Queridos hermanos:
En la primera lectura escuchábamos del libro del Levítico, una muy antiguo disposición religiosa sobre la lepra, que buscaba preservar la salud de la población. Entonces la lepra era vista como una enfermedad realmente de consecuencias graves por razón de su contagio. Este tipo de normas tan duras, que exigían la rápida segregación de quien tuviera lepra, acarreaba profundas consecuencias personales, familiares y sociales, condenando no sólo al enfermo sino a sus cercanos a dramático destino de aislamiento, de soledad; una verdadera tragedia personal y familiar.
Pero más cerca en el tiempo, en pleno siglo XX, el descubrimiento del HIV, con su doloroso impacto inicial tenía para sus enfermos una dolorosa estigmatización a consecuencia del desconocimiento médico, del temor y los prejuicios. Más recientemente hemos vivido los desafíos del embate del COVID. Y sin caer en el dramatismo de la lepra o del HIV, no nos resulta difícil recordar cómo nos sentimos distanciados y separados; cómo tuvimos que, ante el temor y la desconfianza, mirarnos unos a otros y escapar de alguna manera a nuestras realidades personales cerrándonos, aislándonos. Cuánto nos costó incluso todavía, en algunos casos con consecuencias sociales, dejar ese gran dolor de vernos separados. Cuántos vieron partir a sus familiares queridos sin poder llorarlos, cuántos se sintieron responsables de haber contagiado a alguien de su familia, de su trabajo.
Todo esto para decir la tragedia de una enfermedad, que más acá en el tiempo, agravada por nuestra ignorancia, desconocimiento y el impacto que nos producía, nos hacía sentir las dificultades de convivir o de dejar de convivir con los otros. Qué lejos estábamos entonces y ahora, más cerca en el tiempo, de aquella frase bíblica tan fuertes de los tiempos iniciales, de la creación del hombre: “no es bueno que el hombre esté solo”. Así nos creó Dios para estar unos junto a otros. De esto nos habla el Papa Francisco en la carta dirigida a los fieles con ocasión de la Jornada Mundial del Enfermo que hoy celebramos: “Cuidar al enfermo, cuidando las relaciones” para resaltar el valor de los vínculos, inclusive en los momentos de mayor dolor y mostrándonos cuánto agrava a la situación del enfermo la soledad, la marginación, la falta de cuidado. Inclusive hoy se habla con mucha insistencia de cuidar a los que cuidan, porque también ellos se ven muchas veces arrastrados a la soledad y el aislamiento, en este marco de dolor, de incapacidad para acompañar y de sostener largamente una situación de enfermedad.
De la lepra se ocupa también Jesús que rompe ese aislamiento sanando a un hombre leproso que va a dar testimonio de su sanación ante la autoridad religiosa. Era un requisito de manera que quedara certificado que él ahora no era ya más leproso y que se podía reintegrar; sin embargo, el hombre sanado no pudo callar la obra de Dios en él, y no pudo obedecer a Jesús, quien en virtud de ir gradualmente revelándose para entrar en el corazón de su pueblo y cuidando por eso del denominado secreto mesiánico, le ordenó que no dijera nada. De alguna forma este hombre adelantó el proceso de revelación de Jesús haciéndose su testigo por la obra que el Señor había realizado en su vida.
¿Cuáles son nuestras lepras? ¿Qué cosas nos aíslan y alejan? A veces nos cuesta la vida social, a veces decidimos romper con los otros, hacer la nuestra; por eso hoy Dios nos invita ahora en cambio a emprender siempre una y otra vez el camino del regreso a la vida comunitaria, al encuentro de los otros.
La vida de fe y la piedad religiosa, no están para el aislamiento. Al contrario, ser religiosos nos hace ser profundamente atentos a lo social y comunitario. Por eso este hombre rescatado de la lepra no sólo vuelve a la comunidad de fe que integra, sino que además se hace testigo de Jesús, se hace capaz de misionar, de alguna manera con la obra de Jesús en él.
Que también nosotros dejemos nuestras soledades y aislamientos, que no dejemos de pensar en el otro como un hermano, que abandonemos cualquier forma de segregación, de temor respecto de los otros, de mirarlo como un potencial peligro o amenaza.
Providencialmente estas lecturas nos llegan en la Jornada mundial del enfermo. Aquí en Mendoza, es una fiesta de gran relevancia que nos invita a ir al encuentro de nuestra Madre de Lourdes que nos espera en su casa del Santuario del Challao. Desde las 21:00 hs caminaremos hacia allí, y como el leproso, tendremos ocasión de orar y cantar, recordando la obra de Dios en nosotros. En su casa, la Virgen de Lourdes nos recuerda que somos hermanos cobijados por su amor de madre.
También damos gracias por la canonización de Mamá Antula, una extraordinaria mujer que proclamó la obra del amor de Dios en su vida, en el siglo XVIII en Argentina. A través suyo, numerosos hombres y mujeres conocieron al Señor y fundaron su fe en una robusta experiencia de Dios en sus vidas. La Santa de los Ejercicios, como se la llamaba, descubrió en ese valioso instrumento de la espiritualidad cristiana, una fuente de riqueza para anclarse al Señor de su vida.
Mons. Marcelo Colombo, arzobispo de Mendoza