Martes 24 de diciembre de 2024

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"Por la Cruz a la Luz"

Mensaje de monseñor Carlos Alfonso Azpiroz Costa OP, arzobispo de Bahía Blanca, para la Cuaresma (Bahía Blanca, 24 de marzo de 2022, memoria de San Óscar Arnulfo Romero)

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Queridos hermanos y hermanas:

Mientras nos preparamos para celebrar el Misterio Pascual, recordando hoy el martirio de San Óscar Arnulfo Romero (+1980) deseo compartir con todos ustedes esta reflexión.

Esta Cuaresma que transitamos, está signada por diversas reuniones (por comunidades, grupos, movimientos, parroquias, zonas pastorales, etc.). Como lo hemos hecho en nuestros Encuentros Pastorales Arquidiocesanos (cuya regularidad la pandemia interrumpió), este itinerario lo recorremos desde la escucha mutua; las palabras creativas que animan nuestros pasos y el necesario ejercicio de la misericordia. Haciéndolo juntos nos enriquecemos mutuamente en la "sinodalidad" que, lejos de ser una expresión de momento, define el ser mismo de la Iglesia. Este andar nos llama a vivir la paciencia del tiempo y la espera (más que en el seductor acelere de “cumplir” o “terminar” con lo mandado, el deseo de ocupar o temer que otros ocupen espacios que pretendemos propios); apela al deseo profundo de unidad en lugar de instalarnos en el conflicto; invita a conocer la realidad más que plantarnos rígidamente en las propias ideas; impulsa al anhelo de contemplar y ayudar a contemplar el todo más que a defender la propia parte. Juntos, estamos "vocacionados" a buscar lo superior, lo que prevalece, lo importante.

Convocados a esta peregrinación, lo hacemos en circunstancias muy dolorosas, trágicas. Sin poder afirmar que la pandemia ha quedado atrás, somos testigos del drama de la guerra. Las noticias ponen diariamente ante nuestros ojos el horror que provoca el resentimiento, el rencor, la revancha. Muchos otros conflictos se desarrollan en diversos rincones del mundo y -sin ser expertos en geopolítica- descubrimos que se ocultan a los ojos de muchos comunicadores porque también se "seleccionan" los conflictos según sean los diversos intereses en pugna. Las causas más variadas (originadas por la irrefrenable compulsión del tener, poseer o poder sin límites) también –gracias a Dios- manifiestan en tantos hombres y mujeres de buena voluntad el sentir más profundo y sincero de los pueblos: el deseo de paz, de desarrollo, de vida y solidaridad.

El 1° Domingo de Cuaresma se proclama el Evangelio de las tentaciones que –en el desierto- Jesús vence a través de la Palabra. Cada una de ellas ofrece aspectos que conforman –en un sentido general o universal- diferentes planos de la cultura de toda comunidad o pueblo (tanto en el pasado como el presente). Me refiero a la relación del ser humano con las cosas, con sus semejantes, con lo trascendente, lo divino, lo religioso. Podríamos decir que Jesús ha sido tentado en cada una esas tres dimensiones…

Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes”. El Señor deseaba prepararse para su misión en el desierto con la ayuda de la oración y el ayuno. El “tentador” busca que Jesús se llene los bolsillos –una expresión gráfica- con lo que en ese momento no desea. Tener hambre es una cosa, desear o querer comer (para quien ayuna) es otra cosa. El mundo actual permite contemplar por un lado el hambre que asola a muchos hermanos nuestros (aún en nuestro país tan rico en recursos) y por el otro el acaparamiento de caprichos innecesarios.

 “Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo…”. Desde la parte más alta del Templo en la Ciudad santa el diablo tienta a Jesús al recurso del “show” que atrae sin satisfacer, pero entreteniendo. Disfrazado de la cita de un salmo, el príncipe de la mentira tienta a Jesús para que tenga “rating” y así cautive ¡poseyendo a las personas! (de nuevo: para “meterse a la gente en el bolsillo”). Las guerras y enfrentamientos provocan un impulso – espectáculo que parece irrefrenable para doblegar y poseer al enemigo.

