Miércoles 25 de diciembre de 2024

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Santa Rosa 2022: "No queremos perder la esperanza"

Homilía de monseñor Raúl Martín, obispo de Santa Rosa en las fiestas patronales en honor de Santa Rosa (30 de agosto de 2022)

“El que pierda su vida por mí, la encontrará”. Mt 16,25
“Vende todo lo que posee y compra el campo”. Así, aquella perla.

Cuenta una leyenda, que:

“Había una vez un hombre que estaba escalando una montaña, cuando se vió sorprendido por una fuerte nevada. No queriendo volverse atrás, con su propio esfuerzo y su coraje, siguió trepando y trepando. Escaló, hasta que en un momento, por un error, se le soltó el enganche y empezó a caer a pique, golpeando suavemente contra las piedras en medio de una cascada de nieve. En pocos segundos, pasó toda su vida por la cabeza, y cuando cerró los ojos esperando lo peor, la cuerda pegó el tirón y resistió.

Trató de mirar de un lado a otro, pero nada. Gritó dos o tres veces, pero se dio cuenta de que nadie podía escucharlo. Su posibilidad de salvarse era muy remota.

De pronto, escuchó una voz. Una voz que venía desde su interior que le decía “soltate”, “déjate caer, así no podés seguir”. Pensó que hacerlo, significaría morir en ese momento. Y se aferró con mayor fuerza aún a esa soga.

La lucha siguió durante horas, agarrado de lo que pensó era su única oportunidad.

Cuenta la leyenda, que a la mañana siguiente, la patrulla de búsqueda y salvamento encontró al escalador casi muerto. La mano congelada y le quedaba apenas un hilito de vida. El alpinista, pudo salvar su vida, aferrado a su soga… a menos de un metro del suelo. Fin del relato.

Muchas veces en la vida, se nos hace difícil discernir lo que es mejor, el camino a tomar, la decisión más prudente y adecuda, lo que es bueno.

Y a veces, nos aferramos a cosas, criterios, ideas, creyendo que son imprescindibles para nosotros. Razones, personas, vínculos, espacios de poder, títulos o lo que fuere, con la certeza de que esto es lo único que nos puede salvar.

Y quizás a veces, simplemente hay que animarnos a soltarnos. Pero no de cualquier manera, “soltarnos en las manos de Dios”, sabiendo que es Él nuestro tesoro, como lo hizo la santita. Soltar y soltarnos, como dice el Evangelio que proclamamos, para tomar lo absoluto, el tesoro. Porque el Reino de Dios, se parece a estos hombres de las parábolas que comprendieron el valor de lo único importante, del Único importante.

Cuando rezaba con el lema que eligió la Comunidad, para celebrar esta fiesta, me parecía volver de alguna manera sobre lo mismo de estos años, y tal vez de cada día. Volver a pedir a Dios a través de la santa, que “podamos o sepamos servir a nuestra Patria en sus necesidades”.

En criollo, sería como “hacer patria, con los ojos misericordiosos de Dios”, o mejor aún “con el corazón de Dios”. Y le pedimos a Rosa, que nos enseñe y nos dé fuerza, que cambie nuestro corazón para que sepamos mirar, para que sepamos entregarnos.

Pedirle que no nos deje cansar, ni bajar los brazos, pero que sepamos confiarnos en los verdaderos brazos de Dios. Así como los santos, se hicieron huella clara para mostrarnos el camino al cielo y los brazos seguros donde agarrarnos.

Cuando el año pasado le pedíamos a Santa Rosa, que amemos profundamente a nuestro Pueblo pampeano, quisimos dejar que ella nos hablara, y nos confiara sus amores, y quisimos acercarnos a aquellos a los cuales, ella se acercaría, como lo rezamos en su oración.

Así, buscamos más a Jesús, a María, esa Cruz del Señor y los desvalidos.

Le rezamos y pedimos “ayudanos a imitarte”. Nos propusimos salir al encuentro de todos, ayudando en todo lo que podíamos, abriendo manos y acercando corazones. Fuimos aprendiendo a acercarnos a las cruces de los demás, llevando también la nuestra, sabiendo como dice Francisco, “que nadie toca la cruz del Señor sin llevarse algo y sin dejar algo en ella”. Sabiendo como Rosita nos recuerda, que “aparte de la cruz, no hay otra escalera por la que podamos llegar al cielo”, y que “cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús mismo”.

En medio de tanta incertidumbre que vivimos, quisiera que sembráramos esperanza, porque la cruz nos habla de dolor, de ofrenda,…, pero también de esperanza. Nos habla del Viernes Santo, pero también del Domingo.

Y aunque el Viernes se hace tan largo a veces, no podemos acostumbrarnos a situaciones tan dolorosas mirando para el costado, como quien quiere olvidarlas, ni hoy ni nunca.

Hay tantas preguntas sin respuestas, o que no encuentran quien las responda,…, “cada vida vale infinito, pero pareciera que para algunos, NO todos valen lo mismo”.

Santa Rosa, se hizo cargo de la partecita de historia en sus pocos jóvenes años. Se agarró de la cruz del Señor y de su Evangelio. Vivió amando como enseñó Jesús. Amó en su nombre.

A veces pensamos, ¿qué podemos hacer nosotros frente a tanto, cuando lo nuestro es tan poco?. Confiar en Dios. Confiar y amar. Amar que es entrega generosa de la vida, arremangarse para sostener y levantar, para dar una mano cada día y siempre. Ayudarnos a susurrar al oído del corazón, “que hay esperanza si caminamos juntos.

Amar, que es también pedir la gracia de la propia conversión, reclamando también para todos vivir los valores del Evangelio de Jesús, vivir en la verdad, la justicia, y ser constructores de la paz.

Cuando pasa tanto tiempo, y pareciera que nada cambia, cuando vemos que otros, en especial quienes debieran ponerse al servicio del Pueblo, no lo hacen, cuando el desaliento se hace popular, es el tiempo de acrecentar nuestro testimonio y entrega, de aferrarnos a la verdad y a la fuerza del Evangelio.

No nos quedemos en la sola queja que envenena y entristece, tengamos la certeza que nadie hará lo que a nosotros con la gracia de Dios nos toca, aunque parezca poco frente a tanto.

Santa Rosa, no se dio por vencida, y dejó que su corazón se llenara de misericordia y alegría en su entrega.

Quisiera agregar una palabra del Papa Francisco en L’ Aquila, el pasado fin de semana: “Todo el mundo en la vida, sin experimentar necesariamente un terremoto, puede, por así decirlo, “experimentar un terremoto del alma”, que lo pone en contacto con su propia fragilidad, sus propias limitaciones, su propia miseria. En esta experiencia, uno puede perderlo todo, pero también puede aprender la verdadera humildad. En tales circunstancias, uno puede dejarse enfurecer por la vida, o puede aprender la mansedumbre.

La humildad y la mansedumbre, son las características de quien tiene la tarea de custodiar y dar testimonio de la misericordia”.

Y los Obispos escribíamos ya hace un par de años (Marzo del 2019)

“En una realidad que nos golpea y nos duele por su pobreza creciente, no queremos perder la esperanza de salir adelante, asumiendo el desafío de pasar de la cultura de la voracidad y el descarte, a la cultura del cuidado de toda vida y de nuestra casa común, de la fraternidad y de la hospitalidad”.

Que el Señor de la historia, nos ayude a construir entre todos un país más justo y solidario, un Pueblo más justo y solidario, empezando por casa, sin excluidos, donde nos descubramos verdaderamente hermanos, donde volvamos a creer que es posible una Argentina grande para todos”.

Que María de La Pampa y Santa Rosa de Lima, custodien nuestra esperanza y acrecienten en nosotros el deseo de ser buenos servidores de todos los hermanos.

Mons. Raúl Martín, obispo de Santa Rosa