“Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada.” (Mt 24, 42-44).
Este domingo comenzamos a caminar el Adviento. Cuatro semanas que preceden a la Navidad, y nos preparan para celebrarla. O, algo así.
En realidad, toda la primera parte del Adviento (hasta el 16 de diciembre), más que hacia el nacimiento de Jesús en el pasado, nos orienta hacia el futuro, hacia la venida del “Hijo del hombre… a la hora menos pensada”. De ahí, la exhortación a estar prevenidos, a permanecer en vela, vigilantes, atentos.
Jesús va a ilustrar esta exhortación con algunas parábolas: la de las muchachas prudentes y las tontas que se olvidan de tener listas sus lámparas; la de los talentos y, finalmente, la del juicio final (“Tuve hambre y me dieron de comer…”).
¿Cuándo y cómo llegará Jesús? Mejor despreocuparse de eso.
El discípulo tiene que ser como aquel servidor, del que habla Jesús, que está ocupado en hacer lo que tiene que hacer: vivir a fondo la vida, aprovechando los talentos confiados, sobre todo, ocupándose de los más pobres, de los más heridos y desatendidos.
Se puede decir todo esto con una sola palabra, humilde y vigorosa: esperanza. Suena a nombre propio: Jesús es el que viene, Él es nuestra esperanza.
“Señor Jesús: si nos preguntan qué podemos aportar a los hombres y mujeres que caminan con nosotros la aventura de la vida, nuestra respuesta es esta: la esperanza que esconde tu Nombre, tu Evangelio y tu Espíritu. Sostiene nuestra vida. Estamos en tensión. Amén”.
Mons. Sergio O. Buenanueva, obispo de San Francisco