Te daré todo esto si te postras para adorarme. Adorar como dios a quien no es Dios es idolatría. ¡Es el preludio de la apostasía! ¡Una inútil, vacía y vana pretensión de omnipotencia incluso usando muchas veces el nombre de Dios! ¿No significa esto algo así como querer “meterse a Dios en el bolsillo” (a nuestro antojo) para acaparar “poder”?

Al concluir este pasaje de las tentaciones de Jesús en el desierto, leemos en el Evangelio de Lucas: “Una vez agotadas las formas de tentación, el diablo se alejó hasta el momento oportuno” (4, 13).

La Pasión del Señor ofrece ese «momento oportuno» que el padre de la mentira esperaba. Las acusaciones que provocan la sentencia de muerte de Jesús rozan de alguna manera esas “dimensiones” de la cultura humana significadas en las “tentaciones”: la relación del ser humano con las cosas, con los semejantes, con lo divino. También es importante decir que, en el régimen teocrático de aquel tiempo, dichos aspectos estaban íntimamente vinculados, relacionados, unidos.

El proceso “religioso” ante el Sumo Sacerdote y el Sanedrín, se despliega alrededor de esos planos ya mencionados.

Con testigos falsos que tampoco concordaban entre sí, se acusa a Jesús de actuar contra las cosas sagradas: la Ley (promulgada para indicar el camino de la fe); el Templo (lugar para la celebración de la fe) y el Sábado (tiempo especial para vivir la fe). Denuncian que Jesús no respeta las costumbres; que sus discípulos no ayunan y arrancan espigas para comerlas en el día prohibido; señalan que el paralítico sanado, carga con su camilla en el día santo; afirman que Jesús ha amenazado con destruir el Templo, etc.

¿Cuáles son las personas con las que el Señor parece tener un trato preferencial? Lo llaman amigo de “publicanos” y “pecadores”. Éstos últimos son los que se acercaban para escucharlo. Jesús atrae principalmente a los “pequeños”, los que no cuentan; comparte la mesa con quienes –moralmente- no debería hacerlo; lo siguen quienes son llamados ignorantes porque no conocen la Ley y están malditos. Jesús señala que las “prostitutas” llegarían antes que los fariseos al Reino de Dios. ¿Entonces? ¡Podríamos sintetizar el comportamiento de Jesús con la conocida sentencia: “Dime con quién andas y te diré quién eres”!

En cuanto a su relación con Dios: ¡acusan a Jesús de blasfemo porque llamándolo “Padre” se hace igual a Él!

Seguidamente se desarrolla un proceso “político” para condenar a Jesús. Ocurre que la autoridad de ocupación romana es la única que podía sentenciar a muerte a un habitante del Imperio. El relato evangélico de Lucas nos señala claramente la presentación del caso ante Pilato bajo un común denominador: “Subleva al pueblo con su enseñanza en toda la Judea, comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí”. Dicha demanda general se ofrece con diversos detalles o bemoles que -análogos a los planteos religiosos- señalan también, en cierto modo, las dimensiones ya indicadas (cf. Lucas 23, 1-5).

Se acusa a Jesús de querer impedir el pago de los impuestos. Así es, los imperios de todos los tiempos exigen de los pueblos sojuzgados obediencia, tributo, trabajo... Al mismo tiempo, el imperio romano no está interesado en hacer de las variadas cuestiones de tiempos, lugares o leyes de culto, objeto de posibles enfrentamientos. Siendo los romanos politeístas y también supersticiosos, no desean meterse con las creencias o costumbres de los pueblos sometidos a su yugo.

Se acusa a Jesús de incitar al pueblo a la rebelión. ¡Es clave mantener las buenas relaciones con quienes habitan los territorios ocupados! En este sentido están dispuestos a permitir muchas cosas (circo, espectáculo, entretenimiento) pero siempre bajo un orden establecido por quienes mandan, sin permitir conato alguno de revuelta o rebelión.

Finalmente –ante Pilato- se acusa a Jesús de pretender ser el rey Mesías. En el relato evangélico de Juan leemos que Pilato había dicho a los acusadores: “Aquí tienen a su rey” (Juan 19, 14) pero los que deseaban su muerte respondieron claramente al gobernador de Judea: “Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César” (…) “No tenemos otro rey que el Cesar” (Juan 19, 12.15).

