Viernes 15 de noviembre de 2024

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Misa de apertura del Primer Sínodo Arquidiocesano

Homilía de monseñor Jorge Eduardo Scheinig, arzobispo de Mercedes-Luján, en la misa de apertura del Primer Sínodo Arquidiocesano (18 de marzo de 2023)

Lecturas:
Hechos 2,1-11. Salmo 22. Mateo 9,27-37


A lo largo de su camino evangelizador, de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, Jesús el Señor, se va encontrando con personas concretas que sufren diversas enfermedades y dolencias y también, con multitudes fatigadas, abatidas, desorientadas que están como ovejas que no tienen pastor. A cada una de las personas que sana les da su tiempo y su vida, se detiene, las escucha, les pregunta, las toca. Sus palabras y gestos de compasión son reveladores de una Novedad capaz de transformar la historia de la humanidad. Es la Novedad de la Buena Noticia del Reino para cada persona y para todos los pueblos: “Dios está entre nosotros, Dios está con nosotros”. Su viva presencia sana y salva y nadie, absolutamente nadie, está excluido de su Amor y de su Misericordia. Todos estamos en las manos del Dios que es Padre, Abba y eso es una Buena Noticia.

El texto que hemos proclamado nos habla de tres personas: dos ciegos y un mudo que se encuentran con Jesús. Cada una de ellas tiene su historia, su biografía y circunstancias concretas y además, sus vidas están determinadas por una dura limitación. Nos hace bien recordar que todos los seres humanos somos y seremos carentes y limitados, es una característica de nuestra condición humana. Necesitamos reconocer que hay carencias y limitaciones que afectan de tal modo nuestras vidas que si no se sanan, corremos el riesgo de frustrar toda la existencia, el sentido de lo que somos y del por qué tenemos vida.

No ver, no hablar, son dos realidades que van mucho más allá de la falta de un sentido o una cualidad. Tienen que ver con personas que no pueden encontrar el propio camino porque no lo ven y en el caso del mudo, una persona imposibilitada para comunicarse y vincularse con otros. Por eso, el Señor les restituye la necesaria salud, para que puedan ser personas con una vida plena, capaces de encontrarle el sentido a la vida y hacerlo con otros, no en soledad, no de manera aislada.

Es llamativo que en el caso del mudo se diga que está endemoniado y en el de los ciegos, Jesús les pregunte si creen que Él puede darles la vista.

Es como si el evangelista nos invitara a ir a la raíz de la condición humana: el mal y la fe, el pecado y la gracia, la pérdida del sentido de la vida y encontrar la salvación. Y Mateo, nos ayudará a descubrir que en medio de esa lucha entre luz y oscuridad, entre soledad y comunión está Jesús y, si creemos en Él, podrá sanar la raíz de nuestros males.

Este Evangelio se convierte hoy en un fuerte llamado hacia todos nosotros que estamos iniciando este Camino Sinodal. Es una Palabra viva de Dios que va a la raíz, a lo esencial, para despertarnos y sacarnos de nuestras cegueras e incomunicaciones profundas y que hacen que nuestra Iglesia se quede muchas veces en cuestiones superficiales, como desorientada y desmotivada por la pérdida del sentido de su ser y misión y además, aislada, encerrada en sí misma, carente de una vida comunitaria sabrosa, atractiva, con capacidad de contagiar a otros la alegría del Evangelio.

No es sólo el mundo, o los otros los que tienen males y carencias, también nosotros tenemos cegueras y mudeces, y en lo profundo, en la raíz, están el problema del mal, del pecado, de la falta de confianza y de conversión, de la tibieza y la mediocridad y al mismo tiempo, el desafío de una fe viva en Jesucristo. Este Sínodo, en sintonía con el Sínodo convocado por el Papa Francisco, se convierte en una oportunidad para ver de otra manera toda la realidad, la del mundo y la de la Iglesia.

