Reverendo Padre Martín María Bourdieu, párroco de la basílica San José de Flores
Reverendos Sacerdotes, Reverendas Religiosas, etc.…
Queridos hermanos y hermanas en Cristo.
Antes de comenzar nuestra reflexión de hoy día, quisiera agradecer al Señor Párroco y a todos ustedes por esta invitación que me permite celebrar la fiesta patronal de esta Basílica, dedicada a San José.
Para mí, como representante papal, esta presencia hoy día, en este barrio donde creció Papa Francisco y en esta parroquia en la cual maduró su vocación sacerdotal, tiene un valor del todo especial, recordando que hoy día festejamos también el undécimo aniversario del inicio de su pontificado; por lo tanto, la persona del Santo Padre, su misión y sus intenciones estarán presentes en nuestra oración.
Celebramos hoy día no solo al patrón de esta hermosa basílica, sino que también al patrón de la Iglesia universal.
Es una fiesta alegre que interrumpe la meditación de la Cuaresma, absorta en la penetración del misterio de la muerte de nuestro Señor y su obra de Redención y Resurrección. Evidentemente, el tiempo de cuaresma exige la aplicación de la disciplina espiritual a través de la oración, el ayuno y la limosna.
Pero nuestra fiesta lleva nuestra atención a otro misterio del Señor, la Encarnación, y nos invita a volverlo a meditar en la escena pobre, suave, humanísima, la escena evangélica de la Sagrada Familia de Nazaret, en la que se realizó este otro misterio. En el humilde cuadro evangélico se nos muestra la Virgen Santísima y junto a ella, está San José y entre los dos, está Jesús. Nuestra mirada, nuestra devoción, se detienen hoy en San José, el artesano silencioso y trabajador que dio a Cristo no el nacimiento, sino el estado civil, la condición social, la experiencia profesional, el ambiente familiar, la educación humana. Será preciso observar bien esta relación entre San José y Jesús porque nos puede hacer comprender muchas cosas de los designios de Dios, que viene a este mundo para vivir como hombre entre los hombres, pero al mismo tiempo como su maestro y su salvador.
Hemos dicho que San José ha dado a Jesús el estado civil; cuando José se da cuenta que María estaba embarazada, no quería denunciarla públicamente y decidió abandonarla secretamente, porque recibiendo a María en su casa, ella se convertía en su esposa. Pero José, bajo la influencia de Dios, la recibió como su legítima esposa.
De esta manera es evidente que San José adquiere una gran importancia, pues el Hijo de Dios, hecho hombre lo escoge para asumir su filiación de adopción. Jesús era llamado “Hijo del carpintero” (Mt13, 55) y el carpintero era José.
En nuestra sociedad de hoy día hemos perdido el sentido del estado civil de la familia, que no hace mucho tiempo, era muy importante. Un hombre casándose quería decir a todos públicamente “esta es mía esposa”; una mujer casándose públicamente con un hombre quería decir “este es mi marido y los hijos que lleguen serán fruto de nuestro amor”. Los esposos estaban orgullosos de su estatus matrimonial.
“Hijo del carpintero”. Cristo quiso tomar su calificación humana y social de este obrero, de este trabajador, que era ciertamente un hombre que se esforzaba, pues el Evangelio lo llama “justo” (Mt 1, 19), es decir, bueno, magnífico, intachable, y que aparece ante nosotros con la altura del varón perfecto, del modelo de todas las virtudes, del santo.
Pero hay más: la misión que San José ejerce no es solamente la de figura personalmente ejemplar e ideal; es una misión que ejerce con o, mejor, sobre Jesús; él será tenido como padre de Jesús (Lc 3, 23), será su protector, su defensor.
Por esto, la Iglesia tiene a San José como su protector y como tal hoy lo venera, y como tal lo presenta a nuestro culto y meditación. Por eso, decíamos, hoy es la fiesta de San José, protector del Niño Jesús durante su vida terrena y protector de la Iglesia universal que ahora mira desde el cielo a todos los cristianos.
“Hijo del carpintero”. A los ojos de la gente San José fue el padre de Jesús.
