Este Domingo en la República Argentina y en otras partes del mundo celebramos la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Como un eco del Jueves Santo nuestra reflexión se concentra en el misterio de la Presencia Real del Señor como Pan Vivo bajado del Cielo.
A la luz de la Palabra de Dios y de la rica liturgia de este día proponemos estos tres puntos de meditación sintetizados en tres palabras tomadas de los mismos textos bíblicos: desierto, memoria, comer.
1. “Estamos en un lugar desierto”
La constatación de los Doce en el Evangelio es cierta. Hoy también muchas veces “estamos en un lugar desierto”. El desierto es un espacio inhóspito, es el sitio donde se experimenta con crudeza la intemperie, calor sofocante de día y frío insoportable por la noche, es el lugar de la soledad, es el espacio del hambre y la sed por excelencia. Nuestras ciudades y pueblos, nuestro mundo cotidiano se pueden transformar o pueden ser un verdadero desierto. Soledad y aridez en los vínculos, intemperie de fraternidad, ausencia de pan y agua que reflejan hambre y sed de paz, de alegría, de amor, de escucha, de verdad, de justicia, de sentido… Soledad, hambre y sed en definitiva de la misma presencia de Dios. En nuestro mundo contemporáneo cargado por las redes, los medios y la hiper-conectividad seguimos experimentando la realidad del desierto. A la vez, el desierto es el lugar de la reflexión, de la maduración, de la confrontación con la propia interioridad para crecer en el bien, la verdad y la belleza.
¿Qué experiencia de desierto percibo en mi ambiente hoy? ¿Cuáles son mis desiertos cotidianos? ¿Acepto la realidad del desierto en mi vida? ¿Qué me está faltando para ser realmente feliz? ¿Cuáles son los desiertos de las personas que comparten la vida conmigo? ¿Dónde están en el mundo contemporáneo las situaciones de desierto, intemperie, soledad, hambre y sed más agudos…? ¿Aprovecho los desiertos de mi vida para crecer y madurar?
2. “Hagan esto en memoria mía”
En la segunda lectura san Pablo nos recuerda las palabras de Jesús en la institución de la Eucaristía. Lo mismo que se nos narra en la Última Cena en los Evangelios de Mt, Mc y Lc. Podríamos detenernos en muchos aspectos de estas profundas y contundentes palabras. Hoy ponemos el acento en la palabra memoria. Memoria o memorial traducen la palabra griega anámnesis y esta es traducción del término hebreo zikarón presente muchas veces en el Primer Testamento. Zikarón es muy difícil de traducir. No es un simple traer a la memoria o solo recordar un acontecimiento del pasado. Zikarón significa “hacer memoria” pero siempre es del algo pasado que tiene mucho que ver y da sentido al presente. De hecho hasta se puede entender como un acontecimiento del pasado que se trae, se actualiza con todo su sentido y poder en el presente. De ahí que también se puede traducir por hacer presente, tener presente, reconocer, celebrar… La Eucaristía es memoria, memorial en este sentido. No es un simple recuerdo del pasado. Dios elige hacerse presente de forma real y permanente en el Pan y el Vino consagrados. La Eucaristía es presencia real del Señor, no es un símbolo del pasado. En cuanto memorial es la presencia por antonomasia, por excelencia de la fuerza de la Pascua que se nos da como alimento para el camino.
¿Qué lugar ocupa la Eucaristía en mi vida espiritual? ¿La vivo realmente como memorial en el sentido del «zikarón» hebreo? ¿Capto realmente que el Señor de forma total y verdadera se hace presente en el Pan y el Vino consagrados? ¿Cuál es mi actitud ante la presencia real del Señor en la Eucaristía? ¿Qué lugar ocupa la adoración y visita al Santísimo en mi vida de discípulo? ¿Cómo me preparo para celebrar y comulgar total y realmente al Señor en la Eucaristía memorial de la Nueva Alianza?
3. “Denles de comer ustedes mismos”
La Eucaristía bien vivida compromete necesariamente con la vida cotidiana. La auténtica piedad eucarística conecta con la realidad del tiempo y de la historia. La frase de Jesús “denles de comer ustedes mismos” puede ser leída en esta perspectiva de compromiso. Dar de comer al hermano el pan material para subsistir, el pan de la justicia y la verdad, el pan de la misericordia… Todos los panes que sacian la experiencia de soledad, hambre y sed que se viven en los desiertos de nuestro tiempo. La comida más importante que Jesús nos pide que les demos a nuestros hermanos es la misma amistad con Él y una comunidad de fe que alimente la vida. En palabras del Papa Francisco podemos afirmar aquí: Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Denles ustedes de comer!» (Mc 6,37) (EG 49). Culto y vida; Eucaristía y compromiso; espiritualidad y misión; oración y obras de caridad… Estos binomios siempre van de la mano y nunca se separan.
¿Mi piedad eucarística tiene conexión con la vida? Lo que celebro, adoro y comulgo: ¿Me compromete con la historia cotidiana? ¿Dejo que su presencia real transforme mi corazón haciéndome crecer en misericordia? ¿Cómo puedo «darle de comer» a mis hermanos? ¿Qué puedo hacer para acercarles el Pan de Jesucristo, sentido y felicidad posible para la humanidad de hoy? ¿Cómo y en dónde puedo colaborar para dar a los hermanos el pan material, de la verdad, de la cultura, de la alegría, de la justicia…?
Mons. Gabriel Mestre, obispo de Mar del Plata