En San Juan subir a una montaña es una actividad frecuente. Salir a pasear, a disfrutar del paisaje, compartir unos mates. Las alternativas son bien diversas; desde alturas bajas que llevan pocos minutos de ascenso a otras más desafiantes y exigentes. En el evangelio que leemos hoy en las misas (Mateo 17, 1-9) se nos cuenta que Jesús subió al monte Tabor (de unos 450 metros desde la base) con tres de sus discípulos más cercanos: Pedro, Santiago y Juan. Recordemos que ellos tres también estarán apenas a unos metros del Señor cuando se encuentre rezando en el huerto de los olivos sudando gotas de sangre poco antes de ser llevado preso para crucificarlo (Mt 26, 36).
Veamos algunas enseñanzas que podemos apropiarnos para nuestra vida. Para subir a la montaña hay que tomar a dos decisiones simultáneas: lo que debo dejar y el esfuerzo necesario a emprender.
Estamos en los primeros días de la Cuaresma y debemos decidirnos a dejar la mediocridad, lo repetitivo que se nos va pegando casi sin darnos cuenta. La conversión a la cual se nos llama implica soltar el lastre que nos impide seguir más de cerca y con mayor agilidad los pasos de Jesús; también dos decisiones simultáneas: desprendimiento y seguimiento.
En el mensaje para la cuaresma del 2023 Francisco nos propone tomar este acontecimiento de la Transfiguración del Señor como una imagen del camino sinodal que estamos recorriendo en la Iglesia. “Es necesario ponerse en camino, un camino cuesta arriba, que requiere esfuerzo, sacrificio y concentración, como una excursión por la montaña. Estos requisitos también son importantes para el camino sinodal que, como Iglesia, nos hemos comprometido a realizar.”
Continúa diciendo Francisco que “también el proceso sinodal parece a menudo un camino arduo, lo que a veces nos puede desalentar. Pero lo que nos espera al final es sin duda algo maravilloso y sorprendente, que nos ayudará a comprender mejor la voluntad de Dios y nuestra misión al servicio de su Reino”. Es una experiencia compartida por los tres discípulos que ascienden con Jesús; en este caminar juntos se nos muestra la dimensión comunitaria de la visión maravillosa que contemplan: belleza, paz, encuentro, plenitud…
Cuando los cubre la nube se escucha la voz del Padre: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo”. No basta con quedarse embelesados contemplando el prodigio asombroso. Es necesario escuchar a Jesús.
¿Cómo? ¿Dónde? Con un oído atento y corazón abierto. En su Palabra, sus enseñanzas. También en el clamor de los pobres y el gemido de la tierra. Y el Papa nos agrega que “el escuchar a Cristo pasa también por la escucha a nuestros hermanos y hermanas en la Iglesia; esa escucha recíproca que en algunas fases es el objetivo principal, y que, de todos modos, siempre es indispensable en el método y en el estilo de una Iglesia sinodal”.
La experiencia mística atrae a los discípulos, al punto que dicen “¡Qué bien estamos aquí!”, y le proponen a Jesús acampar allí. Pero el Maestro les impulsa a bajar de nuevo al camino cotidiano: “Levántense, no tengan miedo”. Como decía el Beato y Mártir Angelelli: “hay que seguir andando nomás”.
En el camino sinodal tenemos estas situaciones o pasos a lo largo del tiempo. Andar con Jesús, hacer el esfuerzo de ir cuesta arriba, gozar de momentos luminosos de comunión y encuentro, ser llevados por el Señor a continuar el camino con otros hermanos y hermanas en la fe.
En América Latina y el Caribe estamos transitando la Fase Continental del Sínodo realizando Encuentros Regionales. La semana pasada estuvimos en Quito con unos 80 delegados de los países Bolivarianos (Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela), y a partir de mañana lo haremos en Brasilia con 180 delegados de los países del Cono Sur (Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay, Brasil). Se intercambian diálogos y discernimientos de lunes a viernes con las delegaciones compuestas por varones y mujeres de las diversas vocaciones y carismas del Pueblo de Dios. Me toca acompañar esta experiencia hermosa de crecer en comunión, alentar la participación y comprometernos en la misión.
Les comparto algunas de las insistencias que van saliendo: igual dignidad de todos los miembros de la Iglesia, lo que nos une es lo permanente; escuchar y acoger a los excluidos; la participación de las mujeres en espacios de decisión; los jóvenes son el hoy de Dios.
Mons. Jorge E. Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo