Estimado Dr. Miguel Ángel Schiavone, rector de la Pontificia Universidad Católica Argentina,
Reverendo Dr. Gustavo Boquín, vicerrector,
Estimados decanos y profesores, todos los colaboradores,
y, sobre todo, queridos estudiantes.
“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios Vivo”, estas palabras fueron pronunciadas por Simón, hijo de Jonás. Como dijo Jesús, no es la carne, ni la sangre quien se lo ha revelado (a Pedro), sino su Padre que está en los cielos (cfr. Mt16, 17). Eran palabras de fe.
Como justamente observó San Juan Pablo II, hace 45 años, al comienzo de su pontificado, estas palabras marcan el comienzo de la misión de Pedro en la historia de la salvación, en la historia del Pueblo de Dios. Desde entonces, desde esa confesión de fe, la historia sagrada de la salvación y del Pueblo de Dios debía adquirir una nueva dimensión: expresarse en la histórica dimensión de la Iglesia. Esta dimensión eclesial de la historia del Pueblo de Dios tiene sus orígenes, nace de hecho, de estas palabras de fe y sigue vinculada al hombre que las pronunció: «Tú eres Pedro -roca, piedra- y sobre ti, como sobre una piedra, edificaré mi Iglesia» (22 de octubre de 1978).
Estoy profundamente agradecido por la invitación que me permite conocer más aún la realidad de esta Universidad Católica. Desde hace más de tres años tengo el honor de representar al Santo Padre Papa Francisco en su País natal, entonces saludo a todos ustedes en su nombre y en mi nombre personal. Me parece muy oportuno, que los organizadores de la visita del Nuncio Apostólico han escogido la Misa de la solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo.
“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. /…/ Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás /…/ Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella”.
Pienso que la visita del Nuncio, Representante del Papa, sea una ocasión propicia para reflexionar sobre el papel de Pedro y sus sucesores en la vida de nuestra Iglesia.
En realidad, la Iglesia está en construcción perenne desde hace dos mil años. El Papa Francisco es el 266 (ducentésimo sexagésimo sexto) papa y él también agrega sus ladrillos y piedras a la construcción de la Iglesia y del Reino de Dios.
Mucha gente, a veces, ve la tarea del Papa únicamente a la luz de la sociedad civil, pero el Papa no es un director de una grande corporación internacional, él es Vicario de Cristo, Sucesor de Pedro; él es la piedra de nuestros tiempos y nuestro guía espiritual.
Cada vez que hablamos del Papa, sucesor de Pedro, no queremos alabar la persona del Santo Padre, sino que reconocemos la importancia en la vida eclesial de un liderazgo que mantenga la unidad de los cristianos. Santa Catalina de Siena nos recuerda que no existe el catolicismo sin la guía moral, humana y espiritual del Papa. La Iglesia lo necesita para mantenerse fiel y, al mismo tiempo, unida. Solo a Pedro, Jesús le dijo “Tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos” (Mt 16, 18-19).
“Y ustedes - les preguntó - ¿quién dicen que soy?” Esta pregunta fue dirigida no solo a Pedro, aunque su respuesta fue importante, fue dirigida a sus discípulos. Estamos más que seguros quetambién hoy día está dirigida a nosotros.
¿Cuál es el significado de este diálogo? ¿Por qué Jesús quiere escuchar lo que los hombres piensan de Él? ¿Por qué Jesús quiere escuchar lo que nosotros pensamos de Él?
Jesús quiere que nosotros nos demos cuenta de lo que está escondido en nuestras mentes y en nuestros corazones y que lo expresemos con convicción. Al mismo tiempo, Jesús sabe que el juicio que nosotros daremos no será sólo un acto intelectual, sino que se revelará que Dios ha derramado en nuestros corazones la gracia de la fe. Recordemos las palabras de Jesús dirigidas a Pedro: “Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo”.
