Miércoles 25 de diciembre de 2024

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Carta a los sacerdotes

Carta de monseñor Oscar Vicente Ojea, obispo de San Isidro a los sacerdotes (7 de mayo de 2021)

Queridos hermanos sacerdotes:

Les escribo por una necesidad del corazón con la finalidad de compartir algunas reflexiones, pensamientos y sensaciones que he vivido en este tiempo de pandemia.

En el primer momento de la cuarentena, en marzo del año pasado al tener que vivir un aislamiento repentino, que no se corresponde para nada con mi temperamento, pensé que nos iba a hacer mucho mal el replegarnos demasiado y la falta de contacto con nuestra gente. Nuestra vida y nuestra espiritualidad encuentran sentido y se nutren de la experiencia pastoral ya que estamos ordenados para el Pueblo de Dios. El sacerdote es “tomado de entre los hombres y puesto al servicio de los hombres en las cosas que se refieren a Dios…Heb. 5, 1-2”

Tuve temor de la “tentación de las pantuflas”. El excesivo tiempo de estar adentro, el ver películas, la gran comodidad de nuestra vida en la que no falta lo indispensable: el techo, el alimento y tantos bienes que hacen a nuestro confort, nos podían hacer sentir distantes de la realidad.

Me impresiono este contraste cuando comencé a recorrer algunos de nuestros barrios más carenciados. Comprobé el inmenso trabajo de los comedores, la imposibilidad de vivir la cuarentena para estos vastos sectores, el hacinamiento, los chicos y chicas permanentemente afuera, privados del contacto social organizado que da la escuela, sumergidos más y más en las adicciones. Pensé también en aquellos lugares de nuestro país donde falta el agua mientras nosotros insistíamos en la necesidad del lavado de las manos.

Al mismo tiempo apareció esta gran posibilidad creativa que dan nuestras plataformas digitales y comprobé con alegría que muchos de nosotros nos volcábamos hacia este espacio de creatividad en el que fuimos aprendiendo mucho en el día a día como un medio de comunicación necesario para con todos. A través de estos medios pudimos tener muchos intercambios con distintas personas y sentirnos en comunión, descubriendo en la pantalla algunos rostros que nos animan en nuestra vida personal y estimulan para poder entregar mejor la Palabra de Dios y para cuidar nuestras celebraciones.

Me impresionaron aquellas parroquias en las cuales ya sea grabando o transmitiendo directamente la celebración de la Eucaristía ponían en los bancos las fotos de tantos hermanos y hermanas que ocupaban habitualmente los lugares en nuestras celebraciones en los templos.

Experimente con ustedes un tiempo después, la alegría de volver a las celebraciones. Se sentía el cansancio de habernos estado comunicando tanto tiempo a través de un medio que, si bien es providencial, no nos había resultado suficiente para sostener nuestros vínculos y fortalecer nuestra experiencia de comunión en las celebraciones.

Ahora, ante la vuelta a las restricciones, hemos experimentado una resistencia comprensible ya que estábamos trabajando bien, cuidando al extremo los protocolos con la colaboración de nuestra gente.

Los datos de esta segunda ola de la pandemia, en esta parte sur de América, han sido tremendos. Podríamos discutir eternamente como parece que lo estamos haciendo los argentinos, en la conveniencia de algunas medidas o de otras, agravado todo esto por el continuo uso político que se esconde detrás de cada disposición.

Pero poniéndonos un poco más allá de todas estas discusiones aparece la incontrastable realidad de nuestros enfermos muchos de los cuales conocemos, y son cercanos a nosotros. El drama de los familiares que no pueden visitar a sus seres queridos, los hospitales y centros de salud con las camas ocupadas (en algunos de ellos nos hemos enterado que hay gente que muere en la guardia por llegar al hospital con el proceso pulmonar muy avanzado) y la tragedia de perder un ser querido sin que se le entreguen sus restos y sin poder velarlos.

Todo este panorama doloroso nos lleva a concentrarnos en una auténtica pastoral del consuelo. Del acompañamiento de los familiares de los enfermos. De la contención del sufrimiento en medio de un contexto social dominado por los efectos de la pandemia que se traducen en depresión, fobias, mucho enojo y mucha tristeza. Todo esto con un cansancio enorme como trasfondo y con el aumento de la violencia social.

El pequeño gesto que hemos hecho el otro día de acercar la Virgen de Lujan al hospital de Pacheco y al hospital de San Fernando ha provocado que se acercaran muchas personas: personal de salud, médicos y enfermeras, familiares de personas que están internadas. Una vez más la presencia de la Iglesia en esos lugares provoca aun mirando de lejos la imagen de la Virgen, un alivio necesario, muy buscado y muy esperado por todos aquellos que están viviendo situaciones límites. Pensé que este era el lugar de la Iglesia hoy, estar al lado de los que sufren prestándoles su capacidad de escucha, la cercanía de su presencia y de su oración, respondiendo a la profunda necesidad de iluminar desde la fe este momento de la vida.

Quiero agradecer a cada uno de todo corazón el esfuerzo realizado y todo lo vivido en este tiempo especialmente en relación con los hermanos y hermanas que más sufren.

Ante la enorme responsabilidad pastoral que nos va a desafiar en este tiempo es indispensable pedirle al Señor que renueve nuestro ardor misionero. Aun siendo menos los sacerdotes vamos creciendo en la virtud de la pobreza experimentada en los límites humanos, pero confiamos como pequeño rebaño en el amor del Padre que ha querido darnos el Reino y que nos ha llamado para compartirlo, para anunciarlo y para extenderlo en todo el espacio de nuestra diócesis sostenidos por la fe de nuestras comunidades cristianas y de tantos agentes pastorales que acompañan la vida de la iglesia diocesana.

Al acercarse la festividad de nuestro Santo Patrono, San Isidro Labrador, le encomendamos especialmente a sus sacerdotes valorando su entrega generosa en tiempos muy comprometidos y duros para la Iglesia y para el mundo.

En la solemnidad de Nuestra Señora de Lujan, Patrona de la Argentina, deseamos poner en su corazón inmaculado el presente y el futuro de la Iglesia de San Isidro.

Mons. Oscar Vicente Ojea, obispo de San Isidro