Viernes 15 de noviembre de 2024

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Ordenaciones sacerdotales

Homilía de monseñor Jorge Eduardo Scheinig arzobispo de Mercedes- Luján en la misa de ordenación sacerdotal de Gustavo Gaspoz y Oscar Viladesau (Mercedes, 9 de diciembre de 2023)

2 Cor 4,1-2, 5-7;
Mt 19,30 -20,1-16

Estamos transitando un tiempo cargado de muchos acontecimientos que nos llenan de esperanza. Comenzamos el Adviento, este tiempo litúrgico que nos prepara para recibir al Niño Dios. Ayer celebramos a la Madre del Señor, la llena de gracia, cuya vida, toda su vida, ha sido un canto de esperanza. Y el sábado que viene, tendremos la fiesta de la Beatificación del querido Cardenal Eduardo Pironio, un sacerdote nuestro, un "hombre de esperanza".

¡Qué significativo que esta celebración sacerdotal la hagamos en este tiempo marcado por la esperanza! Porque ciertamente, es para toda nuestra Iglesia un regalo que nos renueva, nos llena de alegría, nos devuelve al camino de la esperanza que no defrauda.

La Palabra del Señor es la única palabra en la que podemos entregarnos con absoluta confianza, sabiendo que en ella encontraremos los criterios de discernimiento para la vida y para toda circunstancia. Les pido que siempre recurran a ella, confíen en ella más que en ninguna otra y ayuden a que sus comunidades se alimenten de la Palabra.

Ustedes han elegido esta Palabra que hemos proclamado para dar sentido a esta celebración en la que serán ordenados presbíteros. Jesús les dice hoy: "Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros". El Señor los invita a buscar ser parte de los últimos para ser paradójicamente, los primeros.

La parábola que nos regala Jesús, está precedida del texto del joven rico. Después de oír que el Señor dice que para seguirlo a Él es necesario venderlo todo y dar el importe a los pobres, san Pedro dice: "¡Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido! ¿Qué nos tocará a nosotros?"

Es una pregunta que podríamos hacernos todos nosotros que llevamos varios años de ministerio y también ustedes que están comenzando.

¿Para qué el Señor nos llama y hace sacerdotes? ¿Para buscar privilegios? ¿Para llenarnos de cosas o dinero? ¿O para intentar hacer carne en la propia vida la lógica del Evangelio?

La parábola es de fácil comprensión. El dueño de una viña sale a buscar trabajadores a distintas horas del día. A los que contrató en la primera hora arregla con ellos la paga de un denario, que es lo que en aquella época se pagaba un jornal. Por otra parte, a los que fue contratando en distintos momentos de la jornada, les dijo que les pagaría lo justo.

Al terminar el día se pagó la tarea empezando por los últimos que habían trabajado solamente una hora y se les retribuyó un denario como si hubiesen trabajado todo el día. Al ver esto, los que habían trabajado desde la primera hora de la mañana pensaron que recibirían más, pero se sorprendieron cuando se les pagó lo mismo que, por cierto, era lo pautado. Al sentirse defraudados comenzaron a protestar.

La parábola concluye con las palabras del propietario de la viña que de manera clara y contundente les dijo dos cosas. Que el pago era lo pautado y por lo tanto no se trataba de ningún tipo de injusticia y, por otra parte, que nadie tenía derecho de criticarlo porque pagaba el salario completo a los de la última hora que habían trabajado menos, porque tenía derecho a manifestar su bondad.

Queridos hermanos, Jesús nos da una enseñanza esencial y que es un eje vertebrador de su manera de vivir y que debe ser también el nuestro. La lógica del Reino es la Misericordia de Dios y, por lo tanto, la esencia de nuestro sacerdocio es la Misericordia.

¡Todo es Misericordia! Y esta es nuestra única paga Su Misericordia Infinita, que es Él mismo.

Ustedes también han elegido este Evangelio porque sienten que habla de su realidad, porque han sido llamados en distintos tiempos y en distintas circunstancias de la vida.

¡Qué misterio es el llamado de Dios!

En vos querido Oscar, a tu sesenta y seis años, después de haber vivido la mayor parte de tu vida como esposo, sentiste el llamado al servicio diaconal y habiéndote quedado viudo, después de un tiempo de discernimiento, estás ahora recibiendo el orden del presbiterado.

Y vos querido Gustavo, a tus 37 años, habiendo realizado un camino importante de formación, después de discernir tu vocación y tu pertenencia a esta Iglesia Particular, estas recibiendo el orden sacerdotal y comprometiendo toda tu vida al servicio de esta Iglesia concreta de Mercedes-Luján.

Es muy claro que El Señor los llama a trabajar a su viña porque necesita trabajadores de la Misericordia. Es urgente que el mundo conozca el verdadero Rostro de Dios, el que nos enseña Jesucristo, para que no se deje engañar con falsos dioses que no pueden salvar.

Por eso el Señor de la viña sale permanentemente a buscar trabajadores y lo definitivo es la respuesta inmediata al llamado que nos hace el Señor a trabajar para el Reino, sea en el momento y en la circunstancia de la vida que sea. Lo repito, lo definitivo no es ni la cantidad de tiempo trabajado, y ni siquiera cómo se trabajó. Lo decisivo es que el Señor llama y espera una respuesta. La mejor respuesta es la de María, la Madre del Señor y Madre nuestra: "Sí. Hágase en mí según tu Palabra". ¡Siempre Sí!

Doy gracias a Dios por el llamado que les hizo y por el sí de ustedes, porque serán dos nuevos trabajadores que se suman al cuerpo presbiteral que claro está, necesita de más pastores.

Me alegra mucho que estén aquí ustedes, queridos seminaristas, que se están preparando para ser, si Dios así lo quiere, sacerdotes. En definitiva, todo lo que están haciendo en este tiempo es para que el sí que darán frente a Dios y a su pueblo, sea transparente, libre, comprometido, auténtico, con todo el ser.

Permítanme darles tres consejos.

El primero: sean sacerdotes con un profundo sentido de ubicación. Resistan a la tentación de desubicarse. Y para esto, como nos pide Jesús, ubíquense en el último lugar, porque desde allí podrán tener una profunda comprensión de lo humano y de cada persona.

Aspirar a los primeros lugares, entrar en el juego del poder, es una forma de clericalismo que los va a matar primero a ustedes, luego a sus comunidades y harán un trabajo infecundo para el Reino. Tengan cuidado, porque les aseguro que esta desubicación se va dando de apoco, con pequeñas compensaciones al estilo de Pedro: "nosotros que lo hemos dejado todo, ¿qué nos tocará?" (Mt 19,27). ¡Tengan cuidado! No se dejen madrugar por el Maligno que se disfraza de argumentos como, por ejemplo: mostrarse frente a los otros como una pobre víctima y siempre cansado.

Sean sacerdotes de los últimos, con los últimos, por los últimos y entreguen la vida por ellos.

El segundo consejo que me permito darles es, que sean sacerdotes de una profunda sensibilidad, compasión, ternura, solidaridad.

Nosotros no entendemos la vida sin la presencia activa y amorosa de Dios y eso es lo que deseamos compartir. Para que así sea, debemos ser hombres extremadamente sensibles, compasivos, comprensivos de la realidad humana y de cada persona. Tengan palabras de aliento y de perdón. Siempre perdonen los pecados de los hermanos, siempre, y háganlo por la misericordia de Dios.

Recuerden que no nos hacemos sacerdotes para defender a Dios, Él no necesita de nosotros para defenderse. Al modo de Jesús, pónganse de parte de las personas, sean sus defensores, especialmente de todo lo que les haga perder la propia dignidad: todo tipo de males y muy especialmente por el misterio de la iniquidad y del pecado.

Necesitamos recordar perennemente que somos sacerdotes por la Misericordia de Dios.

Puede sucedernos como aquellos trabajadores de la primera hora, que creamos que podemos exigirle al Señor de la viña porque tenemos como un derecho adquirido. Podemos creer que este don del sacerdocio se nos debe, o lo merecemos. Pero todos sabemos que no es así.

Les pido por favor que nunca olviden que el Señor ha sido misericordioso con ustedes, por lo tanto, ustedes deben ser misericordiosos con todos y siempre. ¡No lo olviden nunca! ¡Siempre!

Además, el Señor es un buen pagador, que no dejará de sorprenderlos por tanto bien que irán recibiendo del Pueblo de Dios, simplemente, porque los reconoce sacerdotes de Jesús.

Queridos hermanos, para vivir ubicados en el último lugar y tener un corazón sensible al estilo de Jesús, no lo lograrán sino rezan en serio, con perseverancia, buscando de manera fiel la gracia de Dios. Este es mi tercer consejo, ¡ no dejen de rezar nunca!

Considero y se los digo desde una convicción muy profunda, que nuestro ministerio es absolutamente necesario para el mundo, pero, en algunos momentos, podrán experimentar que es poco significativo y tiene mucho de inutilidad. Recuerden por favor, que no trabajamos en la Viña del Señor para buscar resultados, lo hacemos porque el Señor así lo quiere y confiamos que todo nuestro trabajo tiene razón de ser en su Voluntad, en su mente, en su corazón.

Entonces, para mantenerse firmes en el ministerio sacerdotal, recen con piedad, recen con fervor, recen con tiempo. Mediten diariamente la Palabra del Señor y celebren diariamente la Eucaristía. Sean fieles al compromiso que ya asumieron al consagrarse diáconos y hoy renuevan, el de rezar todos los días en diversas horas por el pueblo de Dios.

Hace 40 años, que como ustedes hoy, estaba frente a mi obispo esperando que impusiera sus manos sobre mi cabeza, confiando que así, seria configurado misteriosamente sacerdote para siempre. Puedo decir con humildad que me había preparado con ganas, con pasión y creía saber de manera acabada lo que estaba haciendo. Pero les confieso, que la conciencia de mí ser y de mi hacer sacerdotal, fue llegando con el tiempo, que, además, han sido 40 años que pasaron de manera intensa y rápida.

Hoy, más consciente de este don, me siento infinitamente agradecido al Señor, a la Iglesia y a tantas hermanas y hermanos que me han sostenido con un inmenso compromiso de amor.

Creo en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Siento un inmenso amor por Jesús, por su Reino, por su Iglesia. Sé que todo, absolutamente todo, se lo debo a Él.

Me siento profundamente agradecido al Señor que me invito a trabajar a temprana edad. 24 años es una edad prematura, sin embargo, para aquella época, los jóvenes teníamos ganas de dar todo por alguna causa. A mí me sedujo el Señor y su Evangelio y nunca dude que valía la pena entregarme todo por Jesús y por su proyecto de Amor, por el mundo.

Deseo que sean tan felices como lo soy yo en este ministerio, en esta manera de vivir y de servir.

Lo último que quiero decirles, es que vivan en compañía de María, la Madre del Señor.

Nuestra Iglesia Particular tiene la gracia de tener en su seno a María de Luján. Les pido que, para no desubicarse y no perder sensibilidad, permanezcan cercanos a la Madre del Señor. Jamás se separen de ella.

Los recibimos con inmensa alegría en el cuerpo presbiteral que, junto a toda la Iglesia, estamos aprendiendo a ser sinodales, a caminar juntos.

Deseamos que sean muy buenos pastores. Los necesitamos.

Mons. Jorge Eduardo Scheinig, arzobispo de Mercedes- Luján