Miércoles 25 de diciembre de 2024

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El espíritu del Señor está sobre mí, porque el señor me ha ungido

Homilía de monseñor Jorge Rubén Lugones SJ, obispo de Lomas de Zamora, durante la Misa Crismal (catedral Nuestra Señora de la Paz, 14 de abril de 2022)

Is. 61, 1-3a. 6a. 8b-9; Lc . 4,16-21

Queridos sacerdotes:

Cuando nos sentimos animados por el Espíritu la tarea pastoral se hace más llevadera, se alivianan las cargas, el tiempo rinde más, la sonrisa y la cercanía fluyen cristalinas como el arroyo de la sierra. Y está en mi unción sacerdotal, recordemos ese momento, cuando nos embadurnaron las manos ya neo- presbíteros,( acá lo hacemos con abundancia) que chorree el crisma, que se desparrame para que el perfume del consuelo, del cuidado y la gracia de la cercanía, de la estima llegue a tanta gente, inimaginable en ese momento.

El Espíritu de Dios está sobre mí…Él me ha enviado…En este jueves santo…pasamos por el corazón rostros concretos, imágenes de nuestros grupos parroquiales, situaciones de nuestros barrios, el que camina solo por nuestras calles empujando un carro con cartones…la mujer que se acerca a pedir una ayuda con uno o dos... o cuatro chicos alrededor…el joven desorientado, el desempleado… ¿A quién me envía hoy Jesús? ¿Quiénes son los ciegos, los oprimidos, los que necesitan ser liberados? Para todos ellos hoy somos nosotros, vos sacerdote el enviado a dar la buena noticia de un Jesús que libera, salva…y resucita…

Él me envió a llevar la buena noticia: La estima y la cercanía ya son un buen anuncio, una buena noticia no sólo para los pobres, los corazones heridos, para los que están en distintas cautividades, prisioneros de la codicia, del individualismo y de la soberbia. sino también para nosotros mismos como fraternidad sacerdotal.

La estima es siempre una tarea personal abierta a la gracia el poder estimar al prójimo independiente de su conducta, aun cuando requiera de la corrección fraterna sigue siendo digna de estima y afecto… la persona puede ser reprobable por su actuar de modo errado, pero nunca por lo que es, por su dignidad de hija/o de Dios. Aún en el pecador más endurecido queda siempre –como dice Merton- una zona incontaminada, un punto o chispa que pertenece sólo a Dios, que es inaccesible para nosotros, a las fantasías de nuestra mente y a las brutalidades de nuestra voluntad. Este punto de nada y absoluta pobreza es la pura gloria de Dios en nosotros[1].

La cercanía es más que el nombre de una virtud particular, es una actitud que involucra a la persona entera, a su modo de vincularse, de estar a la vez en sí mismo y atento al otro. Cuando la gente dice de un sacerdote que «es cercano» suele resaltar dos cosas: la primera es que «siempre está» (contra el que «nunca está»: «Ya sé, padre, que usted está muy ocupado», suelen decir). Y la otra es que sabe encontrar una palabra para cada uno. «Habla con todos», dice la gente: con los grandes, los chicos, los pobres, con los que no creen... Curas cercanos, que están, que hablan con todos... [2].

Para Dios y tendría que ser para nosotros también que toda persona -pero en especial mi hermano sacerdote fuera objetivamente amable- o amanda en latín: la que debe ser amada, porque deberíamos percibirla siempre como don y no como fruto del propio mérito, aún cuando la tentación nos dé razones para lo contrario. Cuando intentamos comprender al otro, creer en él y en su realidad, con discreción, es un camino de apreciarse y estimarse uno mismo.

Y ustedes serán llamados “Sacerdotes del Señor”, se les dirá Ministros de nuestro Dios”.

Como elegidos y ungidos por el Señor, hoy se nos pide también a nosotros ser portadores de este mensaje de salvación en un tiempo de singular misión, pero también de singular esperanza. No es fácil ser mensajeros de la Verdad, pero las personas a quienes hemos sido enviados, quieren ver nuestro testimonio de vida sacerdotal y oír de nuestros labios las enseñanzas que vienen directamente de Jesucristo, a través de su Iglesia, quién es este que entregó su vida en la cruz por nosotros, para hacernos libres y dichosos. 

Qué gracia es para nosotros poder ser hoy nuevamente enviados. En medio de este camino sinodal que hoy vivimos como iglesia universal y diocesana, nos hace bien escuchar y dejar que toque nuestro corazón sacerdotal, estas palabras de Jesús…convencido e identificado con la misión encomendada. Jesús hace suyas las palabras del profeta… ¿Será que nosotros hoy, al volver a oírlas, escuchamos que están hablando de cada uno de nosotros?

No hay Palabra de Dios si no hay un apóstol, un misionero, un sacerdote, un cristiano que la proclame y transmita. No hay Bautismo ordinario si no hay un sacerdote que bautice y haga cristianos, miembros de la Iglesia, de la familia de los hijos de Dios. No hay Eucaristía ni sacramento del Perdón de los pecados sin un sacerdote que la celebre o un ministro que lo imparta. No hay, por decirlo de alguna manera, rebaño del Señor, Pueblo de Dios que camina en comunión, si no hay pastores que acompañan y guían el paso de los caminantes, especialmente de los que necesitan apoyo en el camino, aliento y esperanza…

Al renovar nuestras promesas sacerdotales, recemos los unos por los otros para que este pasaje de la Escritura se cumpla, HOY, en nosotros como se cumplió en Jesús…y que no sean nuestros intereses particulares los que nos muevan, sino que sea siempre la urgencia del envío y del anuncio a los que lo están esperando, aún sin saberlo.

¡Queridos sacerdotes! deseo que el Señor hoy los confirme en la alegría del ministerio, en la fraternidad ofrecida desde este buen anuncio: como estima y cercanía, y que nuestra Madre y Reina de la Paz los sostenga en la entrega, los consuele en los desafíos y los anime en la esperanza.

Mons. Jorge R. Lugones SJ, oObispo de Lomas de Zamora


Notas
[1] Merton T. Conjeturas de un espectador culpable. Sal Terrae, 2011
[2] (Francisco homilía misa crismal 2018)