Felices estamos una vez más reunidos en el santuario de la Virgen del Carballo. La Madre nos convoca y reúne como una familia donde cada uno siempre es esperado bien recibido y donde nos alegramos cuando podemos reconocernos miembros de esta gran y única familia.
María es la tierra de Dios donde Él pone su carpa para habitar en medio nuestro, para hacerse cercano a cada uno, para acompañarnos en nuestros gozos y dolores, en nuestras esperanzas y fatigas
María es el campo donde se siembra la semilla, es un jardín donde florece y donde se ofrece el fruto bendito. Desde ella recibimos al Autor de la Vida y se esparcen semillas de bendición, de gracia y santidad. Ya no es una tierra maldecida por el pecado que solo produce espinas, cardos y abrojos.
María es como la aurora que trae a Jesucristo, el Sol de Justicia, que viene a llenar nuestras vidas con su calor divino y con su resplandor vivificante.
Hoy necesitamos que Monte Quemado, nuestra diócesis de Añatuya, toda nuestra patria sea la tierra de María.
Como dice la canción celebramos a la Señora que por trono ha elegido a Monte Quemado y por reino este pueblo.
Queremos ser de verdad carpa de encuentro donde los hermanos superen los odios y las divisiones, donde se construya la comunión y aprendamos a tejer relaciones de solidaridad.
Queremos ser campo reforestado y donde se siembran semillas de bien, donde germinan brotes de justicia y paz, donde se producen frutos del Evangelio en nuestra familia: en la vida de los niños, jóvenes y abuelos.
Como comunidad cuidemos las raíces y los retoños de vida cristiana que nos dan identidad y pertenencia, que abonemos nuestra tierra con la fe y la esperanza; que con nuestra caridad la reguemos.
Pedimos que Jesucristo vuelva a ser el centro de nuestras vidas, como sol que ahuyente las tinieblas y elijamos siempre vivir en la luz, en la transparencia y en la claridad. Que no nos erendemos en asuntos y negocios oscuros, tenebrosos y mentirosos. Que vivamos y pidamos honestidad en nuestros funcionarios, en los ciudadanos, que vivamos la autenticidad sin necesidad de fingimientos ni engaños. Dejemos que la luz de Cristo, que por María alumbra al mundo entero, también ilumine nuestro camino, las decisiones y las opciones, los compromisos y acciones de cada día; eligiendo siempre ser hijos y testigos de la luz.
Ser carpa de encuentro significa crear espacios y dinámicas de comunión y fraternidad y no ser trinchera donde nos refugiamos, para estar seguros y no dejarnos ver por los otros; donde no podemos acercarnos porque se tiran misiles o bombas que solo arrasan, destruyen y matan.
Como campo de Dios, jardín y tierra suya, queremos ser parcela donde florezca la vida nueva y no ser campo contaminado, abandonado y que se convierte en trapera y en tierra infértil y amarga.
Caminemos en la luz, encendamos la luz en medio de tantas oscuridades, mantengamos encendidas la antorcha de la fe y la lámpara de la esperanza. Vivamos iluminados por la Palabra de Dios que enciende nuestros corazones y que la podamos irradiar y contagiar en nuestros ambientes y con quienes compartimos la vida, el trabajo y la misión. Que no vivamos como cristianos apagados, donde solo reflejamos cansancio y lamentos, donde nos percibimos derrotados y desencantados.
María que es asunta al cielo y ahora junto a Jesucristo comparte su gloria para siempre, no está lejos de nosotros, intercede por nuestras necesidades y nos acompaña todos los días hasta que lleguemos a nuestro destino. María es la Puerta del Cielo a la cual golpeamos y siempre permanece abierta, en ella encontramos el consuelo para el triste, la salud para los enfermos y el perdón para los pecadores. Ella nos enseña a alimentar y alentar la vida desde la confianza y el abandono a Dios, dándole nuestro sí cada día y que hoy lo renovamos con mayor firmeza y decisión.
Miramos a María, la llena de gracia, y le pedimos a Ella que nos ayude a redescubrir el sentido de la vida, la belleza de ser comunidad y familia, la riqueza de nuestra vocación de bautizados, discípulos misioneros de Jesús.
María como Madre nos transmite la ternura y el cuidado del Padre Dios y de su Hijo Jesucristo; sus brazos y sus manos extendidas y abiertas nos dicen que aquí está. Ahí la tenemos como Madre que nos recibe así como llegamos: a veces sucios y sudados por el trajín de la vida, otras veces heridos y debilitados por los golpes y caídas y otras con el corazón contento y gozoso por los dones y regalos que hemos recibido por gracia.
Que la Virgen del Carballo, carpa de Dios, flor y fruto del jardín de Dios, aurora y alborada de un nuevo día nos bendiga y proteja hoy y siempre.
¡Viva la Virgen del Carballo!
Mons. José Luis Corral SVD, obispo de Añatuya