Miércoles 25 de diciembre de 2024

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Solemnidad de Corpus Christi

Homilía de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús, en la solemnidad del Corpus Christi (Catedral Nuestra Señora de la Asunción, 13 de junio de 2020)

Queridos hermanos:

Estamos celebrando la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, es el misterio eucarístico pero que sólo podemos entenderlo en el misterio pascual. Cómo Dios nos sorprende, supera nuestros razonamientos y nuestra lógica humana.

Nos sorprendió cuando el Verbo se encarna en el seno virginal de María, sin ninguna intervención humana, y nace el verdadero Dios y verdadero Hombre, Jesucristo. Nos sorprende también con su doctrina, con su enseñanza, con su sacrificio y anticipando el sacrificio de la cruz se nos queda en ese pan que ya no es más pan sino su cuerpo, en ese vino que ya no es más vino sino su sangre. El sacrificio de Cristo único: crucificado, muerto y  resucitado. Nos sorprende también cuando asciende al Padre y con el Padre nos envía al Espíritu Santo y nos da la garantía de que Él va a estar con nosotros hasta el final de los tiempos.

¡Es la Palabra de Dios! No es cualquier palabra, no es palabra de hombre, ¡es Palabra de Dios! y en la Iglesia -cuando se reúne meditando, proclamando su Palabra, su mesa de la Palabra y cuando nos proclama su mesa de la comida, del banquete, la Eucaristía- el Señor se hace presente.

Se hace presente a través del sacerdote ordenado, del Obispo, en persona de Cristo, ¡Cristo se hace presente! Y no es un Cristo, dos Cristos, tres Cristos, ¡es el único, el primero y el último!, ¡es Cristo, el Señor, que está presente en la Eucaristía! Lo primero que tenemos que hacer es adorarlo; adoramos a Cristo en la Eucaristía; está presente en cuerpo, sangre, alma y divinidad. Está toda su Persona, por eso lo adoramos, por eso adoramos la Eucaristía.

Un pueblo no llega a la madurez, a la plenitud, si no sabe adorar y es muy importante adorar al Señor, no nos quita dignidad, no nos hace menos, al contrario: nos enriquece, nos enaltece, nos hace ser sus hijos. Hijos agradecidos a Dios, al Creador, al Redentor, al Santificador, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Tres Personas pero un solo Dios verdadero.

La Eucaristía también es alimento. Alimento ante nuestras debilidades, alimento ante nuestras fragilidades, alimento de misericordia frente a nuestras miserias, a nuestros egoísmos, a nuestras mentiras, a nuestras vanidades. Ante esto la Eucaristía nos robustece, nos fortalece, nos da fuerza para llevar su Nombre, el nombre de cristianos y llevar también la coherencia de nuestro testimonio.

Eucaristía no significa solo recibir a Jesús, significa ser coherente y dar testimonio. Testimonio de lo que creemos, testimonio delo que vivimos, testimonio delo que tenemos que comunicar, si no estamos quitándole fuerza a Cristo en la Eucaristía.

El Cuerpo del Señor, que está presente, nos da también algo que no lo puede dar ninguna otra criatura: la inmortalidad; “fármaco de la inmortalidad” decía San Ignacio de Antioquía, y es cierto, es el remedio, es el antídoto de la muerte. Cuando recibimos a Jesús, en nosotros se tiene que alejar inmediatamente todo vestigio de muerte, de pecado, de sombra, de oscuridad.

Queridos hermanos, recibir la Eucaristía es vivir en comunión, ¿y qué es la comunión? Vivir unido a Dios pero también vivir unido a los hermanos, a tratar al otro como hermano, no se lo desprecia, no se lo ignora, no se lo calumnia, no se le hace daño, se lo acompaña, se lo protege ¡y no se lo usa! Al hermano se lo ama.

La comunión con Dios nos lleva a vivir intensa e integralmente la comunión con los hermanos. Por eso formamos parte de la gran familia del Pueblo de Dios, de la Iglesia, a la que nos vimos privilegiados, nos vimos elegidos y recibimos la misión que tenemos que desarrollar y llevar a cabo. Lo que hemos recibido para nosotros no lo podemos guardar celosamente; tenemos que anunciarlo, tenemos que comunicarlo, por eso la Iglesia es para evangelizar y para llevar al Buena Noticia a los demás.

Es cierto lo que estamos padeciendo y sufriendo, pero si Dios lo permite algún sentido tiene. ¿Quizás una conversión? ¿Quizás un cambio en el corazón? ¿Quizás un cambio de actitud, de vida? ¿Quizás mejorar nuestra calidad de trato humano? ¿Quizás vivir en serio ante Dios y ante los demás? ¿Por qué no nos preguntamos?

Yo sé que es muy fuerte reconocer la presencia de Cristo en la Eucaristía. Fue tan fuerte para aquellos judíos a quienes Jesús les dijo “quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida”, fue un lenguaje muy fuerte. ¡La Iglesia nos llama a vivir un lenguaje fuerte!, ¡a vivir la fe!, ¡a vivir la verdad!, ¡y a vivir la caridad en serio! ¡Cosa seria es ser cristiano! ¡Cosa seria es llevar el Nombre de Cristo! ¡Pero qué cosa hermosa es la que el Señor nos regala al ser parte de su familia!

En esta Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo le damos gracias infinitas porque llena el corazón, llena el alma, da sentido a toda nuestra vida, pero también queremos decirle al Señor que nos de fuerza para vivir en serio esta Eucaristía.

Que así sea.

Mons Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús