Jueves 26 de diciembre de 2024

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Mensaje de Pascua

Mensaje de monseñor Hugo Manuel Salaberry, obispo de azul para el Tiempo de Pascua (4 de abril de 2021)

A los Hnos. Sacerdotes, a los Sres. Diáconos y sus familias,
a los Consagrados, Movimientos diocesanos,
Grupos apostólicos y misioneros,
Colegios católicos, Comisiones pastorales,
Monaguillos y fieles todos de esta Diócesis.
A los muy apreciados Amigos por las vocaciones.

Queridos hijos:

La luz de Jesús Resucitado ilumina nuestra vida, nos descubre nuestro ser y nos indica el camino de plenitud. Nos dice quiénes somos y cuál es nuestro camino mejor.

Amigos apreciados que leyeron la carta de cuaresma, sugerían que así como pude enumerar algunas cuestiones que son escollos e impiden caminar con soltura y en paz, ahora debería escribir sobre aquellas cosas que nos ayudan a librarnos de esas pesadas cargas que llevamos, para un andar más cercano al Señor y más ágil, más dinámico.

No deseo reiterar los escollos mencionados porque no es necesario. De hecho los tienen en la carta anterior por lo que pueden recurrir a ella.

Sobre la lectura del evangelio del miércoles de ceniza, comentaba en la carta: ‘…el Señor, nos reubica en la trilogía clásica de la oración, el ayuno y la limosna, trilogía que podría devolvernos la alegría del encuentro, el sensus fidei, el animarse a caminar unidos, el perdonarnos, el sostenernos unos a otros, el querer ser Iglesia, el sentido de familia. Nos previene de lo dañina que es la hipocresía. El falsear lo que somos’.

Hoy, Pascua de Resurrección, tomaré el evangelio de la Vigilia Pascual.

1. Se impone recuperar la fe. La oración y el diálogo personal con el Señor son el alimento necesario e imprescindible para hacer crecer la fe. Creer con toda las fuerzas que el Señor camina con nosotros. ‘Creo Señor, pero aumenta mi fe’. (Mc. 9,24).

2. Estar medianamente conforme con la historia personal. (Sin ufanías -vanidades- ni depresiones). Éste es un tiempo providencial y propicio para revisar lo hecho a lo largo de la vida. Tal vez una visión rápida, en donde podamos localizar alegrías y dolores grandes. De la mano del Señor, podemos dar gracias por la gracia y los bienes recibidos y el bien hecho. También pedir perdón humildemente por los pecados cometidos y el daño hecho al prójimo. (Recuperar la conciencia del daño y el bien concretos hechos a personas concretas y en situaciones concretos). ‘…el que quiera seguirme que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga’. (Mc. 8, 34).

3. La Pascua nos enseña que si buscamos a Jesús entre los muertos (o entre las cosas muertas) no lo vamos a encontrar. La piedad conmovedora de las mujeres y su notable caridad puestas de manifiesto en su necesidad de encontrar al Señor, no alcanzaron para descubrir al Dios que vive. ‘Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. No está aquí. Ha resucitado…’ (Mc. 16,6).

4. El descenso a ‘lo que huele mal’ en nosotros mismos, tiene sentido cuando lo contemplamos al Señor Resucitado y Glorioso. Para poder comprender y amar al prójimo nos lleva de su mano por la región de los muertos. Nos da un conocimiento personal e interior que recobra todo su sentido cuando se acerca a nosotros en su oficio de consolar y se muestra milagrosamente en la Santísima Resurrección. ‘No teman. Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que vayan a Galilea. Allí lo verán como él se lo había dicho…’ (Mc. 16,7).

5. El Señor resucitado nos urge a buscarlo en lugares que llevan a la vida. Nos hace salir de la muchas veces seductora, pero fría y yerta soledad (como la de las tumbas), para cambiarlo por el turbulento y apasionante encuentro con el prójimo, nuestros hermanos y parientes, para saber además, que vivo.