Hubo un primer Pentecostés, una irrupción desbordante del Espíritu Santo, que “recreó” al Pueblo de Dios de tal manera que ya no estaría identificado con una raza, una cultura, una geografía, una historia y unas tradiciones, sino un nuevo Pueblo constituido por una multitud de personas y naciones, como diría el autor del Apocalipsis: “Después de esto, vi una enorme muchedumbre, imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas” (Ap. 7,9). En ese primer Pentecostés más allá de las diferencias, experimentaron una presencia de Dios de tal naturaleza, que les hacía entenderse y entrar en comunión. El Espíritu sanaba en aquella primera comunidad temerosa, la tentación de construir una Babilonia y Él mismo Dios comenzaba a poner las bases de un nuevo Pueblo.

Esta Iglesia Particular de Mercedes-Luján, a lo largo de sus 89 años, hizo experiencia de muchos Pentecostés que la marcaron y recrearon para que se mantuviera fiel a Su Señor y a la misión por Él encomendada: “que en esta geografía territorial y humana se predicara el Evangelio a todos y que se lo hiciese con palabras y gestos, siempre y en toda circunstancia, como Jesús enseñó”.

Este Sínodo que está haciendo hoy esta Esposa de Cristo, no es ni el primer Pentecostés, ni será el último, pero con total seguridad, les digo que estamos frente a un acontecimiento de salvación, un Kairós, una nueva irrupción desbordante del Espíritu del Señor que nos urge a evangelizar. Porque los tiempos son apremiantes y no podemos callar, ni dejar de dar testimonio de lo que hemos experimentado en carne propia y de las maravillas que hemos visto y oído. Queremos dar testimonio de lo que Jesús hizo y hace en nosotros, queremos contagiar, salir, llevar la Buena Noticia y trabajar para que toda persona se levante y encuentre el sentido de la vida y su salvación.

Me llama mucho la atención que antes de invitarnos a pedirle al Padre para que nos envíe más trabajadores, más evangelizadores y catequistas, más servidores y testigos, más rezadores y adoradores, que se necesitan con urgencia, porque todos los ministerios son pocos y no alcanzan, me llama la atención que el Señor diga que “la cosecha es abundante” (Mt. 9, 37). Quiere decir que el Espíritu ya sembró, que la semilla creció, está dando fruto y que los trabajadores somos invitados a cosechar algo que no hemos sembrado.

No se trata de una visión optimista de Jesús que quiere convencernos endulzando la realidad. Se trata de una mirada que tiene la certeza absoluta de la presencia definitiva de Dios y su Reino en la historia y entre nosotros, del Dios de la Misericordia y del Amor, que ya está haciendo nuevas todas las cosas.

Esto es muy importante queridas hermanas y hermanos. Dios quiera que uno de los frutos de este Sínodo sea darnos cuenta que entre los niños, los jóvenes, los adultos, los ancianos, las personas de nuestros barrios y ciudades, los trabajadores, los empresarios, las amas de casa, los enfermos, los pobres, los descartados, los universitarios, los médicos y abogados, los policías y arquitectos, los comerciantes, los deambulantes y sin techos, en cada persona, el Espíritu es el que siembra las buenas semillas del Reino y lo va haciendo con nuestra colaboración misionera y pastoral, pero también, de mil modos y con muchos que no están en nuestras comunidades.

Las personas con sus vidas concretas son nuestros interlocutores, con ellas dialogamos la vida y la fe y sabemos que ya hay una presencia de Dios, por momento, más a la luz y evidente, otras veces, más escondida y difusa, pero nunca partimos de cero. No somos cruzados que vamos a la realidad de la vida para imponer el Evangelio de Jesús. Somos testigos de una Persona que ama tanto a cada persona, pero tanto, que da la vida por ella. Y no sólo lo hace por los santos y buenos, sino por los pecadores como nos recuerda San Pablo: “En efecto, cuando todavía éramos débiles, Cristo, en el tiempo señalado, murió por los pecadores. Difícilmente se encuentra alguien que dé su vida por un hombre justo; tal vez alguno sea capaz de morir por un bienhechor. Pero la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores”. (Rm. 5, 6-8)

¿Se imaginan evangelizadores y catequistas que antes de ir a sembrar salen a cosechar? Iríamos al encuentro de las personas que están en sus casas, en la calle, en el trabajo, pero lo haríamos de otra manera, más humildes, más discípulos, más confiados, más testigos!

