Miércoles 25 de diciembre de 2024

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Domingo de Pascua de Resurrección

Homilía de monseñor Domingo Salvador Castaga, arzobispo emérito de Corrientes para el Domingo de Pascua (4 de abril de 2021)

Juan 20, 1-9

1. El “Aleluya” creyente invade la tierra. El grito de júbilo -¡aleluya!- que hoy resuena en todos los templos del mundo, anuncia solemnemente la Resurrección de Cristo. La incapacidad de trascender lo que se ve y se toca con las manos, se ha apoderado de un gran número de los ciudadanos del mundo. Este Anuncio pascual está orientado a suscitar la fe y, por ello, a trascender lo visible y tangible. Cabe recordar la expresión definitoria de la Carta a los Hebreos: “Ahora bien, la fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven”. (11, 1) De la mano de Juan podemos recorrer el proceso de fe que él y Pedro lograron en aquella madrugada de la Resurrección. Es allí donde los discípulos-columnas, informados por María Magdalena, completan el aprendizaje de la fe. Corren presurosos hacia el sepulcro vacío y vuelven convencidos de que el Señor había resucitado.

2. La simplicidad de los signos. La gracia de Cristo resucitado capacita, a Pedro y a Juan, para una lectura fiel de los signos visibles, que, sin esa capacitación, hubieran permanecido inexpresivos: “Después llegó Simón Pedro, que loseguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto la cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó”. (Juan 20, 6-8) Los signos son elegidos por Dios para darles el contenido de gracia que procede únicamente de Él. Si no los eligiera Dios no “significarían” lo que aparentan significar. Acontece hoy con el discurso inacabable de algunos responsables de la política, de la cultura y de la educación. Decía un gran Obispo, ya difunto: “Los hombres somos locuaces: necesitamos muchas palabras para decir poco o nada; el único elocuente es Dios que con una sola Palabra lo dice todo”. De allí la importancia de los silencios. Pedro y Juan corren en silencio, en busca de la Verdad que esperan. Por fin la encuentran, al hallar unos signos dejados donde el Cuerpo muerto de Cristo había sido sepultado.

3. Los sacramentos de la Iglesia. Los sacramentos, que la Iglesia celebra, son signos puestos por el mismo Cristo para comunicar la gracia de la Redención. Simples, como todo lo que procede de Dios, no requieren más que un ministro ordenado que los aplique, desde la pobreza y humildad de sus humanas palabras y gestos. Esos signos, adoptados por Cristo, son revestidos de una liturgia que intenta expresar la esencia de los mismos. El flujo cultural de los siglos, a veces ha recargado el lenguaje celebratorio, hasta diluir la simplicidad de tales signos. La reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, produjo un verdadero redescubrimiento de los signos originales, conservando los logros místicos y culturales de su pasado histórico. Cuando recordamos la urgencia de volver al Evangelio, incluimos destacar los signos que Jesús ha elegido para transmitir la gracia de la Salvación.

4. Índole misionera de la Pascua que festejamos. La celebración de la Pascua de Resurrección nos devuelve al acontecimiento que vivieron María Magdalena y los Apóstoles. Juan, con la perspicacia sobrenatural que lo caracteriza, pasa de los simples signos, que ve, a la realidad oculta que sostiene y alimenta su vida y ministerio: “él también vio y creyó”. No se menciona a la Virgen Madre, la más importante creyente en la Resurrección de su Hijo; sin embargo, será ella el modelo inspirador de aquella Iglesia que nace y se desarrolla. Al desearnos una Pascua feliz, renovadora de nuestra vida -afligida hoy por la persecución y el martirio- nos comprometemos, como los primeros “cristianos”, a ofrecer su Buena Noticia a nuestros coetáneos.

Mons. Domingo Salvador Castagna, arzobispo emérito de Corrientes