Evangelio: Mateo, 16, 13-20
«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16)
San Mateo preparó esta escena de la confesión de Pedro relacionándola con su itinerario apostólico en tierras vecinas a Israel: «Una gran multitud acudió a él, llevando paralíticos, lisiados, ciegos, mudos y muchos otros enfermos. Los pusieron a sus pies y él los curó. La multitud se admiraba al ver que los mudos hablaban, los inválidos quedaban curados, los paralíticos caminaban y los ciegos recobraban la vista. Y todos glorificaban al Dios de Israel» (Mt 15, 30-31). Todos estos signos eran anticipos del Reino que Jesús predicaba con gestos y palabras. Él ya conocía lo que pensaban los saduceos y fariseos, los que se habían apropiado de Dios, por eso alabó al Padre que revela las cosas del Reino a los pequeños y no a los sabios de este mundo (cfr. Mt 11, 25-30). Las preguntas que hace a sus discípulos tienen que ver con ese contexto: la gente sencilla lo escucha y lo sigue, mientras que los ilustrados y entendidos no lo comprenden y rechazan.
Primero pregunta: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?». Las primeras respuestas son decepcionantes, ninguno acierta sobre quién es Jesús. Luego pregunta al grupo de los Doce: «Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?». Simón Bar Jona toma la Palabra en nombre de todo el grupo y hace la perfecta confesión de la fe cristiana: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). Jesús responde con una bienaventuranza, porque lo que acaba de confesar ha sido concedido por Dios. Y seguidamente, dice quién es Simón. Al discípulo le cambia el nombre: en adelante será Cefas, Roca, Pedro. Él será la roca sobre la cual edificará su Iglesia y para perpetuarla en el tiempo le promete que «los poderes de la muerte no la vencerán» (16,18). Si la promesa de Jesús es reunirnos en el Reino de su Padre Dios, Pedro será el poseedor de las llaves, para lo cual recibe también el poder de atar y desatar, para que todo lo que enseñe y bendiga en la tierra quede refrendado en el cielo.
Todo parece indicar que el Señor tuvo en cuenta aquella inspirada revelación en Cesarea de Filipo, cuando Pedro confesó la verdad sobre «Jesús, Hijo de Dios» (Mt 16.16); y sobre esa fe fundó su Iglesia. Pero sabemos que Pedro debió esperar hasta encontrarse con Jesús resucitado a orillas del lago de Tiberíades, donde por tres veces le preguntó: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». El Maestro no había retirado su promesa, pero fue necesario aquel diálogo amoroso para dejar atrás lo que todos conocemos durante los días de su pasión. Sin esa nueva confesión de amor más grande, el Buen Pastor que da su vida por las ovejas, no hubiera podido confirmarlo: «Apacienta mis ovejas». Los poderes que recibió Pedro en su persona se hicieron extensivos a todos los pontífices que apacentaron la Iglesia de Jesús durante los dos mil años de su existencia. La proyección de aquella unción se actualiza y no deja de asombrarnos cada vez que vemos el humo blanco en la chimenea de la sala consistorial, como aquella tarde del 13 de marzo de 2013.
En este nuevo aniversario de su elección como sucesor de Pedro, nos unimos fervorosamente a toda la Iglesia para rezar por el Papa Francisco, y deseamos renovar nuestra fidelidad a quien carga sobre sus hombros de buen pastor la comunidad universal de fieles.
La Iglesia que peregrina en la Argentina manifiesta una gran alegría por el singular vínculo afectivo que nos une al Vicario de Cristo, quien fuera nuestro Cardenal Bergoglio por más de 15 años.
Cursando el décimo año de su pontificado, el Papa Francisco continúa entregándonos un magisterio doctrinal y pastoral acorde con el espíritu y la letra del Concilio Vaticano II y en continuidad con los grandes documentos pontificios que le precedieron. Él nos ha acostumbrado a que toda reflexión tenga su punto de partida en la Sagrada Escritura, la que encuentra su plenitud en el Evangelio de Jesús, fuente inagotable de sabiduría divina.