Me permito de recordar nuevamente al Papa Juan Pablo II, que decía a los jóvenes en el año jubilar 2000, que este acontecimiento en la región de Cesarea de Filipo nos introduce, en cierto modo, en el “laboratorio de la fe”. Ahí se desvela el misterio del inicio y de la maduración de la fe. En primer lugar está la gracia de la revelación: un íntimo e inexpresable darse de Dios al hombre; después sigue la llamada a dar una respuesta y, finalmente, está la respuesta del hombre, respuesta que desde ese momento en adelante tendrá que dar sentido y forma a toda su vida.
Aquí tenemos lo que es la fe. Es la respuesta a la palabra del Dios vivo por parte del hombre racional y libre. Las cuestiones que Cristo plantea, las respuestas de los Apóstoles y la de Simón Pedro, son como una prueba de la madurez de la fe de los que están más cerca de Cristo.
¿Por qué hablo del laboratorio de la fe? Cada Universidad es un lugar para estudiar ciencias, también filosofía o teología; no tenemos duda sobre la vocación de esta Institución; pero, al mismo tiempo, sería un malentendido o un error el de no aprovechar, sobre todo tratándose de la Universidad católica, el tiempo de los estudios para madurar y cuidar nuestra fe personal.
El diálogo en Cesarea de Filipo, entre Jesús y sus discípulos, nos anima a responder a la pregunta de Jesús: “Y tú, ¿quién dices que soy?”
No olvidemos que la idea de las universidades nació en la Europa medieval a través de las escuelas catedralicias y monásticas; donde la máxima de Anselmo de Canterbury “Credo ut intelligam” (Creo para que pueda entender) fue naturalmente vigente.
En nuestro camino de fe o en el “laboratorio de la fe”, no podemos olvidar a otro Apóstol, se trata de Tomás.
Como recordamos, San Tomás era el único ausente cuando, después de la resurrección, Cristo fue por primera vez al Cenáculo. Cuando los otros discípulos le dijeron que habían visto al Señor él no quiso creer. Decía: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré” (Jn 20,25). Ocho días después, estaban otra vez reunidos los discípulos y Tomás estaba con ellos. Entró Jesús estando la puerta cerrada, saludó a los Apóstoles con estas palabras: “La paz con vosotros” (Jn 20, 26) y acto seguido se dirigió a Tomás: “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y nos seas incrédulo sino creyente” (Jn20,27). Tomás le contestó: “Señor mío y Dios mío” (Jn20,28).
Jesús había anunciado varias veces que iba a resucitar de entre los muertos y también ya había dado pruebas de ser el Señor de la vida. Sin embargo, la experiencia de su muerte había sido tan fuerte que todos tenían necesidad de un encuentro directo con Él para creer en su resurrección: los Apóstoles en el Cenáculo, los discípulos en el camino a Emaús, las piadosas mujeres junto al sepulcro... También Tomás lo necesitaba. Cuando su incredulidad se encontró con la experiencia directa de la presencia de Cristo, el Apóstol que había dudado pronunció esas palabras con las que se expresa el núcleo más íntimo de la fe: Si es así, si Tú verdaderamente estás vivo aunque te mataron, quiere decir que eres “mi Señor y mi Dios”.
Con el caso de Tomás su profesión de fese ha enriquecido con un nuevo elemento, que exprime el mismo Señor: Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque muera, vivirá; y quien vive y cree en mí no morirá para siempre” (J 11, 25-26).
Un día San Pablo escribirá: “Cerca de ti está la palabra: en tu boca y en tu corazón, es decir, la palabra de la fe que nosotros proclamamos. Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo” (Rm 10, 8-9).
Cuando el Nuncio Apostólico visita la respetuosa Universidad Católica Argentina, se puede hablar de muchas cosas importantes: de la diplomacia vaticana o de la paz; pero en mi breve reflexión he querido tocar el tema más importante para la gente de la Iglesia, “la fe”. Si en la historia de la Iglesia tenemos momentos de crisis, muchas veces pasa esto porque nos falta la fe.
Nos unimos hoy día con la solicitud de los Apóstoles: “Auméntanos la fe”.
Mons. Miroslaw Adamczyk, nuncio apostólico