Todos experimentamos los límites y la fragilidad. Incluso los mejores deportistas van declinando en sus capacidades, y llegan a un punto desde el cual ya no logran superarse. La condición humana nos enfrenta con la experiencia de no alcanzar lo que en algún momento sí pudimos. Limitaciones en la vista, en la fuerza física, en la comprensión. También sentimos como un aguijón cuando la enfermedad irrumpe en la vida. A esto le sumamos las mutilaciones por accidentes o desastres naturales como el terremoto en Turquía, Siria. Cómo no mencionar también las consecuencias horrorosas de la guerra.
Cada año, el 11 de febrero, se celebra la Jornada Mundial del Enfermo, en ocasión de la Fiesta de Nuestra Señora de Lourdes. El Mensaje del Papa para el 2023 se titula “«Cuida de él». La compasión como ejercicio sinodal de sanación”.
Nos dice Francisco que “la enfermedad forma parte de nuestra experiencia humana. Pero, si se vive en el aislamiento y en el abandono, si no va acompañada del cuidado y de la compasión, puede llegar a ser inhumana”. En una familia, un grupo de amigos, compañeros de trabajo, vecinos, es normal que alguien experimente la limitación de manera dura o dolorosa. En esas circunstancias se constata “si realmente caminamos juntos, o si vamos por el mismo camino, pero cada uno lo hace por su cuenta, velando por sus propios intereses y dejando que los demás ‘se las arreglen’ ”.
El Pueblo de Dios que peregrina en el mundo no está formado solamente por los perfectos que van a ritmo duro y parejo. Caminamos juntos con nuestros hermanos que experimentan fragilidad y enfermedad, y avanzamos “según el estilo de Dios, que es cercanía, compasión y ternura”. De nuestro Padre tenemos que aprender a no dejar a nadie de lado, y no permitir que nos pervierta la costumbre del descarte, sino promover la cultura del cuidado.
Existe una tendencia a encapsular lo que nos cuestiona y molesta, lo que no podemos resolver con nuestras racionalizaciones. Esto lleva al aislamiento, la soledad, el abandono. En la parábola del Buen Samaritano narrada por Jesús en el Evangelio (Lucas 10, 25-37), se nos advierte acerca la actitud reprobable de los dos religiosos que siguen de largo pretendiendo ignorar el sufrimiento del herido al costado del camino. La respuesta que Dios espera de hombres y mujeres de fe es conmoverse y hacer propio el sufrimiento del otro. Compasión significa “padecer-con”.
Francisco nos dice algo que sabemos pero nos cuesta asumir: “nunca estamos preparados para la enfermedad. Y, a menudo, ni siquiera para admitir el avance de la edad. Tenemos miedo a la vulnerabilidad y la cultura omnipresente del mercado nos empuja a negarla. No hay lugar para la fragilidad. Y, de este modo, el mal, cuando irrumpe y nos asalta, nos deja aturdidos. Puede suceder, entonces, que los demás nos abandonen, o que nos parezca que debemos abandonarlos, para no ser una carga para ellos. Así comienza la soledad, y nos envenena el sentimiento amargo de una injusticia, por el que incluso el Cielo parece cerrarse”.
La enfermedad no es “un mal sin remedio”, un callejón sin salida. El mal no tiene la última palabra. En este sentido es iluminador uno de los últimos párrafos del Mensaje del Papa: “«Cuida de él» (Lc 10,35) es la recomendación del samaritano al posadero. Jesús nos lo repite también a cada uno de nosotros, y al final nos exhorta: «Anda y haz tú lo mismo». Como subrayé en Fratelli tutti, «la parábola nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común» (n. 67). En realidad, «hemos sido hechos para la plenitud que sólo se alcanza en el amor. No es una opción posible vivir indiferentes ante el dolor» (n. 68)”.
La última recomendación: “El 11 de febrero de 2023, miremos también al Santuario de Lourdes como una profecía, una lección que se encomienda a la Iglesia en el corazón de la modernidad. No vale solamente lo que funciona, ni cuentan solamente los que producen. Las personas enfermas están en el centro del pueblo de Dios, que avanza con ellos como profecía de una humanidad en la que todos son valiosos y nadie debe ser descartado”. Recemos por ellos, sus familias, y quienes se dedican a su cuidado.
El viernes pasado, 10 de febrero, cumplí 68 años de edad. Doy gracias a Dios por el regalo de la vida y por todos aquellos con quienes compartimos el andar juntos acompañándonos en el camino.
Mons. Jorge E. Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo