Miércoles 25 de diciembre de 2024

El Papa clama en Marsella: 'Que el Mediterráneo vuelva a ser un laboratorio de paz'

  • 23 de septiembre, 2023
  • Marsella (Francia) (AICA)
Fue al cerrar los Encuentros Mediterráneos, donde animó a hacer de esa región un "principio y fundamento de la paz entre las naciones". Llamó a acoger, proteger, promover e integrar a los migrantes
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El Papa Francisco clausuró el 23 de septiembre la sesión final de los Encuentros Mediterráneos, que se celebraron durante una semana en el Palacio del Faro de Marsella; oportunidad en la que recordó que ese mar es un "espejo del mundo" y "lleva en sí mismo una vocación global de fraternidad, único camino para prevenir y superar los conflictos".

Durante siete días, más de 120 representantes de Iglesias y jóvenes de las cinco orillas del Mediterráneo compartieron los desafíos políticos, económicos y medioambientales de la región, pero también sus esperanzas para el futuro, con especial atención a la actual crisis migratoria.

El pontífice destacó el carácter heterogéneo y cosmopolita distintivo de Marsella, a la que describió como una "multitud de pueblos que ha hecho de esta ciudad un mosaico de esperanza, con su gran tradición multiétnica y multicultural".

Francisco desarrolló luego su reflexión en torno a tres aspectos que caracterizan a la ciudad del sur de Francia: el mar, el puerto y el faro.

Oponer a la división de los conflictos la convivialidad de las diferencias
Francisco observó que a menudo se oye hablar de la historia mediterránea como un “entramado de conflictos entre civilizaciones, religiones y visiones diferentes” pero esto no debe hacernos olvidar que el Mediterráneo es una “cuna de civilización” y que el mare nostrum (nuestro mar) ha sido durante siglos un espacio de encuentro "entre las religiones abrahámicas; entre el pensamiento griego, latino y árabe; entre la ciencia, la filosofía y el derecho, y entre muchas otras realidades".

En efecto, dijo el Papa, haciéndose eco de las palabras del gran alcalde de Florencia Giorgio La Pira (inspirador de la iniciativa Encuentros Mediterráneos), el Mediterráneo es "principio y fundamento de la paz entre todas las naciones del mundo", una concentración de pueblos, tradiciones y culto, como el Mar de Galilea donde Jesús predicó el Evangelio y proclamó las Bienaventuranzas.

“El mare nostrum, en la encrucijada entre Norte y Sur, Este y Oeste”, dijo el Papa, "nos invita a oponer a la división de los conflictos la convivialidad de las diferencias” y, al mismo tiempo, "concentra los desafíos del mundo entero", incluido el cambio climático.

“En el actual mar de conflictos, estamos aquí para reconocer el valor de la contribución del Mediterráneo, y que vuelva a ser un laboratorio de paz. Porque ésta es su vocación, ser un lugar donde países y realidades diferentes se encuentren sobre la base de la común humanidad que todos compartimos, y no de ideologías contrapuestas. En efecto, el Mediterráneo no expresa un pensamiento uniforme e ideológico, sino un pensamiento polifacético y adherido a la realidad; un pensamiento vital, abierto y conciliador: un pensamiento comunitario”.

Escuchar el grito de los pobres
Para que el Mediterráneo "vuelva a ser un laboratorio de paz" en el mundo, en medio del "mar de conflictos de hoy" y del resurgir de los nacionalismos beligerantes, debe escuchar el grito de los pobres como hizo Jesús a orillas del mar de Galilea. “Es desde el grito de los últimos, a menudo silencioso, que debemos partir de nuevo”; porque son rostros, no números, dijo el Papa.

“El cambio de tono en nuestras comunidades radica en tratarlos como hermanos cuyas historias debemos conocer y no como problemas fastidiosos; radica en acogerlos, no en esconderlos; en integrarlos, no en desalojarlos; en darles dignidad”

El mare nostrum convertido en mare mortuum
Hoy, el mar de la convivencia humana está contaminado por la precariedad, que hiere incluso a la espléndida Marsella. Y donde hay precariedad hay criminalidad: donde hay pobreza material, educativa, laboral, cultural y religiosa, se allana el terreno de las mafias y de los tráficos ilegales. El compromiso de las instituciones no es suficiente, se necesita una sacudida de conciencia para decir “no” a la ilegalidad y “sí” a la solidaridad, que no es una gota en el océano, sino el elemento indispensable para purificar sus aguas.

“De hecho, afirmó, el verdadero mal social no estriba tanto en el crecimiento de los problemas, sino en el declive de la atención” a los más vulnerables: los jóvenes abandonados a su suerte, que son presa fácil de la delincuencia, las familias asustadas, temerosas del futuro, los ancianos solos, los niños no nacidos, los gritos de dolor que se elevan desde África del Norte y Oriente Próximo, incluidos los cristianos que huyen de la persecución.

“Y luego, hay un grito de dolor que es el que más retumba de todos, y que está convirtiendo el mare nostrum en mare mortuum, el Mediterráneo de cuna de la civilización en tumba de la dignidad”.

