Miércoles 25 de diciembre de 2024

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Misa Crismal

Homilía de monseñor Oscar Vicente Ojea, obispo de San Isidro, durante la Misa Crismal (Colegio Marin, Jueves Santo, 1 de abril de 2021)

“El Espíritu del Señor esta sobre mí…
Él me envió a anunciar la Buena Noticia a los pobres”.
(Lc 4,18)

La expresión “Buena Noticia” equivale decir “Evangelio”, “Feliz Anuncio”, o “Buena Nueva. Contiene un matiz que expresa la alegría del Evangelio. La Buena Noticia no es un objeto, es una misión. Nuestra vida misma se identifica con el Evangelio. En este sentido va a decirnos el Papa Francisco en (E.G 273): La misión no es una parte de mi vida…“Yo soy una Misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo”. Esta experiencia la vive aquel que se ha dejado transformar por este anuncio y que a la vez ejercita la dulce y confortadora tarea de predicarlo.

Jesús fue ungido por el Espíritu desde el seno de su Madre. La Buena Noticia de la Anunciación hizo cantar el magníficat a la Virgen, llenó de Santo silencio el corazón de José e hizo saltar de gozo a Juan el Bautista en el seno de Isabel.

Hoy Jesús regresa a Nazaret y el Espíritu Santo renueva en El la unción, en la pequeña sinagoga de su pueblo.

Todo el pueblo de Dios ha recibido esta unción en el bautismo y nosotros de un modo particular al recibir el orden Sagrado.

La Buena noticia ha cambiado totalmente nuestra historia y nuestro modo de mirar la vida y el mundo y nos ha consagrado a la misión de Evangelizar.

A lo largo de este año, tan difícil, han partido a la casa del Padre cinco Sacerdotes de la Diócesis, y hemos tenido muchos enfermos, entre nosotros y entre personas cercanas a nosotros. Hemos compartido con nuestro pueblo en este tiempo de pandemia, el miedo, la incertidumbre y la tristeza. Ha sido un año sumamente cansador en el que continuamente hemos estado enfrentando situaciones inéditas y esto nos ha traído un cansancio especial. 

Nuestra vida sacerdotal implica un compromiso muy grande de nuestro Espíritu y de nuestra sensibilidad. Ejercita nuestra capacidad de compasión, la de movernos y de conmovernos. Acompañamos los dos extremos de la vida, desde el nacimiento hasta la muerte. Es natural que al tener el corazón abierto a los demás las emociones fatiguen el corazón del Pastor. Para nosotros las historias de nuestra gente no son relatos fríos, sino que sentimos la intensidad vital que nos trae aquel o aquella que deposita en nuestro corazón el tesoro de su intimidad.

Sin embargo pueden aparecer otros cansancios, más autorreferenciales, que están vinculados a la falta de esperanza, y que a través de la pasión de la tristeza, pueden hacernos sentir desilusionados, con la realidad, con la iglesia y con nosotros mismos. De este modo casi sin darnos cuenta, vamos dejando enfriar el amor primero. (Apoc. 2,4)

Jesús también se cansaba. En el Evangelio de Marcos busca el descanso con sus amigos: “vengan ustedes solos a un lugar desierto a descansar porque era tanta la gente que iba y que venía que no tenían tiempo ni para comer” (Mc 6,31) Pero Él nunca se cansaba de la gente. El Señor nunca se cansa de nosotros, sino con nosotros y por nosotros. No es fácil aprender a descansar pero la experiencia nos va enseñando que el primer ámbito del descanso es la oración, como nos enseña el mismo Jesús: “Vengan a mi todos los que están afligidos y agobiados que yo los aliviare” (Mt 11,28) También la compañía de los amigos, ya que la amistad es un descanso del corazón, y sin duda el cariño del pueblo de Dios que sabe acompañar nuestra vida con gratitud sincera por nuestra entrega, ubicándonos en el lugar, en el que Él nos necesita.

Hoy somos invitados a renovar nuestra unción sacerdotal que nos envía a predicar el Evangelio, en este momento de la vida de la Iglesia, en medio de una cultura que tiene elementos fuertemente abusadores y agresivos. Una cultura abusadora de la naturaleza, que ha producido daños en la vida del planeta y que están a la vista. Una cultura abusadora de la dignidad de las personas, que muchas veces se ven arrasadas en su intimidad y una cultura que sabotea sistemáticamente espacios de encuentro y de fraternidad que nos permitan respirar el aire de la esperanza para construir juntos un futuro de comunión. Esta celebración nos invita a renovar nuestro compromiso de vivir una autentica cultura del cuidado, iluminada por el espíritu del Evangelio, cuidando nuestra fragilidad y la de nuestros hermanos y hermanas, tan llena de límites y cansancios.

Una cultura del cuidado, que no nos haga sentir superiores, viviendo con humildad, y espíritu de servicio, nuestro Ministerio, sin apropiarnos de la vida de nadie.

“Se hace realmente Padre solamente el hombre que acepta acercarse a otros seres en su movimiento propio, no para retenerlos en el suyo, sino para ayudarlos a ser ellos mismos.” (FT4)

Esta tarde al lavarnos los pies, el Señor purifica nuestro seguimiento mismo, como discípulos del Evangelio. En los pies se amontona el polvo del camino y estos expresan como está nuestro corazón. Las llagas, las torceduras y el cansancio son señales de los caminos que hemos recorrido, siguiendo al Señor de cerca, de lejos o por caminos equivocados. Para que podamos lavar los pies a los hermanos, el Señor quiere limpiar los nuestros de toda herida, disponiéndolos para continuar de un modo nuevo el camino de su seguimiento.

Mons. Oscar Vicente Ojea, obispo de San Isidro