Desde su primera encíclica Lumen fidei, redactada a cuatro manos con el Papa Benedicto XVI, recientemente fallecido, Francisco, consciente de la tarea confiada al sucesor de Pedro, nos decía: «Ayer, hoy y siempre, está llamado a confirmar a sus hermanos en el inconmensurable tesoro de la fe, que Dios da como luz sobre el camino de todo hombre»[1]. Del mismo modo, hizo suyas las orientaciones y conclusiones finales del Sínodo convocado por su antecesor, acerca de la nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana (2012), que inspiró la exhortación apostólica Evangelii Gaudium: sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual (2013). En ella, el Papa expresó: «Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación»[2]. La letra, el espíritu y el carisma de ese documento gestaron un renovado impulso misionero e inspiraron muchísimas iniciativas pastorales en todo el mundo, haciéndose eco de su deseo de una Iglesia en salida. «En la Palabra de Dios -nos decía-, aparece permanentemente este dinamismo de “salida” que Dios quiere provocar en los creyentes. [Abraham aceptó el llamado a salir hacia una tierra nueva (cf. Gn 12,1-3). Moisés escuchó el llamado de Dios: “Ve, yo te envío” (Ex 3,10), e hizo salir al pueblo hacia la tierra de la promesa (cf. Ex 3,17). A Jeremías le dijo: “Adondequiera que yo te envíe irás” (Jr 1,7)]. Hoy, en este «id» de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva “salida” misionera»[3]. La proyección de esa Exhortación ha abierto y sigue abriendo nuevos caminos para la evangelización.
Le siguieron dos Sínodos dedicados a dos prioridades pastorales en el corazón del Papa Francisco: la familia y los jóvenes. En esas asambleas sinodales, la nota descollante fue la participación de los laicos, cuyas voces e inspirados aportes se vieron reflejados en los documentos postsinodales sobre el amor en la familia[4], y el dirigido a los jóvenes y a todo el pueblo de Dios[5].
Su mirada sensible sobre la realidad social quedó de manifiesto cuando nos dice: «La falta de una vivienda digna o adecuada suele llevar a postergar la formalización de una relación. [Hay que recordar que la familia tiene derecho a una vivienda decente, apta para la vida familiar y proporcionada al número de sus miembros, en un ambiente físicamente sano, que ofrezca los servicios básicos para la vida de la familia y de la comunidad]. Una familia y un hogar son dos cosas que se reclaman mutuamente. Este ejemplo muestra que tenemos que insistir en los derechos de la familia, y no sólo en los derechos individuales. La familia es un bien del cual la sociedad no puede prescindir, pero necesita ser protegida»[6].
Por su parte, tuvo para los jóvenes de todo el mundo palabras y gestos de cercanía: «Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más hermosa juventud de este mundo. Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida. Entonces, las primeras palabras que quiero dirigir a cada uno de los jóvenes cristianos son: ¡Él vive y te quiere vivo! [Él está en ti, Él está contigo y nunca se va. Por más que te alejes, allí está el Resucitado, llamándote y esperándote para volver a empezar. Cuando te sientas avejentado por la tristeza, los rencores, los miedos, las dudas o los fracasos, Él estará allí para devolverte la fuerza y la esperanza»[7]. Y por eso les propuso contemplar y escuchar la buena noticia de Jesús: «Él no los ilumina a ustedes, jóvenes, desde lejos o desde afuera, sino desde su propia juventud, que comparte con ustedes. Es muy importante contemplar al Jesús joven que nos muestran los evangelios, porque Él fue verdaderamente uno de ustedes, y en Él se pueden reconocer muchas notas de los corazones jóvenes…] Jesús joven tenía una confianza incondicional en el Padre, cuidó la amistad con sus discípulos, e incluso en los momentos críticos permaneció fiel a ellos. Manifestó una profunda compasión por los más débiles, especialmente los pobres, los enfermos, los pecadores y los excluidos. Tuvo la valentía de enfrentarse a las autoridades religiosas y políticas de su tiempo; vivió la experiencia de sentirse incomprendido y descartado; sintió miedo del sufrimiento y conoció la fragilidad de la pasión; dirigió su mirada al futuro abandonándose en las manos seguras del Padre y a la fuerza del Espíritu. En Jesús todos los jóvenes pueden reconocerse»[8].
Cómo no recordar con alegría y gratitud cuando el Santo Padre abrió las puertas del Jubileo Extraordinario de la Misericordia y nos hizo vivir un año de gracia y consuelo, proclamando que «desde el corazón de la Trinidad, desde la intimidad más profunda del misterio de Dios, brota y corre sin parar el gran río de la misericordia»[9]. Solo Dios sabe cuántos hombres y mujeres, hasta entonces ajenos a la Iglesia, hoy forman parte de ella después de conocer el perdón y el rostro misericordioso del Padre Dios.
Las encíclicas Laudato Sì sobre el cuidado de la Casa Común y Fratelli tutti sobre la Fraternidad y la Amistad Social, seguidas del mensaje ecuménico para la protección de la creación, en comunión con Su Santidad Bartolomé I y el arzobispo anglicano Justin Welby[10], sumado al documento interreligioso firmado en Abu Dabi con el Gran Imán de Al-Azhar, Ahmad Al-Tayyeb[11] y la celebración del Sínodo de la Amazonía con la Exhortación Apostólica Querida Amazonía, han facilitado puentes de diálogo y reflexión con pueblos, culturas, y con hombres de la ciencia y la política.
El magisterio social de Francisco propone la toma de conciencia de ser corresponsables de la Casa Común, supone una nueva mirada sobre la creación desde una ecología integral, cuidando a los pobres que son los más perjudicados por el atropello y expoliación de los recursos naturales, junto a las nuevas categorías de fraternidad y solidaridad: son los aportes de su pensamiento en orden a un nuevo humanismo integral que vuelva a poner en el centro del universo a la persona. En Laudato Sì nos dice: «La Biblia enseña que cada ser humano es creado por amor, hecho a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26). Esta afirmación nos muestra la inmensa dignidad de cada persona humana, que «no es solamente algo, sino alguien. [Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas». San Juan Pablo II recordó que el amor especialísimo que el Creador tiene por cada ser humano le confiere una dignidad infinita. Quienes se empeñan en la defensa de la dignidad de las personas pueden encontrar en la fe cristiana los argumentos más profundos para ese compromiso. ¡Qué maravillosa certeza es que la vida de cada persona no se pierde en un desesperante caos, en un mundo regido por la pura casualidad o por ciclos que se repiten sin sentido!] El Creador puede decir a cada uno de nosotros: «“Antes que te formaras en el seno de tu madre, yo te conocía” (Jr 1,5). Fuimos concebidos en el corazón de Dios, y por eso “cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario”»[12].
Hacia el final de Fratellli tutti, Francisco nos recuerda: «Para nosotros, ese manantial de dignidad humana y de fraternidad está en el Evangelio de Jesucristo. De él surge para el pensamiento cristiano y para la acción de la Iglesia el primado que se da a la relación, al encuentro con el misterio sagrado del otro, a la comunión universal con la humanidad entera como vocación de todos»[13].
Partiendo del ejemplo de los santos, que desde el Evangelio vivieron intensamente la cercanía a los pobres, Francisco no dejó de alentarnos para que respondamos a nuestra vocación bautismal: «No tengas miedo de la santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó y serás fiel a tu propio ser. [Depender de él nos libera de las esclavitudes y nos lleva a reconocer nuestra propia dignidad»][14]. Para Francisco, las justas causas de los pobres merecen prestarle nuestra atención y tiempo, acompañarlos en sus reclamos ante una justicia y legislación largamente esperadas. En ocasión de los tres Encuentros Mundiales de los Movimientos Populares que se originaron en sus visitas a Latinoamérica, el Papa, escuchando a los más frágiles y postergados, propuso un programa de acción que llamó: «Tierra-Techo-Trabajo». Estas palabras aspiran a realidades concretas, para que las comunidades más desposeídas puedan acceder a una tierra para trabajar, donde puedan construir sus casas, y a sus familias dar un hogar. Ese ideal es parte de su propuesta de un Desarrollo Humano Integral.
El Santo Pueblo de Dios, junto a la gran familia humana, guarda en su memoria la solicitud del Pastor Universal en los tiempos dramáticos, cuando se globalizó el flagelo de la pandemia. En aquella tarde de marzo del 2020, bajo la lluvia, nos infundió confianza y esperanza en plena tormenta: «Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere»[15].
En una de sus últimas intervenciones abordó un desafío que lo apasiona, y su magisterio nos ha dado sólidos lineamientos para pensar y actuar en un Pacto Educativo Global, con la esperanza de aspirar a un acuerdo que haga realidad un renovado «humanismo solidario, que responda a las esperanzas del ser humano y al diseño de Dios»[16].
Guiado por la lógica del Evangelio, que nos presenta a un Buen Pastor de cien ovejas, el Papa nos ha invitado varias veces a tener una mirada amplia ante la marginalidad y compleja diversidad que vivimos, porque como lo ha dicho en estos días: «Jesús los quiere a todos adentro».
Como sus antecesores, Francisco salió del Vaticano. Nos conmovió aquella su primera visita a la Isla de Lampedusa, donde se solidarizó con los inmigrantes que arriban a sus costas y ofreció la Misa por los miles de hombres, mujeres y niños que no pudieron llegar. Desde allí pidió perdón a Dios y lanzó un fuerte llamado a «aquellos que en el anonimato toman decisiones socio-económicas que hacen posibles dramas como éste»[17]. Le siguieron visitas a campos de refugiados, o donde el drama de los pobres muestra el rostro doliente de la humanidad -migrantes perseguidos, fugitivos del hambre-: son parte sensible de su ministerio apostólico itinerante. Si prestamos atención a su itinerario misionero, advertimos que ha visitado con preferencia a países donde la comunidad católica es minoría y el cristianismo en general encuentra intolerancia y no pocos desafíos a la evangelización. Lo vimos mediar entre pueblos que supieron convivir y hoy se matan; su presencia en el conflicto es mediadora de paz y portadora de un mensaje conciliador, como lo hizo en su último viaje al Congo y Sudán del Sur.
Trabajador incansable por la paz, hoy tiene en su corazón la preocupación por su débil equilibrio, debido a la cruenta guerra entre Rusia y Ucrania, y su posible proyección mundial. No deja de elevar su oración y voz profética para promover la cultura del encuentro por el camino del diálogo. Es una aspiración que está presente en todo su magisterio pastoral, desde su primer documento:
«La evangelización también implica un camino de diálogo. Para la Iglesia, en este tiempo hay particularmente tres campos de diálogo en los cuales debe estar presente, para cumplir un servicio a favor del pleno desarrollo del ser humano y procurar el bien común: el diálogo con los Estados, con la sociedad -que incluye el diálogo con las culturas y con las ciencias- y con otros creyentes que no forman parte de la Iglesia católica. [En todos los casos “la Iglesia habla desde la luz que le ofrece la fe”, aporta su experiencia de dos mil años y conserva siempre en la memoria las vidas y sufrimientos de los seres humanos. Esto va más allá de la razón humana, pero también tiene un significado que puede enriquecer a los que no creen e invita a la razón a ampliar sus perspectivas»][18].
Los papas envejecen y Francisco, con el buen humor que lo acompaña siempre, se ha identificado con los ancianos, a quienes dedicó varias catequesis en las Audiencias Públicas. Hace unos meses fue aquejado por un dolor fuerte en unas de sus rodillas que le impidió caminar, lo vimos en silla de ruedas y fue en una intervención pública que comentó: «No entiendo cómo me pasó a mí, si es una enfermedad de los ancianos…».
Asistido por el Espíritu Santo, aun con limitaciones en su movilidad, sigue trabajando por una Iglesia sinodal, que viva una auténtica comunión, invite a la participación plena de sus hijos y recobre «la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas»[19].
Hoy, desde su Patria, lo seguimos encomendando a Nuestra Madre del Buen Aire y a su Padre San José; por eso quisimos celebrar en eta catedral, su cátedra, desde donde nos dejó gestos y palabras que guardamos en la memoria y en el corazón.
Card. Mario Aurelio Poli, arzobispo de Buenos Aires
Notas:
[1]Lumen Fidei, 7.
[2]Evangelii Gaudium, 27.
[3]Evangelii Gaudium, 20.
[4] Exhortación Apostólica Postsinodal Amoris Laetitia (2016).
[5] Exhortación Apostólica Postsinodal Christus vivit (2019).
[6] Exhortación Apostólica Postsinodal Amoris Laetitia (2016), 44.
[7] Exhortación Apostólica Postsinodal Christus vivit, 1 y 2.
[8] Exhortación Apostólica Postsinodal Christus vivit, 31.
[9] Bula Misericordiae Vultus (2015), 25.
[10] Mensaje conjunto para la protección de la Creación del Santo Padre Francisco, Su Santidad Bartolomé I, Patriarca Ecuménico y arzobispo de Constantinopla, y Su Gracia Justin Welby, arzobispo de Canterbury, 07.09.2021
[11] Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, Abu Dabi (4 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (8 febrero 2019), p. 7.
[12] Carta Encíclica Laudato Si’, del Santo Padre Francisco, sobre el cuidado de la Casa Común, 65.
[13]Fratelli tutti, 277.
[14] Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate, Sobre el llamado a la santidad en el mundo actual, 19 de marzo de 2018.
[15] Bendición Urbi et Orbi, del Santo Padre Francisco, Momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia. Atrio de la Basílica de San Pedro, viernes 27 de 2020.
[16] Mensaje para el lanzamiento del Pacto Educativo, 12 de septiembre 2019.
[17] Homilía en la Santa Misa celebrada en el Campo de deportes "Arena", Lampedusa, lunes, 8 de julio de 2013.
[18]Evangelii Gaudium, 238.
[19]Evangelii Nuntiandi, 75; citado en Evangelii Gaudium, 10.