Migración: no es una emergencia, sino una realidad de nuestro tiempo
Reflexionando sobre la segunda característica de Marsella, una gran ciudad portuaria abierta al mar con una historia de inmigración y emigración, el Papa Francisco denunció el hecho de que varias otras ciudades mediterráneas hayan cerrado sus puertos alimentando los temores de la gente: “invasión” y “emergencia”. Pero quien arriesga su vida en el mar no invade, busca acogida, aclaró Francisco.

En cuanto a la “emergencia” remarcó que el fenómeno migratorio no es tanto una urgencia momentánea, siempre oportuna para agitar la propaganda alarmista, sino una realidad de nuestro tiempo, un proceso que involucra a tres continentes en torno al Mediterráneo y que debe ser gobernado con sabia clarividencia: con una responsabilidad europea capaz de afrontar las dificultades objetivas”.

También en este caso – prosiguió - “el Mediterráneo es un espejo del mundo, con el Sur volviéndose hacia el Norte; con tantos países en vías de desarrollo, afligidos por la inestabilidad, los regímenes, las guerras y la desertificación, que miran a aquellos acaudalados, en un mundo globalizado, en el que todos estamos conectados, pero en el que las diferencias nunca habían sido tan profundas”.

Acoger, proteger, promover e integrar
Reconociendo las dificultades “para acoger, proteger, promover e integrar a las personas no deseadas”  insistió en que “el criterio principal no puede ser la conservación del propio bienestar, sino la salvaguardia de la dignidad humana”.

Refiriéndose a la “terrible lacra de la explotación de los seres humanos” indicó que “la solución no es rechazar, sino garantizar, en la medida de las posibilidades de cada uno, un amplio número de entradas legales y regulares, sostenibles gracias a una acogida justa por parte del continente europeo, en el marco de la cooperación con los países de origen”. Reconoció además que “la integración es laboriosa, pero de amplias miras” ya que “prepara el futuro, que, nos guste o no, será juntos o no lo será”.

“La asimilación que no tiene en cuenta las diferencias y permanece rígida en sus propios paradigmas, deja, en cambio, que la idea prevalezca sobre la realidad y compromete el futuro, aumentando las distancias y provocando la formación de guetos, que provoca hostilidad e intolerancia. Necesitamos la fraternidad como el pan”.

Testimoniar el Evangelio de la caridad y la fraternidad
Recordando que el puerto de Marsella es también una "puerta de la fe", el Papa subrayó a continuación el deber de los cristianos de testimoniar la predilección del Señor por los pobres y el Evangelio de la caridad y la fraternidad. "No estamos llamados a añorar los tiempos pasados ni a redefinir una relevancia eclesial, dijo, estamos llamados a dar testimonio: no a bordar el Evangelio con palabras, sino a darle carne”, afirmó citando el ejemplo de San Carlos de Foucauld, el "hermano universal", de los mártires de Argelia, pero también en tantos operadores de caridad de hoy.   

“Adorar a Dios y servir al prójimo, eso es lo que cuenta: ¡no la relevancia social o la importancia numérica, sino la fidelidad al Señor y al hombre!”

Refiriéndose a la última imagen, la del faro, Francisco subrayó la necesidad para las Iglesias mediterráneas de encontrar "rutas más sinérgicas" para afrontar los desafíos de la región.

En este sentido, sugirió considerar también la oportunidad de una Conferencia de Obispos Mediterráneos, “que permita más posibilidades de intercambio y que dé mayor representatividad eclesial a la región” y pensando también en la cuestión portuaria y migratoria, “trabajar por una pastoral específica aún más coordinada, de manera que las diócesis más expuestas puedan asegurar una mejor asistencia espiritual y humana a las hermanas y hermanos que llegan necesitados”.

Los jóvenes, luz que indica el camino del futuro
A continuación, señaló el papel de los jóvenes como "la luz que señala el rumbo futuro" en el Mediterráneo, subrayando de nuevo la importancia crucial de la educación para ayudar a superar barreras y superar prejuicios. Llamó la atención en particular sobre las universidades "como laboratorios de sueños", donde los jóvenes maduren "encontrándose, conociéndose y descubriendo culturas y contextos cercanos y diferentes al mismo tiempo".  “Así se rompen prejuicios, se curan heridas y se evitan retóricas fundamentalistas”, señaló, añadiendo que la “Iglesia bien puede contribuir a ello poniendo sus redes de formación al servicio y animando una “creatividad de la fraternidad”.

Una nueva teología mediterránea para evitar el mal uso de la religión
Por último, Francisco abogó por una "teología mediterránea", que desarrolle un pensamiento "adherido a la realidad, ‘casa’ de lo humano y no sólo del dato técnico,  capaz de unir a las generaciones vinculando memoria con futuro, y de promover con originalidad el camino ecuménico entre cristianos, así como el diálogo entre creyentes de distintas religiones”, para “sustraerse a todo uso violento e instrumental, conscientes de que la confesión de su grandeza presupone en nosotros la humildad del que busca”.+