No podremos nunca hacer una buena evangelización y catequesis si nosotros, como lo hace Jesús, no percibimos la presencia del Dios que en medio de las difíciles circunstancias de la vida, siempre, lo repito, ¡siempre!, hace cosas sorprendentes y nos animamos a proclamarlas a los cuatro vientos con audacia y alegría. Sí, no nos encerramos, sino que salimos a gritar como la Virgen, el Kerigma: “el Señor está entre nosotros y hace maravillas”.

Les pido a todos ustedes que han sido elegidos por el Pueblo de Dios para ser sinodales, que dejen que Jesús les abra los ojos para ver y les dé el habla para compartir. Pero muy especialmente les pido por favor a ustedes queridas laicas y laicos, hablen con libertad, no se dejen tentar por el demonio de la mudez que los puede hacer callar delante de los clérigos, sacerdotes o diáconos. No pueden, ni deben callar todo lo que tienen en el corazón y que lo tienen porque Dios ha sembrado en ustedes las semillas del Reino y le han respondido diciéndole que sí. Además, rezan y celebran con fe y perseverancia; aman a María, la Madre del Señor; sirven a sus hermanos y tienen una enorme experiencia y riqueza pastoral. No le priven a nuestra querida Iglesia de Mercedes-Luján de su sabiduría pastoral.

Seamos una Iglesia de ojos abiertos y de parresía, es decir, de un hablar con espontaneidad, valentía, libertad, confianza y seguridad. Todos ustedes están aquí con autoridad, la autoridad que les da el Espíritu de Dios y la confianza que depositó en ustedes el Santo Pueblo de Dios. Deseo escucharlos a todos ustedes y en ustedes a toda la Iglesia.

Les pido por favor, que no convirtamos al Sínodo en un encuentro para decir las mismas cosas que a nosotros nos gusta escucharnos decir, que quedan en una pura autorreferencialidad, que poco o nada transforman y que sólo entusiasman y convencen a muy pocos. Animémonos decididamente a descubrir lo que Dios quiere para nuestra Iglesia, siendo evangelizadores y catequistas lanzados hacia adelante y creativos.

En este año sinodal, tengo la certeza que el Espíritu Santo nos ayudará a encontrar los verdaderos desafíos y además, los posibles caminos pastorales para una mejor Evangelización y Catequesis Hoy.

Permítanme compartirles ahora tres núcleos temáticos y pastorales que según mi entender, pueden animarlos a seguir buscando y ahondando en nuestra tarea apostólica. Les pido que los tengan en el horizonte de sus reflexiones sinodales.

Lo primero que les propongo es, que el centro de nuestra Evangelización y Catequesis sean las personas concretas.

Así lo hacía Jesús, pero además, estoy seguro que reconocer el valor infinito de cada persona, respetarla y amarla, es hoy, un “signo de los tiempos”.

La vida de cada persona como viene, con todo lo que ella es y tiene, su historia y sus circunstancias actuales, “sus gozos y esperanzas, sus tristezas y angustias” (cf. GS 1), sus capacidades, dones y valores y todo eso, mezclado con el desconocimiento del Señor y su Evangelio, sus limitaciones, desvalores, miedos, desánimos y fatigas; cada persona, es soñada, querida y puesta en la existencia por el designio de Dios y con una misión intransferible. Nosotros, como un eco de la voz de Dios, estamos invitados a ir al encuentro de cada persona, para que en lo profundo de su ser, resuene esa Voz que le asegura que ha sido deseada y soñada por Él mismo. Cuando una persona experimenta que es valiosa porque es amada por el Padre Dios con un amor infinito, alcanza una Luz, que sana toda ceguera. Nosotros sabemos que esto es así.

Estamos llamados a ir a cada corazón humano para que pueda entrar en sintonía de amor con el Corazón Sagrado de Jesús. Se trata entonces de hacer una Evangelización y Catequesis “de corazón a corazón” y, en todo caso, ofrecemos nuestro corazón y el corazón de la Iglesia como puente, para que ese encuentro entre cada persona y Jesús sea profundamente humano, profundamente religioso.

Si cada persona es un signo de los tiempos, cada persona se convierte en el llamado que Dios nos está haciendo y por momentos será un grito del mismo Dios que nos despierta y no podremos desoír. Por esa persona concreta deberíamos animarnos a dejar tiempos, esquemas, planes, y todo lo que sea necesario para no “perderla”. Porque hoy se han invertidos los números de la parábola, ya que es una la que se ha quedado y hay noventa y nueve que no están entre nosotros, muy especialmente los jóvenes.

Cada vez más, la Evangelización y la catequesis deben ser a un “modo artesanal”. Pero cuidado, no se trata de un modo pastoral individualista y/o intimista, sino personal, que siempre estará relacionado a una comunidad concreta de hermanas y hermanos.

¿Cómo?, ¿quiénes?, ¿cuándo?, serán preguntas del Sínodo y respuestas que debemos encontrar juntos.

Es verdad que Jesús, en su pedagogía y metodología pastoral, también se encontraba con las multitudes, por lo tanto, como Él nos enseña, no podremos descuidarlas. Será por medio de encuentros más masivos, peregrinaciones y celebraciones zonales, diocesanas, en las calles, será a través de los Medios de Comunicación y de las redes, no sé, Dios nos irá indicando el camino.

Un segundo núcleo temático y pastoral es: desear y llegar a ser una Iglesia de la Palabra.

¿Cómo evangelizar o dar catequesis si nosotros no estamos familiarizados con la Palabra de Dios? ¿De qué hablar si la Palabra no toca nuestros corazones y nos convierte? ¿Qué vamos a proponerle a nuestras ciudades si no vamos a la fuente inspiradora de la vida?

No alcanza ni la simple lectura, como así tampoco el estudio exegético. Hace falta meditarla en lo profundo de nuestro corazón y de nuestro ser, masticarla, digerirla, asimilarla y entregarla a los hermanos como verdadero alimento. La Palabra de Dios debe iluminar día a día nuestros “criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida” (EN 19).

Para que así sea, necesitamos estar más con la Palabra, amarla y sentir que Ella corre por nuestra sangre. Es una tarea que no podremos delegar a la predicación de los sacerdotes. Para ser una Iglesia que tiene algo que decir y compartirlo humildemente con otros, antes, la Palabra debe hablarnos a cada una y cada uno y debe hablarnos también a todos nosotros que la recibimos en comunidad eclesial.

Les pido a los sacerdotes que mediten la Palabra de Dios todos los días, dándole tiempo para que empape la propia vida y la tarea pastoral. Preparen por favor las homilías, como nos indicó el Papa Francisco en Evangelii Gaudium. Hagan que la Palabra esté más presente en las reuniones de la comunidad. Hagan todos los esfuerzos necesarios para que el Pueblo de Dios se enamore de la Palabra. Sin ella, nuestra evangelización y catequesis será insulsa, vacía, sin luminosidad. Les pido por favor a todos ustedes, queridas y queridos sinodales que dediquen un momento diario y especial para meditarla e incorporarla a la vida.

Lo tercero es rezar sentidamente al Padre, para ser una Iglesia llena de ministerios y servicios para la Evangelización y la Catequesis.

Contemplativos, rezadores y adoradores; animadores de comunidades; evangelizadores multiculturales; anunciadores del Kerigma, Kerigmáticos; catequistas; religiosas; religiosos; diáconos; sacerdotes; matrimonios; misioneras y misioneros; visitadores de los barrios y de las casas; animadores de la liturgia y el canto; visitadores de enfermos; servidores de la caridad; animadores de los jóvenes; en fin, tanto hay por hacer y son tantos los corazones y las manos que se necesitan, que bien vale la pena rezar con insistencia al Padre para que seamos una Iglesia despierta a la diversidad de las vocaciones y llamadora de muchos.

Para esto, necesitamos crecer en abrir las puertas y salir de nuestro pequeño y reducido mundo.

Abrir las puertas para que el que lo desee pueda entrar a nuestras comunidades parroquiales y a nuestras instituciones y movimientos, y allí, compartiendo la vida en comunidad, encuentren verdaderos motivos para seguir con perseverancia al Señor y puedan crecer en su camino, fortalecer la fe y celebrarla de tal manera, que sientan la alegría del Evangelio.

Y salir para lavar los pies de los hermanos, especialmente de los pobres, de los enfermos, de los que sufren. Salir para que “con solo vivir podamos predicar el Evangelio” (San Carlos de Foucaul) Salir para dar testimonio y así colaborar con el Espíritu del Señor que desea renovar el mundo, que el Reino se dilate y que todas las cosas sean nuevas.

Queridas hermanas, queridos hermanos, estamos comenzando un camino que no sabemos muy bien por dónde lo transitaremos, ni hacia dónde nos conducirá. Como nuestro padre Abraham, hemos escuchado: “abandona tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré” (Gen. 12,1). Tenemos la certeza que este Sínodo viene de Dios, que estamos caminando juntos y parafraseando a Pablo: “estamos firmemente convencidos de que aquel que comenzó la buena obra la irá completando hasta el Día de Cristo Jesús”. (Fil 1,6).

Ustedes deberán animar a muchos para que participen de verdad de esta caminata llena de confianza y esperanza. Cuántos más inviten a participar en las Asambleas parroquiales, de los colegios, de los movimientos e instituciones, mejor. ¡Lleguen especialmente a los que están alejados!

¡Cuidado! Estoy seguro que aparecerán voces que pondrán en duda lo que estamos haciendo, que intentaran dividir y llenarnos de desconfianza y desesperanza. Voces cargadas de negatividad, falsas doctrinas y propuestas. Sepan querido Pueblo de Dios que esas voces no vienen de Dios, sino del maligno que hará todo lo posible para confundirnos y destruir este camino.

¡Fuerza! ¡Ánimo! ¡Perseverancia! ¡Aquí está la Iglesia del Señor!

La Iglesia Madre sabe de las tretas del sinvergüenza y su sabiduría de miles de años, nos enseña que para no caer en sus tentaciones, necesitamos ponernos en las Manos buenas de nuestro Padre Dios, dejar que el Espíritu sople, conservar la alegría y el buen humor y caminar juntos, privilegiando y cuidando la comunión. ¡Que nada ni nadie rompa nuestra comunión! ¡No nos dejemos robar la fraternidad! Como diría el Santo Padre Francisco. (EG 92. 101)

El 9 de noviembre de 2019, les escribí mi primer Carta Pastoral, Al ritmo del Espíritu del Señor. En ella les hablaba de la Iglesia que sueño. Les aseguro que hoy experimento una inmensa alegría por este camino que estamos haciendo juntos. ¡Gracias!

¡Qué lindo es tener a María caminando con nosotros!

¡Qué lindos sus nombres de Mercedes y Lujan!

Tengámosla siempre muy presente en nuestras reuniones sinodales. Invoquémosla, llamémosla. Sintamos que está entre nosotros, silenciosamente, como Ella suele hacerlo, con la certeza que está haciendo lo que hace como Madre, uniéndonos a nosotros que somos sus hijos, a su Único Hijo, Jesús, nuestro amado Señor.

Ahora les pido que frente al Padre Dios, a Su Hijo amado Jesús, llenos de Su Espíritu y frente a su obispo, de corazón y a viva voz, hagan como sinodales el juramento y compromiso.

Mons. Jorge Eduardo Scheinig, arzobispo de Mercedes-Luján