En Bélgica, el Papa advierte: 'Estamos cerca de una guerra casi mundial'
- 27 de septiembre, 2024
- Bruselas (Bélgica) (AICA)
En su primer discurso ante la autoridades de este país "puente" de Europa, Francisco pidió a los responsables de las naciones que aprendan de la historia y eviten nuevas catástrofes
El Papa Francisco llegó este viernes a Bruselas, capital de Bélgica, segunda etapa de su viaje al centro de Europa, a la base aérea de Melsbroek, donde se celebró una ceremonia de bienvenida bajo una lluvia torrencial.
Tras el aterrizaje del Boeing 737 de la compañía Luxair, el nuncio apostólico en Bélgica, arzobispo Franco Coppola y el jefe de protocolo de Bélgica subieron al avión por la escalerilla delantera para saludar al Papa. Cuando el pontífice bajó del avión, sonó un breve himno de bienvenida, Aux Champs, reservado a los jefes de Estado.
A continuación lo saludaron el rey Felipe de Bélgica, la reina Matilde y dos niños que le ofrecieron flores. Tras los himnos nacionales, tuvo lugar la presentación de las delegaciones. La delegación vaticana incluía al arzobispo de Malinas-Bruselas, el padre Luc Terlinden. Al final, el cortejo papal se trasladó a la Nunciatura Apostólica.
La primera jornada de Francisco en Bélgica, el segundo pontífice después de san Juan Pablo II en visitar este país y la capital Bruselas, elegida por Europa, al final de la Segunda Guerra Mundial, como sede de las instituciones europeas principales, comenzó con una misa privada en la Nunciatura.
Luego partió el cortejo papal para llegar al castillo de Laeken, residencia habitualmente utilizada para ceremonias oficiales. Fue construido por los archiduques austriacos y gobernadores generales de los Países Bajos,María Cristina de Austria y Alberto de Sajonia-Teschen, y terminado en 1785. Allí comenzó la visita de cortesía al rey Felipe de Bélgica, que recibió al Papa con mucha cordialidad e intercambios de sonrisas a la entrada, junto con la reina Matilde.
Tras la foto oficial en el Vestíbulo, en el Salón de las Artes, el Papa firmó el Libro de Honor, rodeado de los espléndidos tapices procedentes de Francia. Francisco escribió: "Con corazón agradecido visito Bélgica, signo y puente de paz, donde diferentes culturas, lenguas y pueblos conviven en el respeto mutuo. ¡Que Dios bendiga a Bélgica!".
A continuación, el rey y el pontífice se trasladaron al Bureau de Sa Majesté y, por último, al Salon des princes para el intercambio de regalos y la presentación de los cuatro hijos de la pareja real. Al final, el encuentro con el primer ministro Alexander De Croo.
A continuación, el rey, la reina y el Papa, con el primer ministro, se trasladaron a la Grande Galerie para el encuentro con las autoridades.
Bélgica, país puente
Francisco abrió su discurso calificando a Bélgica de puente, "entre el continente y las Islas Británicas, entre el área de matriz germánica y la francófona, entre el sur y el norte de Europa". Y precisamente por ser "la línea divisoria entre el mundo germánico y el latino, colindante con Francia y Alemania, países que más habían encarnado las antítesis nacionalistas en la base del conflicto", fue elegida por los pueblos de Europa como sede natural de las principales instituciones europeas, el lugar ideal para iniciar un serio camino de pacificación e integración.
Un lugar, ideal "casi una síntesis de Europa -explicó el Papa- desde el cual iniciar su reconstrucción, física, moral y espiritual". Un puente, por tanto, "para permitir que la concordia se expanda y las controversias se disipen". Donde cada uno encuentra al otro "y elige la palabra, el diálogo y el intercambio como medio para relacionarse".
Un lugar donde se aprende a hacer de la propia identidad, no un ídolo o una barrera, sino un espacio de acogida que sea punto de partida y retorno, donde se promueven intercambios válidos, se buscan juntos nuevos equilibrios y se construyen nuevas síntesis. Un puente que favorece el comercio, que comunica y pone en diálogo las civilizaciones. Un puente, por lo tanto, indispensable para construir la paz y repudiar la guerra.
Cerca de una guerra casi mundial
Por eso, prosiguió Francisco, Europa necesita a Bélgica "para recordar su historia", hecha de pueblos y culturas, de catedrales y universidades, de logros del ingenio humano, pero también de tantas guerras y de una voluntad "de dominio", que se convirtió a veces en "colonialismo y explotación". Lo necesita "para seguir el camino de la paz y la fraternidad entre los pueblos que la forman".
Este país recuerda a todos los demás que, cuando -basándose en las más variadas e insostenibles excusas- se comienzan a desacatar las fronteras y los tratados, y se deja a las armas el derecho de crear el derecho, subvirtiendo el que está vigente, se destapa la caja de Pandora y todos los vientos comienzan a soplar violentamente, batiéndose contra la casa y amenazando con destruirla. En este momento histórico creo que Bélgica tiene un papel muy importante. Estamos cerca de una guerra casi mundial.
La concordia y la paz, subrayó el pontífice, deben cultivarse con tenacidad y paciencia, porque el ser humano, "cuando deja de hacer memoria del pasado y de dejarse educar por él", tiene la capacidad de "volver a caer incluso después de haberse levantado", olvidando "los sufrimientos y el coste aterrador de las generaciones pasadas". Por eso Bélgica es valiosa para la memoria de Europa, para que pueda desarrollar "una acción cultural, social y política constante y oportuna", que excluya un futuro en el que la guerra se convierta en "una opción viable de consecuencias catastróficas".
La historia, magistra vitae -maestra de la vida-, muy frecuentemente ignorada, desde Bélgica llama a Europa a reemprender su camino, a recuperar su verdadero rostro, a confiar nuevamente en el futuro abriéndose a la vida, a la esperanza, para vencer el invierno demográfico y el infierno de la guerra. Son dos calamidades en este momento: el infierno de la guerra, lo estamos viendo, que puede transformarse en una guerra mundial; y el invierno demográfico. En esto debemos ser prácticos: ¡tener hijos! ¡Tener hijos!
La Iglesia católica, en Bélgica y en Europa, recordó el Papa, quiere ser una presencia que, "dando testimonio de su fe en Cristo resucitado, ofrece a las personas, a las familias, a las sociedades y a las naciones una esperanza antigua y siempre nueva". Y que ayude a todos a afrontar los desafíos y las pruebas, "con la certeza de que el ser humano, amado por Dios, tiene una vocación eterna de paz y de bien".
La Iglesia, continuó, "anuncia una Noticia que puede colmar de alegría los corazones y, con obras de caridad y los innumerables testimonios de amor al prójimo, busca brindar signos concretos y pruebas del amor que la mueve". Pero, en la concreción del tiempo, no siempre "vive el mensaje evangélico en su pureza y plenitud".
En esta permanente coexistencia entre santidad y pecado, esta coexistencia entre luces y sombras vive la Iglesia, a menudo con resultados de gran generosidad y espléndida dedicación, y a veces, lamentablemente, con la irrupción de dolorosos antitestimonios. Pienso en los dramáticos casos de abusos de menores, un flagelo que la Iglesia está afrontando con decisión y firmeza, escuchando y acompañando a las personas heridas e implementando un amplio programa de prevención en todo el mundo.
En camino con esperanza
El pontífice concluyó recordando el lema de su visita a Bélgica: "En camino con Esperanza"; y reflexionó sobre el hecho de que Esperanza "está escrito con mayúscula", porque "la esperanza es un regalo de Dios, y se lleva en el corazón!". Dejó así un deseo a todos los hombres y mujeres que viven en Bélgica "puedan pedir y recibir siempre este don del Espíritu Santo, la esperanza, para caminar juntos con Esperanza en el camino de la vida y de la historia".+(Vatican News)