¿Es posible transformar los actuales y compartidos sentimientos de frustración, de fracaso, de desilusión, decepción, amargura y tristeza?
Porque las situaciones del mundo, de la Argentina y las de nuestro pequeño mundo personal, muchas veces nos arrastran hacia abajo y no contamos con las fuerzas suficientes y las herramientas necesarias para emerger, levantarnos, resucitar. En todo caso, nos defendemos y refugiamos en el intento de pasar el momento y que las situaciones nos impacten lo menos posible.
La experiencia de los discípulos del Señor, puede inspirarnos a encarar la vida de otro modo.
Ellos conocían la historia del Pueblo de Dios, las Escrituras Sagradas, las promesas que el mismo Dios les había hecho y tenían enormes expectativas en un Mesías, en alguien que viniera a salvarlos de todo lo que los oprimía.
Conocieron a Jesús, lo escucharon, lo vieron, lo siguieron y pusieron en Él toda la esperanza. Muchas veces habrán dicho: “¡Sí, es Él!”. Y ciertamente se entusiasmaron con su propósito, el de hacer presente el Reino de Dios en el mundo y en la historia.
Todo esto los llevó a cambios importantes en sus vidas. Lo dejaron todo, fundamentalmente, “dejaron pensamientos”, “paradigmas”, tanto de la vida, como de Dios, de la historia, del presente y del futuro. Con Jesús aprendieron a ubicarse en la realidad y a vivir de otra manera. Aprendieron otras lógicas para entender e interpretar lo que les pasaba en lo personal y también, lo que pasaba en su mundo y en su tiempo.
Sabían del malestar y de la oposición que se iba generando en torno a Jesús y, aunque él les hablaba que debía enfrentar el sufrimiento y la muerte, nunca se imaginaron semejante desenlace. Ellos lo querían joven, dinámico, fuerte, ¡vivo!
Como sabemos, las fuerzas del Mal se desatan y todo va pasando demasiado rápido: la traición, las negaciones, el abandono, el juicio injusto, la condena de parte del Sanedrín y del pueblo, las torturas, la Cruz, la muerte y la sepultura.
Con su muerte, sus seguidores y discípulos, aprendices del “Nuevo Camino”, pasaron de la esperanza, a la máxima amargura, desilusión y frustración. Todo, absolutamente todo, especialmente el futuro, quedó truncado con su muerte.
Los Evangelios que proclamamos en la Vigilia Pascual, en el domingo de Pascua y en esta primera semana, nos dan cuenta de la experiencia extraordinaria y fascinante que aquellos primeros discípulos fueron viviendo con el Señor Resucitado.
Ven con sus propios ojos que la tumba está vacía, que las vendas que cubrían su cuerpo están en el suelo y que el sudario que había cubierto su cabeza no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte, como que alguien, sin apuro, se tomó el trabajo de hacerlo.
Las mujeres son las primeras en encontrarse con Jesús vivo y de diversas maneras, los Evangelios nos dicen que son las encargadas de llevar el mensaje de la tumba vacía a los discípulos.
También algunos van reconociendo que el Señor está vivo porque Él mismo se les presenta y, el temor que les causa esas “apariciones”, (imaginemos por un momento que el amigo muerto y en las condiciones en las que murió Jesús, ahora lo ven pero ¡con vida!), Jesús mismo se encarga de transformar esa tristeza en alegría. Les insiste en que dejen atrás la desesperanza, la frustración y accedan a renovarse por esa “nueva presencia” del Señor.
Si su muerte fue un hecho traumático y desolador, ahora, están invitados a renovarse profundamente y volver a apostar por todo lo vivido con ÉL. Está vivo y su proyecto del mundo y de la historia está más vivo que nunca.
Su pasión y su muerte, fueron un momento que había que pasar necesariamente, porque Él deseaba compartir todo lo humano, todo lo nuestro, especialmente el dolor y la muerte, que son una característica muy nuestra, muy humana. Pero son sólo un momento, la muerte no es lo definitivo, sino, que lo es la Vida, porque es Dios el que tiene la última Palabra y esa Palabra definitiva y última, es la de la vida.
Y cada vez que se encuentran los discípulos con el Viviente, Él los envía a predicar y a hacer todo lo necesario para que el Reino de Dios se dilate, para que el mundo tenga Vida en abundancia. Su misión es que su resurrección llegue a todos, no sólo como un lindo mensaje, sino como una realidad que transforma la vida del que cree. Y así lo hacen.
¿Se puede transformar la tristeza en alegría, la desilusión en esperanza?
Tal vez, son dos las primeras posibles respuestas.
Si la condición fundamental que es para cada uno de nosotros vivir plenamente, estar de pie, tener un sentido de la vida, de lo que somos y lo que hacemos, de entregarla por y con amor, ser bienaventurados; si todo esto, que en definitiva es vivir como resucitados, se lo pedimos a la realidad, esperando que sea el cambio de la realidad lo que nos reavive, diría que es muy seguro que sigamos en grandes niveles de frustración.
Pero si nos agarramos de las manos del Señor que se levanta de la muerte y nos dejamos levantar y resucitar por Él, con Él y en Él, aunque las circunstancias no cambien y sigan difíciles y se compliquen aún más, adentro nuestro se produce como un chispazo, como un resurgimiento, como una bocanada de aire nuevo que nos devuelve a la vida cotidiana de una manera Nueva. Y si renace en nosotros la esperanza, es que verdaderamente el Señor ha resucitado y nosotros con Él. La esperanza y la alegría, son un signo sorprendente y maravilloso que la resurrección del Señor me tocó y me transformó.
Todo lo dicho, viene sólo con la fe en el Señor Vivo y, si tu fe está viva, sentí que has sido levantada, levantado por el Señor y participas de su Resurrección. No lo dudes!
Personalmente, nunca mis ojos vieron al Señor, pero sé que está vivo, lo he experimentado en mí y en otras personas. Tengo la certeza que está vivo y me es muy difícil explicarlo con palabras, pero esa certeza existe en mi corazón como una verdad absoluta, más absoluta que toda la realidad que veo.
Esas experiencias en las que puedo reconocer que está vivo, en algunas ocasiones han sido muy fuertes, en otras, más débiles y sencillas; por momentos, más seguidas y por otros, más esporádicas, pero va transcurriendo el tiempo de mi vida y confirmo que es así, que el Señor está vivo y está actuando. Lo sé.
Finalmente, así como el pesimismo, la queja, la frustración y la desilusión se contagian y mucho, impresionan “los ambientes pesados y bajoneantes” en los que convivimos a diario, así también se contagia la vida, la alegría y la esperanza.
Los cristianos no somos vendedores de ilusiones, ni queremos engañar con una fe vacía de una vida auténtica. Los cristianos somos testigos de alguien que estaba muerto y ahora vive y eso, aunque nos cueste explicarlo, nos llena de alegría y esperanza.
Nuestra misión es contagiar al mundo de esa Vida Nueva.
¡Si Él Vive, yo vivo!
¡Si Él Vive, vivimos todos!
¡Muy Feliz Pascua, Aleluya, Aleluya!
Mons. Jorge Eduardo Scheinig, arzobispo de Mercedes-Luján