Falleció monseñor Briancesco, destacado intelectual
- 5 de septiembre, 2023
- Buenos Aires (AICA)
Profesor de Teología y Filosofía fue formador de muchas generaciones de sacerdotes, dando cátedra en la UCA y siendo investigador principal del Conicet. Presidió la misa exequial Mons. Baliña.
Monseñor Eduardo Briancesco, pensador de amplio vuelo intelectual, apreciado como un maestro dilecto por varias generaciones de sacerdotes (no pocos de ellos obispos), falleció, a los 95 años, el domingo 3 de septiembre, a las 14.45, en la clínica San Camilo.
Licenciado en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma en 1953 –donde se ordenó sacerdote ese mismo año-, se doctoró en Teología en el Instituto Católico de París en 1959 y en Filosofía en la Universidad de París X en 1978. En 1977 inició su carrera como investigador en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), donde fue investigador principal entre los años 1982 y 2000. Desde 1960 fue profesor en la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina (UCA), de la que fue vicedecano y que lo distinguió como profesor emérito. En esa casa de estudios dictó Teología Dogmática, Teología Moral e Historia de la Filosofía Medieval.
El obispo auxiliar de Buenos Aires y vicario de la zona centro, monseñor José María Baliña, presidió la misa de exequias el lunes 4, a las 12, en la parroquia Nuestra Señora del Carmen, Rodríguez Peña 840, donde colaboraba monseñor Briancesco, que residió durante décadas en la vecina Casa del Clero.
Concelebraron la misa exequial el arzobispo emérito de Rosario, monseñor José Luis Mollaghan, y el obispo emérito de Avellaneda-Lanús, monseñor Ruben Frassia, y diez sacerdotes. Organizó la ceremonia el párroco del Carmen, presbítero Marcelo Falcón. Participaron en la concelebración sus antecesores en la parroquia, monseñor Víctor Pinto y presbítero Ricardo Larken, así como el vicerrector de Formación de la UCA, presbítero Gustavo Boquin.
El entierro se realizó en el panteón Nuestra Señora de la Merced en cementerio de la Chacarita.
Maestro humilde y amigo
En la homilía, el presbítero Fernando Ortega delineó su perfil sacerdotal y humano; lo consideró “un maestro humilde que nos abrió la posibilidad de comprender nuestra fe con profundidad”. También lo calificó como amigo y señaló que amaba el pensamiento cristiano, le preocupaba qué es pensar cristianamente, enriquecido por grandes pensadores. Y en su mente abierta le interesaban muchísimas cosas, como el arte, la música, la política… Reflexionaba que si Dios a través de Jesús ha entrado en la historia, Él, Dios encarnado, se mete cada día “aquí, hoy y ahora en mi historia y en la historia de cada uno… una historia siempre nueva, la de la alianza entre Él y los hombres”.
Contó que el día anterior tuvo el privilegio, la gracia, de verlo pasar, como dice el Evangelio, de este mundo al Padre, junto con su sobrino (el presbítero Guillermo Vido, quien concelebró la misa, en la que leyó el Evangelio). Y lo hizo, agregó, como todo en su vida, con humildad, casi en puntas de pie para no ser notado. Comentó que les dejó una profunda paz, serenidad. Señaló que terminó su peregrinaje y está gozando con Dios, con los santos, con sus seres queridos en el cielo. Al final dijo: “Gracias, Eduardo, por todo lo que nos has dejado, gracias por tu vida, gracias por tu amistad, gracias por tu sabiduría”.
“La fiesta del pensar”
En 2003 la Facultad de Teología de la UCA publicó un libro de homenaje a Eduardo Briancesco titulado “La fiesta del pensar”, con casi treinta colaboradores de primer nivel y con palabras iniciales de los cardenales Jorge Bergoglio (hoy el papa Francisco) y Jorge Mejía. Coordinaron ese libro como editores Víctor Manuel Fernández (hoy prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe), Fernando Ortega y Carlos María Galli, decano de la Facultad de Teología de la UCA, quien estimó que esa fórmula “La fiesta del pensar” combina su pasión por la verdad, su lucidez intelectual, su hondura espiritual, su sensibilidad estética y su talante litúrgico.
Su obra escrita es muy grande, variada y valorada, y abarca un abanico de temas que van desde sus tesis sobre la teología de la fe en Santo Tomás de Aquino y la doctrina moral de San Anselmo de Canterbury hasta el cristianismo y la política, la Eucaristía, la doctrina social de la Iglesia o la sabiduría cristiana en su relación con la ciencia y con la cultura contemporánea.
Más allá de su profunda versación y de la extensión de su tarea docente y de investigación, era muy querido por su ministerio sacerdotal y por cómo volcó con sencillez su persona en la vida parroquial; por ejemplo, en los últimos años -muchos- en la parroquia del Carmen. Celebraba misa, predicaba, daba charlas, pero sobre todo ponía un especial cuidado en escuchar, preguntaba, quería que pensáramos, comentó una parroquiana.+(Jorge Rouillon)