Por eso, el primer mensaje del Señor, la primera pregunta que hace y sorpresivamente a una mujer, es ‘…¿a quién buscas?’. (En ese lugar, obviamente). Y cuando se encuentra en el camino con las mujeres les indica que le digan a sus discípulos ‘...que vayan a Galilea’ (salgan, vayan) o si quieren a la Magdalena: ‘suéltame (noli me tángere) y andá a decirle a mis hermanos...’.

No es que el Señor quiera evitarnos conocer las cosas que huelen mal. De hecho Él mismo ha estado bien guardado: una pétrea y firme custodia, aunque demasiado pesada para la fuerza humana, insuficiente para la Virtud del Resucitado.

Estas activas mujeres, llenas de piedad y de caridad, no se demoraron por mera o falsa prudencia, ni cálculos de riesgo y beneficios sino que salieron con sus ungüentos desafiando la noche (muy de madrugada) y el temor (ir al cementerio). Su caridad no repara en inconvenientes y continúa aún después de la vida. La dificultad de no llegar a tocar ni ver el cuerpo del Señor (´…¿quién correrá la piedra…?’) no las detiene: hay una necesidad más alta de ir al sepulcro a dignificar lo mejor posible el Sacro Cadáver.

Tiene su lógica: van a buscarlo al lugar donde lo habían visto por última vez. Los honores que van a rendir a ese cuerpo yacente, son los honores que le tributan estas almas piadosas por lo que significó ese Señor en sus historias personales. Sabía lo que había en sus corazones porque las conocía interiormente. Les dijo palabras de vida, les habló de caridad, les perdonó sus pecados, las llevó a los pobres, les enseñó a querer a los pecadores y a no tenerle miedo a ningún gesto humano ni siquiera los más audaces. Llenó de gozo y plenitud sus vidas.

Ahora bien, si todo lo que dijo en vida concluye con su muerte, se desvanece nuestra esperanza. Si en lugar de buscarlo al Señor entre los vivos, lo buscamos entre los muertos o entre las cosas muertas, ‘…vana es nuestra fe si Cristo no ha resucitado…’, en las palabras de San Pablo.

Todo lo dicho a las mujeres en su vida y lo que nos ha dicho a nosotros por la Escritura, por los testigos y los mediadores, tienen entidad, vigor, cimiento, porque buscan la vida y no escarban la muerte. Somos atraídos por los signos vitales de la Palabra de Vida, no vencidos por los olores de la decadencia, a la que llama el mundo con sus gemidos seductores y engañosos de perfumes tóxicos.

El Señor nos llama a una purificación. Nos hace descender consigo y de su mano a esa región de las cosas muertas que cargamos, para tocar y ver nuestras miserias. No temamos. Quiere sanarnos. Tiene la intencionalidad de desencantarnos de las luces que encandilan y atraernos hacia la humilde luz de la fe, que como la pequeña llama de una vela, ilumina lo suficiente como para no tropezar. No es que vemos todo el camino. Si fuera así no necesitaríamos de la fe. Los pasos cortitos que damos cuando llevamos una vela en la mano, nos permiten más fácilmente encontrar al prójimo. Cuando vamos más rápido corremos el riesgo de no verlo o de llevarlo por delante ¡y hasta buscar excusas que justifiquen la actitud ciega!

Claro, la confianza en sí mismo descentra de Cristo y hace tropezar. Lo nuestro será confiar. Confiar en Él y no en nosotros.

Tan bella como duramente el poeta de los salmos, hace referencia a los hombres confiados y satisfechos:

'Éste es el camino de los confiados,
el destino de los hombres satisfechos,
son un rebaño para el abismo,
la muerte es su pastor’

Nuestro Buen Pastor es el Kyrios (Señor). Indignamente somos las ovejas de nuestro Buen Pastor resucitado. No sé si Él estará contento con nosotros. Nosotros le decimos que estamos muy contentos con Él. Deseamos y necesitamos ser Iglesia, hablar con Él como con un amigo, caminar como familia, saber perdonarnos, sostenernos unos a otros.

Que la Madre de los Dolores y su Padre aquí en la tierra, el Patriarca San José nos ayuden a conseguir esas gracias.

Mons. Hugo Salaberry SJ, obispo de Azul