Martes 24 de diciembre de 2024

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Acción de gracias en la ordenación episcopal

Alocución de monseñor Juan Carlos Ares, obispo auxiliar de Buenos Aires, en la misa de su ordenación episcopal (Catedral metropolitana, 26 de diciembre de 2014)

Te doy gracias, Señor por tu amor, no abandones la obra de tus manos (Salmo 137)

Doy gracias a Dios Padre que en su Providencia me invita a vivir tantas cosas en su Amado Hijo, Jesus, quien "me amó y se entregó por mi" (Gal. 2,20). Y gracias al Espíritu Santo, a quien invoco para realizar toda obra buena. "Gracias" es la palabra a repetir, sin temor a cansarme. La coincidencia de la Providencia de Dios ha querido que reciba "gracia sobre gracia" (Jn. 1,16). Hace apenas un mes, junto a mis compañeros, cumplimos 25 años de sacerdotes. Hace tres días cumplí 51 años de edad y mañana 50 de bautizado. ¡Y hoy la gracia del ministerio episcopal! ¿Cómo no estar agradecido? Cuando era chiquito, al acercarse la fiesta de la Navidad y a la vez la fecha de mi cumpleaños, me decían que solo iba a recibir un solo regalo. Y entonces con la inocencia de niño, decía: "-¡Bueno, entonces, que sea un flor de regalo!" Inimaginable este Gran Regalo de parte de Dios, llamarme una vez mas. Ahora, para ser un sucesor de los Apóstoles. ¡Vos, Señor, me invitas a amarte más; apacentando, junto a mis hermanos, tus ovejas! "¡Aquí estoy, envíame!" (Is. 6,8c.) (lema episcopal de Mons. Ares)

Gracias a la Providencia y la Ternura de Dios que permite que mis padres estén aquí hoy. Gracias, papá y mamá, aprendí de ustedes todo lo que soy. Soy feliz, papá. Mamá, no los dejo. Me tienen de una manera nueva. Se ve que tan mal no hice las cosas (cf. palabras de mi padre al decirle la designación como Obispo). No merezco este Gran Regalo pero lo quiero compartir como ustedes. Gracias. Gracias a los parientes de aquí y a la familia que vive en España. Sepan disculparme las veces que no he estado cerca de ustedes. La distancia no es excusa para el amor.

Gracias a la gran familia, la Iglesia, que me regala tantos hermanos y hermanas. Gracias al Papa Francisco, y en la persona del Nuncio Apostólico (a quien agradezco su presencia) manifestar mi afecto. Gracias por la ternura, la bondad y el testimonio de Buen Pastor, de ahora y también cuando fue guía y pastor entre nosotros, en Buenos Aires. Aprendimos mucho de sus fatigas, sus prioridades y consejos. Quiero tener presente y agradecer a otros dos grandes pastores de nuestra Iglesia de Buenos Aires, ya ahora fallecidos: + Cardenal Juan Carlos Aramburu, quien realizo su ultima ordenación sacerdotal, como Arzobispo, conmigo y mis compañeros (año 89); y el + Cardenal Antonio Quarracino, quien supo ofrecerme, aun teniendo solo cinco años de sacerdote, mi primera parroquia como párroco. Gracias a vos, Cardenal Mario, por tu deferencia y acompañamiento. Te conocí en el Seminario; tú fuiste nuestro superior en la primera etapa de formación; y ahora deseo que puedas también formarme como buen Obispo acompañándote en la pastoral de nuestra querida Iglesia de Buenos Aires.

Gracias a los Obispos co-consagrantes; ustedes saben muy bien cuanto los aprecio a los dos, mis directores espirituales. Gracias a todos los Obispos, los que conozco mas de cerca y aquellos que no. Todos me han hecho sentir, en este tiempo, un hermano, dándome la bienvenida al colegio episcopal.

Gracias a mis hermanos, los sacerdotes, aquellos que están presentes, aquellos que no pudieron venir y también aquellos que desde el Cielo comparten esta fiesta. Gracias por la amistad sacerdotal y el testimonio de vida. Muchos me han llamado y escrito en estos días; sé que me estiman mucho y me lo hacen sentir; y no solo ahora sino siempre. Me he sentido apoyado y estimulado siempre por el hermoso presbiterio que tiene Buenos Aires. Quiero estar muy unidos a ustedes; servirlos ahora como Obispo, sepan tenerme paciencia y ayudarme para estar atento a sus opiniones y correcciones. Sé que cuento con la oración y la disposición del corazón de cada uno de ustedes.

Gracias a los diáconos; ustedes son parte de mi ministerio. Compartí con ustedes muchos momentos en la pastoral, especialmente en los santuarios; y ahora lo seguiremos haciendo. Gracias por el testimonio alegre en la conjunción de la vocación matrimonial-familiar y la vocación diaconal.

