Homenaje al venerable cardenal Pironio en el 25° aniversario de su muerte
- 6 de febrero, 2023
- Luján (Buenos Aires) (AICA)
Monseñor Luis Alberto Fernández presidió este domingo la misa en memoria del cardenal Pironio en la Basílica de Lujan, en el 25° aniversario de su fallecimiento. Concelebraron diez obispos.
“El cardenal Pironio fue el testimonio de una vida que irradiaba la frescura de la alegría y el sereno gozo de quien se sabía mirado y amado por la misericordia infinita del Padre, fuente inagotable del amor trinitario”, dijo monseñor Luis Alberto Fernández, obispo emérito de Rafaela y asesor nacional de la Acción Católica Argentina, en la homilía de la misa celebrada este domingo 5 de febrero en el Santuario de Lujan, en ocasión del 25° aniversario del fallecimiento del venerable cardenal.
Monseñor Fernández presidió la Eucaristía junto con monseñor Oscar Vicente Ojea, obispo de San Isidro y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina; el arzobispo de Mercedes-Lujan, monseñor Jorge Eduardo Scheinig; monseñor Carlos Humberto Malfa, obispo de Chascomús; monseñor Ariel Edgardo Torrado Mosconi. obispo de 9 de Julio; monseñor Carlos José Tissera, obispo de Quilmes; monseñor Gabriel Antonio Mestre. obispo de Mar del Plata; monseñor Gabriel Bernardo Barba,obispo de San Luis; monseñor Alberto Germán Bochatey OSA, obispo auxiliar de la Plata; y monseñor Gustavo Arturo Help, obispo emérito de Venado Tuerto.
La celebración, organizada por la Acción Católica Argentina (ACA), se ofreció en memoria del cardenal Pironio, en acción de gracias por su entrega y servicio a la Iglesia, y para pedir por su pronta beatificación.
Numerosos fieles colmaron el templo con fervor y entusiasmo, así como dirigentes nacionales y diocesanos de la Acción Católica Argentina, entre ellos cuatro expresidentes nacionales: Alejandro Madero (h), Beatriz Buzzetti, Emilio Inzaurraga y Rafael Corso, acompañados por los doctores Juan Navarro Floria, presidente del Consejo Argentino de Libertad Religiosa, y Vicente Espeche Gil, exdiplomático y extitular del DEPLAI.
Luego del oficio, los obispos y fieles se dirigieron a la tumba en donde descansan los restos del venerable (en la nave izquierda del Santuario), y rezaron la oración por la beatificación del cardenal.
A continuación, monseñor Malfa rezó el responso y dos jóvenes, uno de la ACA y otro del Instituto Pastoral Cardenal Pironio, colocaron una ofrenda floral sobre la tumba.
“Eduardo Pironio quiso que descansaran sus restos mortales aquí, a los pies de la Pura y Limpia Concepción, a la que desde pequeño le tuvo gran cariño y devoción”, comenzó diciendo en su homilía monseñor Fernández.
“Qué bien nos hace como Iglesia peregrina participar de la Eucarística en el domingo, día del Señor, memorial de la Pascua de Jesucristo, presencia siempre viva de ese amor inagotable y fecundo”, subrayó a continuación el prelado y destacó la “espiritualidad profundamente hecha vida en Eduardo Pironio, ya que cada día de su vida la Eucaristía era para él como ‘su lugar en el mundo’”.
El cardenal Pironio “vivía ante la presencia de un misterio inefable que se le había hecho muy cercano: su voz, mirada y gestos eran expresión de una admiración y asombro, signo fuerte de una espiritualidad nacida en la fecundidad de la Cruz y en la belleza, gozo y alegría de la Resurrección”, indicó a continuación.
Decía el cardenal Pironio a los seminaristas y sacerdotes que “es de la contemplación sabrosa donde sale la predicación fecunda”. En ese sentido, el obispo emérito de Rafaela aseguró que “nos invita hoy a todos a rumiar continuamente los Evangelios, que en su amplio y fecundo ministerio pastoral enseñó y compartió con todos, dejando primerear en su vida la fuerza del Espíritu Santo”.
Una de las palabras más significativas del cardenal en su predicación era la “luz”. “El cardenal Pironio leyó en los signos de los tiempos de sus días -no tan distinto al nuestro- la urgencia de iluminar, de ponerse la patria al hombro, de ser sal de la tierra y luz del mundo, para acompañar la pobreza y el gran dolor de la humanidad frente a las incomprensiones, desconsuelos y tragedias que se viven, venciendo el individualismo, el desaliento y la falta de interés y, comprometiéndose en el servicio a los hermanos”, detalló.
Por eso, el prelado animó a saber decir “¡Aquí estoy!” como lo hizo Eduardo Pironio, “con una vida ejemplar desde la contemplación, en la apertura a lo trascendente. Lo hizo con una vida entregada y generosa, con la cordialidad del respeto hacia toda persona, sin fingimientos, sin prejuicios, con bondad y delicadeza, con claridad de gestos, que no esquivaban la sonrisa alegre que mira a los ojos, porque calma prejuicios y temores, lleva al diálogo y es capaz de provocar la amistad fraterna”.
“Necesitamos hoy su vida, sus virtudes, su ejemplo, su mentalidad, su espiritualidad, ese temple de amor a Dios y de amor a la realidad que toca vivir para transformarla, para no dejarnos abatir por la mediocridad e indiferencia, la simulación o la mentira, o lo que es peor, la corrupción o la violencia que vivimos ante tantos niños que sufren, abuelos olvidados, familias sin trabajo, para seguir siendo pacientes y capaces de saber dar lugar al otro, preocupados por los más vulnerables”, expresó monseñor Fernández.
Por eso, invitó a acudir a sus escritos, “que nos servirán para escucharnos más, a callar y estar abiertos al pensamiento distinto haciendo el esfuerzo y creer de verdad que el otro tiene muchas cosas valiosas para aportar”.
Por último, recordó que “un camino que recorría con gozosa entrega el cardenal Pironio era el de la apertura y disponibilidad a la Iglesia, a la que sentía como madre”.
“Su manera pastoral está bien expresada hoy en la segunda Lectura, al decir del apóstol san Pablo en la primera carta a los corintios. No era el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría humana, Pironio irradiaba un poder, una presencia de lo divino, de lo trascendente, de algo que no salía solo de su esfuerzo humano, sino fundamentalmente de la vinculación estrecha con Cristo en la oración”, destacó.
Por eso sus charlas y predicaciones iban al centro, a lo esencial, a Cristo. “Lo hacía desde sus fragilidades, debilidades y temores, nunca imponiéndose. Ni buscaba ganar adeptos, no estaba hecho para fascinar o deslumbrar, sino para llevar a la conversión. Por eso la gente se quedaba solo con la fuerza del Espíritu que actuaba ante una disponibilidad, de alguien que como la Virgen, abrió totalmente el corazón al Señor, y por eso todos solo percibían las maravillas de Dios”, concluyó.+