Miércoles 25 de diciembre de 2024

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Sagrada Familia

Homilía de monseñor César Daniel Fernandez, obispo de Jujuy en la misa por la Vida (27 de diciembre de 2020)

Estamos llegando al final de un año que será – ciertamente - inolvidable para todos nosotros. Marcados por la pandemia del Covid19 y habiendo vivido una crisis sanitaria que nos dejó expuestos en todas nuestras fragilidades, estas crisis son oportunidades que sacan de nosotros lo mejor y también, lamentablemente, lo peor. 

Entre lo mejor podemos señalar una actitud que podemos calificar como una de las más preciadas de nuestro pueblo: la solidaridad. Esto lo hemos visto en tantos que se han entregado al servicio y al cuidado de la vida de los otros aún a costa de arriesgar su propia vida.

Como ha sucedido en muchos de los pueblos de la tierra, el pueblo argentino ha elegido mayoritariamente cuidar la vida.

Por eso, es que después de todo lo que hemos vivido y padecido, parece salido de otro contexto el estar discutiendo en estos días la ley de la llamada “interrupción voluntaria del embarazo”, (eufemismo para no hablar de “aborto”) y el estar propiciando la eliminación de la vida naciente, cuando tanto hemos arriesgado por cuidar la nuestra y la de nuestros semejantes.

El pasado sábado los Obispos de la Comisión ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina, en representación de los Obispos de todo el país celebraron la Misa en la Basílica de Nuestra Señora de Luján. Con ese gesto quisimos poner en el corazón de la Madre de nuestro Pueblo Argentino el pedido que le llevamos de parte de la gran mayoría de nuestro pueblo y decirle a María: “A ti confiamos la causa de la Vida”.

En su homilía, Mons. Oscar Ojea decía: “En medio de este contexto excepcional no podemos ocultar nuestro dolor ante el proyecto de ley del aborto. Públicamente hemos expresado la inoportunidad de dicho proyecto, no porque pensemos que hay un tiempo propio para presentarlo, ya que es muy conocida la posición sobre este tema de millones de personas creyentes y no creyentes, sino que cuando hablamos de tiempo oportuno, nos referimos a la sabiduría de leer en profundidad lo que se está viviendo, la magnitud y la complejidad de la crisis que atravesamos, para poner nuestras mejores energías en resolver los problemas que nos urgen hoy: la necesidad de establecer acuerdos fundamentales desde la dirigencia política económica y social que nos permitan mirar hacia adelante priorizando tierra, techo y trabajo para todos, promoviendo estilos de liderazgo que puedan perseverar en un proceso que llevará mucho tiempo y esfuerzo y buscando siempre sostener lo que nos une y no instalarnos en lo que nos divide”.

Por eso es que creemos que no podremos construir una sociedad y una patria que nos incluya a todos, si se le suelta la mano al indefenso, si se desconocen los derechos al más débil y al más pobre. Este es un principio de ética humana, pre religiosa, que esta sostenido por la ciencia médica y el derecho.

Para lo que somos creyentes estos días fueron de una intensa súplica y oración pidiendo por la causa de la vida. Y tendremos también a futuro, haya o no haya sanción de esta ley, el desafío de defender la vida de cada persona, desde su concepción hasta la muerte natural, defenderla siempre y en toda circunstancia, haciéndolo con claridad, firmeza y pasión.

Dios quiera que nuestros representantes en el Senado de la Nación que tienen que decidir sobre este tema tan delicado no renieguen de sus convicciones más profundas y sepan discernir con claridad que nada justifica la muerte de un inocente y que es posible hallar los caminos y suscitar el compromiso que nos lleve a salvar las dos vidas, a salvar toda vida porque “toda vida vale”.

Que sepan sintonizar con aquello que la sabiduría del pueblo sencillo nos enseña cada día: porque cada vez que un papá o una mamá me acercan un niño para bendecir me está diciendo que para ellos “el hijo es una bendición, nunca un castigo o una maldición”. Y para ellos pedimos lo mejor, la bendición de Dios. Ojalá sepamos todos sintonizar con esta sabiduría del pueblo que aprendimos de nuestros padres y de nuestros abuelos. Y sepamos recibir y cuidar siempre la vida como un don, como un regalo de Dios que nos llama a esta extraordinaria experiencia de vivir, de crecer y madurar a lo largo de la vida desde la experiencia del amor.

Mons. César Daniel Fernandez, obispo de Jujuy