emma de Gurk, viuda.
Mons. Marcelo Daniel Colombo, arzobispo de Mendoza
Notas
[1]Lumen Gentium, n 11.
[2] Christina Hip-Flores, “Estudio canónico sobre la viudez consagrada”, en: Ius Canonicum 57 (2017) 277-320; Monique Cheuleu, Henry Caffarel y el acompañamiento espiritual de la viudez, Intervención en el Coloquio Internacional Henri Caffarel, prophete pour notre temps Colloque International, París 2017; Serenella Del Cinque, “La vocazione e la testimonianza dell’Ordo viduarum”, en: Ordo Viduarum nel cammino sinodale delle Chiese che sono in Italia, Atti del VI Convegno Nazionale, Roma, 2024, 45-75.
[3] Cfr. Dt. 26, 12-13; Sal. 146,9; Ecl. 35,14; Mal. 3,5; 1 Reyes 17,8-24.
[4] Lc. 2,36-37.
[5] Mc. 12,42-44 y Lc 18,1-8.
[6] Cfr. Hch. 6, 1-6
[7] 1Tim. 5, 3 y ss.
[8]S. Ignacio de Antioquía, Carta a los cristianos de Esmirna, XIII.
[9] S. Policarpo de Esmirna, Carta a los Filipenses, 9.
[10] Tertuliano, Ad uxorem, 1, 7.
[11] Hermas, El pastor, 8.
[12]S. Juan Crisóstomo, Comentario a la segunda Carta a Timoteo.
[13] S. Ambrosio, Sobre las viudas, 2, 3 y 16.
[14] S. Ambrosio, Sobre las viudas, 11.
[15] S. Agustín, Carta 130.
[16]San Agustín, Sobre la bondad de la viudez, 13, 16.
[17]Pío XII, Discurso a la Unión Mundial de Organizaciones Familiares, 16 de setiembre de 1957.
[18]Gaudium et spes, n 48.
[19]Lumen Gentium, nn. 40 y 41.
[20] Cfr. Francisco Exhortación Ap. Gaudete et exsultate, nn. 11-14, Roma 2018.
[21]PABLO VI, Mensaje a un grupo de viudas peregrinas en Lourdes, 15 de mayo de 1967.
[22]JUAN PABLO II, Mensaje a las viudas del Movimiento “Esperanza y vida”, 17 de mayo de 1982.
[23] Cf. 1 Tim 5, 5.9-10; 1 Co 7, 8.
[24] JUAN PABLO II, Exhortación Ap. Vita Consecrata, n. 7 (25 de marzo de 1996).
[25]FRANCISCO, Discurso a las participantes de la Conf. internacional para las viudas consagradas, 6 de setiembre de 2018.
[26] CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n. 922.
[27] CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n. 1672.
[28] Siguiendo al Papa Francisco en Amoris laetitia, la viuda consagrada podría ser hoy la humilde servidora que cura las heridas de tantos matrimonios y familias, cfr. AL 208, 229, 232, 234, 236, 238, 242, y especialmente 253,254 y 255.
[29]CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución sobre sagrada liturgia Sacrosanctum concilium, 84.