Cuando José ve al recién nacido Jesús acostado en el pesebre, lo admira y lo ama como hijo. No habiendo intervenido en la formación del cuerpo del Niño, José se comporta como un verdadero padre. Asume plenamente su paternidad dando al Niño el nombre de Jesús.
Hace poco tiempo, buscando algo en internet, encontré una interesante reflexión de un padre de familia. Se habla mucho de amor de madre y, justamente, el amor de una madre es un símbolo de amor total y de sacrifico hasta la muerte por sus hijos. Pero él observaba que no se hablaba del amor de padre, que en silencio trabaja por los niños y los ama profundamente. La figura de San José nos recuerda la belleza del amor de un padre, que vale como el amor de una madre. Pensemos hoy día con gratitud en nuestros padres. Ellos merecen todo nuestro amor y cariño; aunque a veces, están a las sombras de la madre.
San José era un trabajador. A él se le encomendó proteger a Cristo. Todos nosotros de una u otra manera somos, o fuimos, trabajadores, podríamos entonces preguntarnos, ¿tenemos la misión de proteger a Cristo? y Dios siendo omnipotente ¿necesita nuestra protección? Seguramente no; pero nuestra fe y nuestra Iglesia, sí, necesitan nuestra protección, sobre todo nuestro apoyo. El Santo Padre, sucesor de Pedro de nuestros tiempos, necesita de nuestra oración y apoyo.
Hablando de la protección y de San José, no podemos olvidar que él es protector de todos trabajadores. Hoy día un trabajo es un tesoro para toda la familia y permite una armoniosa vida. No hesitemos en pedir hoy día a San José un buen trabajo para nuestros hijos e hijas.
Conocemos muchas imagines y estatuas de San José. A veces es presentado como un viejo con la barba blanca; a veces como un hombre joven. Pero hace nueve años durante el viaje apostólico del Papa Francisco a Filipinas, él dijo algunas palabras que popularizaron la estatua de San José dormido. En esta ocasión, el Santo Padre ha dicho: "Me gusta mucho San José. Es un hombre fuerte de silencio. En mi escritorio tengo una imagen de San José durmiendo. Incluso cuando duerme, cuida de la Iglesia. ¡Sí! Sabemos que puede hacer eso".
Cuando uno ve esta imagen de san José dormido, se lo ve sereno, tranquilo. ¿Es que acaso no tenía problemas? Parecería que al contrario de tantos, no sufría de insomnio. Problemas sí que tenía, y bien grandes, ya que tenía que proteger a un niño pequeño que era Dios, y a su santa madre. Tuvo dudas y se preocupó.
Pero es durmiendo confiado cuando recibe los mensajes más importantes de parte de Dios: le advierte del peligro del rey Herodes, se le exhorta a no tener miedo y a amar y proteger incondicionalmente al Niño y a María.
Durante el sueño, a José se le revela su papel de padre putativo de Jesús y de todos los hombres, y se construye su figura de abogado, consolador y protector.
Desde el año pasado esta hermosa basílica tiene esta imagen de San José dormido que ha regalado personalmente el Santo Padre.
San José dormido nos provoca a tener esperanza en Dios.
Así, cuando estamos agobiados por el desaliento, pensemos en la fe de José. Cuando estamos preocupados, pensemos en la esperanza de José, que confió contra la esperanza. Cuando nos dejamos vencer por la ira o el odio, pensemos en el amor de José, que fue el primer hombre en ver el rostro humano de Dios en la persona del Niño Jesús. Como José, no tengamos miedo de acoger a María. De ella, Madre de la Iglesia, aprenderemos cómo confiar toda nuestra vida - junto con sus alegrías y tristezas –a la ayuda e la intercesión del Guardián de la Sagrada Familia.
Y, finalmente, en esta fiesta patronal, quisiera presentar al Párroco, a los sacerdotes y todos los fieles de esta basílica mis mejores deseos, para que no les falten todas gracias celestes y terrenas; mucha salud y bendiciones. Muchas gracias.
Miroslaw Adamczyk, nuncio apostólico