“Demos gracias a Dios porque es bueno, porque es eterna su Misericordia… Te glorificamos siempre, Señor; pero más que nunca en este tiempo en que Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado”. Así, de esta manera, rezamos y cantamos, especialmente durante el Tiempo Pascual; tiempo, en el que solemnemente celebramos, con gozo inmenso, la victoria de Jesucristo Resucitado sobre el pecado y la muerte.
Cuán conveniente y necesario es, sobre todo para los discípulos de Jesús, tener muy presente la Vida nueva que trae consigo la Resurrección del Señor. Señalemos algunos de sus frutos preciosos a tener en cuenta en este Tiempo Pascual:
En primer lugar, La PAZ del Señor, saludo sincero y repetido de Jesús a los suyos, cada vez que se les aparece Resucitado. ¡Y cómo necesitamos esa paz para nuestros corazones fatigados y para el mundo entero! Seguimos pidiendo por la paz en Ucrania.
El Envío misionero al mundo para predicar el Nombre de Jesús, a fin de que cuántos lo conozcan y crean en Él alcancen la salvación.
Y, en tercer lugar, la fuerza del Espíritu Santo, para que, perdonados nuestros pecados, seamos Testigos de la Verdad como Jesús, que dijo a Pilato: para eso vino al mundo (Cf. Jn 18,37). Después, como consecuencia: la alegría, la valentía, el compartir juntos, como hermanos, la misma fe, la oración e incluso hasta los bienes materiales, en orden a la fraternidad universal… éstas, entre otras, serán notas distintivas del nuevo estilo de vida, a ejemplo de la primitiva comunidad cristiana y de quienes, a lo largo de los siglos, creen y aceptan, con todo su corazón y toda su alma, tener a JESÚS como al único SEÑOR.
Hoy, la Iglesia, Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo, está llamada a que todos sus miembros Caminen Juntos, sinodalmente, fortaleciendo la Comunión, Participación y Misión. Y esto es precisamente lo que hemos vivido, gracias a Dios, en nuestra reciente Asamblea Eclesial Diocesana, realizada, de manera presencial, durante los días de la Octava de Pascua, en nuestro Centro Pastoral Juan Pablo II, coincidiendo con la Semana Dedicada a los Pueblos Originarios.
Laicos, Consagrados y Consagradas, Presbíteros, Diáconos y Obispo hemos experimentado la presencia de Jesús Resucitado, porque como Iglesia que peregrina en Formosa, hemos estado reunidos en su Nombre. Juntos nos hemos escuchado unos a otros, hemos orado, sobre todo al celebrar la Eucaristía, y hemos discernido comunitariamente los desafíos del Pueblo al que hemos sido enviados para hacer presente el Reino de Dios. Animados con la esperanza y convicción de que Las palabras y gestos, el inmenso amor del Señor Jesús, permanecen para siempre, tal como reza nuestro Lema Pastoral Diocesano de este año 2022.
En mayo, mes con muchas Celebraciones, Jornadas y Encuentros Eclesiales, crecerán nuestra fe, esperanza y caridad para ser verdaderos Testigos de Jesús Resucitado, con la fuerza del Espíritu Santo.
Mons. José Vicente Conejero Gallego, obispo de Formosa