El atentado contra la AMIA, una herida para toda la sociedad argentina
- 21 de julio, 2023
- Buenos Aires (AICA)
Así define Marco Gallo, de la Cátedra Pontificia de la UCA, el ataque terrorista a la mutual judía perpetrado hace 29 años. Reiteró la necesidad de seguir buscando la "verdad negada".
Marco Gallo, director de la Cátedra Pontificia en la Universidad Católica Argentina (UCA) y miembro de la Comunidad de San Egidio, escribió un artículo en el diario Clarín con motivo de cumplirse el 29° aniversario del atentado terrorista contra la AMIA, al que consideró como "una herida para toda la sociedad argentina".
"Por ello es importante sumar un sentido de solidaridad y ratificar que el ataque ha afectado a toda la ciudad, a toda la Argentina", sostuvo.
El dirigente católico señaló que habitualmente se dice que el tiempo "borra el dolor o al menos lo suaviza"; pero en este caso -advirtió- "la falta de justicia y la impunidad tan manifiesta aumenta el dolor de los familiares y amigos en búsqueda de una verdad negada".
"Quiero además manifestar un imperativo de los cristianos, teniendo en cuenta que la cercanía a la comunidad judía ha nacido y ha crecido a lo largo de los años, a partir de la histórica afirmación de San Juan Pablo II acerca de que los judíos 'son nuestros hermanos mayores', afirmación sostenida por Benedicto XVI y luego profundizada por el Papa Francisco, que ha declarado al antisemitismo como una manera de no ser cristiano", puntualizó.
"Hay que asumir rotundamente estas enseñanzas de los pontífices, no como meros discursos sino como hechos, eventos que demandan conductas y actitudes reales de fraternidad. El odio racista y discriminatorio que circula en las redes sociales es una clara alarma hacia las minorías religiosas o sociales, y requiere una alianza de intentos que aísle el fanatismo y el fundamentalismo. Es tiempo de construir una fraternidad esperanzada que quiebre una sociedad fragmentada", concluyó.
Texto del artículo
En estos días, más precisamente el 18 de Julio, se ha recordado el terrible atentado perpetrado contra la sede de AMIA que en 1994 cobró la vida de 85 personas, dejando más de 300 heridos. Un atentado que ha desgarrado enteras familias y lazos sociales y ha puesto en evidencia la fuerza del mal, fluctuante entre complicidades políticas, ignorancia y un cierto desinterés de la opinión pública.
No obstante, hay que destacar la fuerza moral de los familiares y amigos de las víctimas que en estos 29 años han mostrado una gran resiliencia y desde el abismo del dolor han querido y quieren encontrar una fuerza esperanzadora de cambio.
Pero esta valiosa actitud debería ser acompañada por toda la sociedad con una suerte de “empatía” que en verdad, frente al dolor ajeno, hoy resulta insuficiente o directamente ausente.
La memoria es la clave en este itinerario; en tal sentido quiero recordar que desde siempre la Comunidad de San Egidio ha sostenido que el acto terrorista a la AMIA, ha sido una herida para toda la ciudad y para toda la sociedad argentina. Retumban las palabras del entonces cardenal Bergoglio quien, frente a hechos trágicos sucedidos en esta urbe, ha afirmado que Buenos no sabía llorar. Sí, la ciudad, nuestra sociedad aun hoy no ha sabido llorar sobre el atentado a la Amia, no ha mostrado claramente una empatía, una indignación tal como la que es capaz de sacudir conciencias anestesiadas por la indiferencia y quizás por la espuria idea que la tragedia ha sido un evento circunscrito a la comunidad judía.
Por ello es importante sumar un sentido de solidaridad y ratificar que el ataque ha afectado a toda la ciudad, a toda la Argentina. La primera y clara demostración es que en aquel lejano 18 de julio no solo ha fallecido quien se encontraba en el edificio por una u otra razón, los trabajadores, quienes acudían a una bolsa de trabajo o a efectuar los trámites para sepultar a sus muertos, algunos ciudadanos bolivianos obreros en la construcción que se estaba desarrollando en la mutual judía, sino también vecinos y eventuales transeúntes que pasaban por allí.
El tiempo se podría decir que borra el dolor o al menos lo suaviza; pero en este caso la falta de justicia y la impunidad tan manifiesta aumenta el dolor de los familiares y amigos en búsqueda de una verdad negada.
Quiero además manifestar un imperativo de los cristianos teniendo en cuenta que, la cercanía a la comunidad judía ha nacido y ha crecido a lo largo de los años, a partir de la histórica afirmación de San Juan Pablo II que los judíos “son nuestros hermanos mayores”, afirmación sostenida por Benedicto XVI y luego profundizada por Papa Francisco que ha declarado al antisemitismo como una manera de no ser cristiano.
Hay que asumir rotundamente estas enseñanzas de los pontífices, no como meros discursos sino como hechos, eventos que demandan conductas y actitudes reales de fraternidad. El odio racista y discriminatorio que circula en las redes sociales es una clara alarma hacia las minorías religiosas o sociales y requiere una alianza de intentos que aísle el fanatismo y el fundamentalismo. Es tiempo de construir una fraternidad esperanzada que quiebre una sociedad fragmentada.+