Gracias a los consagrados y consagradas: religiosos, religiosas y laicas consagradas. Me siento unido a todos. En especial, a las hermanas y hermanos contemplativos que me sostienen con su oración y afecto. Las hermanas carmelitas del Monasterio de Santa Teresa del Niño Jesus y a los monjes benedictinos de la Abadia "Niño Dios" que nuevamente me cobijaron estos días últimos de retiro.

Gracias al Pueblo fiel de Dios, a las comunidades y a las hermanas y hermanos peregrinos que con su religiosidad en la fe modelan el corazón de este servidor. Quiero yo también seguir aprendiendo a expresar y vivir la fe con sencillez y con integridad. Gracias a los enfermos, pobres y afligidos. Aprendo todos los días de ustedes; la paciencia, la fortaleza y la caridad en el seguimiento de Cristo. Gracias a tantos que rezan por mi y ofrecen sus penas "completando lo que falta a los padecimientos de Cristo para el bien de su Iglesia" (Col.1, 24).

Gracias a los compañeros y amigos de la vida, los del barrio y los que a lo largo del tiempo fuimos forjando verdaderos lazos de afecto y cariño.

Gracias a las comunidades parroquiales en donde crecí y aprendí a amar a Cristo, a la Iglesia y a su Madre, Maria: Parroquia Ntra. Sra. de la Piedad, Inmaculada Concepción (del Centro); y luego estando ya en el Seminario, las Parroquias de Cristo Rey y Santa Lucia. Gracias por la etapa hermosa del Seminario, a mis formadores y profesores, verdaderos maestros en la fe. Gracias al Santuario de San Cayetano, a todos los fieles y laicos, por transmitirme la autentica "mística popular"; "expresión de verdadera sabiduría sobrenatural, sabiduría del amor que no depende directamente de la ilustración de la mente sino de la acción interna de la gracia" (DA 263). Allí descubrí, siendo aún diacono, todo lo que el Pueblo fiel espera de un cura, ser hombre de Dios y amigo de los hombres, sin distinción.

Gracias a la Parroquia de San Rafael Arcángel por recibirme como sacerdote recién ordenado y formar en 11 años el corazón de un pastor que sea modelo y guía del rebaño. Allí mismo aprendí a ser padre, hermano y amigo. Gracias al Santuario de San Ramon Nonato, por tu vitalidad y alegría, por descubrir cuanto marca el sacerdote la vida de las familias y cuanto las familias enriquecen y sostienen la vida de los pastores.

Gracias a las comunidades escolares de San Rafael, de San Ramon y de Cristo Maestro. Me enseñaron mucho sus docentes alumnos, familias, personal no docente y toda la entrega silenciosa y amorosa de cada uno al servicio de la comunidad educativa.

Gracias a la Vicaria de Educación, a la Acción Católica, a los Scouts y tantos otros movimientos y asociaciones de laicos que en la pastoral de conjunto me ayudan a ver la riqueza de los carismas y la unidad en la misión evangelizadora.

Gracias, finalmente, a la comunidad de Balvanera, a la Virgen, refugio de pecadores y al Santuario de San Expedito (aunque no tenga el titulo oficialmente). Gracias por la actitud de disposición y servicio, a ejemplo de la Virgen Maria. Gracias por dejarse conducir para servir mejor al Pueblo Santo de Dios; por las iniciativas misioneras que supimos encarar en sintonía con este tiempo de la Iglesia. ¡Gracias, de verdad!

Tantas gracias suponen un desmerecimiento o por lo menos una aceptación de la limitación. Les pido perdón por no haber respondido como se merecían. Perdón, por las heridas que no quise provocar y si he perjudicado a alguien que pueda reparar y Dios sepa sanar. Perdón, por no haber amado lo suficiente. Y sepan perdonarme y ayudarme a que pueda responder como nos impulsa hoy el Evangelio: "Amar mas, apacentando el rebaño de Jesus". Decía un gran hombre de Dios, argentino, el Siervo de Dios Cardenal Eduardo Francisco Pironio, comentando justamente este evangelio: "triple fidelidad: a Dios, a su Iglesia y a la humanidad". Así le pido a la Virgen, esta fidelidad con tres cauces. Que Ella inculque en mí, como lo ha hecho en los Apóstoles, la fidelidad en la oración, la fortaleza en la Cruz y la caridad en la acción.

Por último, y no me quiero olvidar y agradecer a todos aquellos que en estos agitados días de fin de año, y a pesar del poco tiempo de preparación, han hecho posible que todo estuviera en tiempo y en forma para disfrutar de esta celebración. Muchas gracias. Los quiero mucho en el Señor.

Mons. Juan Carlos Ares, obispo auxiliar de Buenos Aires