En las variadas persecuciones imperiales los cristianos no eran condenados a muerte porque simplemente animaran a desobedecer a la autoridad constituida (cf. Romanos 13, 1-7; 1ª Pedro 2, 13-17). ¡Eran encarcelados y asesinados por no rendir culto de pleitesía, idolatría, al Divus Caesar - “Divino César”! Nunca el ser humano es original obrando el mal.

La pena de muerte (romana) es la crucifixión. Como toda pena, exige una condena previa por un delito cometido. Los motivos ya han sido planteados. Hasta aquí podríamos simplemente tratar de responder “periodísticamente” o “históricamente” a la cuestión: “¿por qué murió Jesús?”.

Leemos en el episodio de los discípulos de Emaús: “Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?» Y comenzando por Moisés y continuando en todas las Escrituras lo que se refería a él (Lucas 24, 25-27)”.

En el Credo confesamos que el Señor “fue crucificado según las Escrituras”. Algunas figuras del Antiguo Testamento nos ayudan a vislumbrar anticipadamente la suerte de Jesús. Me refiero principalmente a las figuras del Profeta, el Siervo de Dios, el Justo. Ellos –siendo inocentes- han sido perseguidos, puestos a prueba, castigados por sus enemigos (cf. Mateo 5, 12; Isaías 52, 13-53, 12; Sabiduría 2, 12-20 respectivamente).

El Evangelio de Juan presenta tres episodios en los cuales el Señor mismo revela el sentido más profundo de su Via crucis - camino de la cruz. Nos señala “para qué” del drama que se avecina: Él será “levantado en alto”.

En el diálogo con Nicodemo, Jesús dice a este notable entre los judíos: “De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto para que todos los que creen en él tengan vida eterna (Juan 3, 14)”.

En la fuerte discusión con los fariseos, tras el episodio de la mujer sorprendida en adulterio, Jesús afirma: “Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre entoncessabrán que Yo soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó (Juan 8, 27)”.

Poco antes de haber llegado su “hora”, Jesús dice a la multitud: “Ahora ha llegado el juicio de este mundo. Ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera. Cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí (Juan 12, 32)”.

¡Sí! Jesús murió en la cruz, para que todos los que creen en Él tengan la vida eterna; para que todos sepan que Él es; para atraer a todos hacia Él.

Deseo concluir citando casi de memoria un texto de la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano (Documento de Puebla 1979) referido a la libertad: La libertad implica siempre aquella capacidad que en principio tenemos todos para disponer de nosotros mismos a fin de ir construyendo una comunión y una participación que han de plasmarse en realidades definitivas, sobre tres planos inseparables: la relación del hombre con el mundo, como señor; con las personas como hermano y con Dios como hijo (n. 322).

La Cruz del Señor revela aquello que leemos en la Carta a los Efesios: Así podrán comprender, con todos los santos, cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, en una palabra, ustedes podrán conocer el amor de Cristo, que supera todo conocimiento, para ser colmados por la plenitud de Dios (3, 18-19).

Por ello nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo y locura (cf. 1 Corintios 1, 23). Contemplando a Jesús en la cruz comprendemos el sentido profundo de la pasión. Pasión que él tiene por el Padre y por nosotros. Pasión que lo lleva a padecer hasta la muerte, una muerte de cruz.

Leemos en la 1a Pedro: “El llevó sobre la cruz nuestros pecados, cargándolos en su cuerpo, a fin de que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Gracias a sus llagas, ustedes fueron curados” (2, 24).

Al inicio de la Vigilia pascual, el celebrante fija en el cirio nuevo cinco granos de incienso en forma de cruz, diciendo: Por sus llagas santas y gloriosas nos proteja y nos conserve Cristo el Señor. Amén. Al encender el cirio pascual con la llama del fuego nuevo dice también: Que la luz de Cristo gloriosamente resucitado disipe las tinieblas y del corazón.

Que así sea para todos, para nuestra diócesis y toda la Iglesia, para nuestra patria, el mundo. Los bendigo fraternalmente en Cristo y María, Señora y Madre de la Merced.

Mons. Fray Carlos Alfonso Azpiroz Costa OP, arzobispo de Bahía Blanca